KEPA AULESTIA-EL CORREO

  • La vacuna más eficaz es la de lo inevitable. Una vez admitido que lo pasado no tiene ya remedio, es fácil metabolizar lo que vaya a ocurrir mañana

La política es un estado de percepción. De modo que el descenso de la incidencia epidémica permite al Gobierno central concluir que estaba en lo cierto: las restricciones del estado de alarma eran suficientes para doblegar la curva. Hasta los ejecutivos autonómicos que más han insistido en que se les permitiera adelantar el toque de queda e incluso proceder al confinamiento domiciliario entonarán la misma melodía. Ningún responsable público alentará el debate sobre las muertes y las secuelas que se hubiesen podido evitar si las administraciones concernidas hubieran actuado antes y de manera más expeditiva. O sobre si, de esa forma, se hubiesen salvado más empresas y empleos, más puentes festivos y navidades. Tampoco hay una masa crítica en la sociedad dispuesta a exigir el examen de las medidas, protocolos y omisiones del último año. La ciencia es también remisa a plantear batalla para revisar las actas de la indecisión; dejándolo si acaso para un estudio posterior. Y la política lo sabe. Por si las dudas, se lo indica el Sociómetro publicado ayer.

La vacuna más eficaz es la de lo inevitable. Una vez admitido que lo pasado no tiene ya remedio, es fácil metabolizar lo que vaya a ocurrir mañana. Y si emergiese una cuarta ola epidémica habría quien, inmunizado en el rebaño, discrepara de tal denominación alegando que todo es lo mismo desde marzo de 2020. A la disyuntiva entre la salud y la economía se le une la impasibilidad institucional ante la diversidad de efectos sociales que genera la ‘fatiga pandémica’, en la esperanza de que se contrarresten mutuamente. Lo sugiere el Sociómetro. Un mar revuelto como nunca, ante el que la política responde con su instinto más primario: la supervivencia partidaria. Lo correcto parece ser no equivocarse por exceso. Porque la crítica a los defectos siempre podrá contar con la eximente de la excepcionalidad del momento. Ni siquiera la oposición, la de Madrid y la de Vitoria, se siente capaz de proponer nada concreto a cambio.

La pandemia ha hecho imposible el gobierno de los mejores, solo da pie al de los impasibles

El encargo a Mario Draghi para que forme gobierno en Italia frente a la emergencia sanitaria y económica parece muy alejado de la política española o vasca. No es buena señal que, ante una situación límite, la ‘democracia de partidos’ se vea obligada a echar mano de la autoridad indiscutible de un técnico. Pero la solución italiana advierte de que el ‘gobierno de los partidos’ puede estar muy limitado para afrontar lo inevitable también aquí. Ya antes del coronavirus el ejercicio de la política resultaba poco atractivo para los ‘técnicos’ por el descrédito acumulado durante años de corrupción y sonrojo. La pandemia ha hecho imposible el ‘gobierno de los mejores’. Solo da pie al ‘gobierno de los impasibles’ o al de ‘los más osados’, a elegir. La emergencia hace que prevalezca el instinto de partido, y poco más. Sea en la manera con que Urkullu ha sorteado la última crisis en Osakidetza, sea en la negativa de Sánchez a hacer público el dictamen del Consejo de Estado sobre el decreto para el fondo europeo.