Tomás Cuesta, ABC, 3/4/12
El amo del cortijo, el «honorable» anciano Jordi Pujol, repite que los catalanes se ven abocados a la ruptura
SÁNCHEZ-CAMACHO, ayer, nos sacó del engaño, nos desterró del limbo, nos reveló el secreto de la sopa de ajo: «Artur Mas ya ha quemado las primeras etapas de un proceso que lleva a la ruptura con España». ¿Cómo es posible?, se preguntaron muchos. ¿No estará exagerando? ¿Cabe pensar que los jerarcas convergentes —auténticos expertos en rentabilizar la ambigüedad, maestros en el arte de las provocaciones calculadas— se han quitado la máscara y, por fin, dan la cara? ¿O sucede, quizá, que han variado su discurso para que todo siga igual, para poder seguir llevándose el gatopardo al agua? «Last but not least»: ¿De verdad, de verdad, Alicia, nuestra Alicia, acaba de enterarse de que la secesión es el azogue que sustenta el espejito mágico de las identidades?
Es cierto e innegable que desde que CIU recuperó el poder en Cataluña se multiplican desde el Gobierno de la Generalitat los gestos desafectos y las declaraciones de una agria e insólita hostilidad. Numerosos alcaldes convergentes se han sumado a una plataforma de municipios por la independencia que piensa dedicarse a incordiar en lo posible en asuntos de representación, banderas, símbolos y demás. El portavoz del Govern, el señor Homs, declara día sí y día también su simpatía por todas las iniciativas separadoras, y alienta a los ciudadanos a infringir la ley. El amo del cortijo, el «honorable» anciano Jordi Pujol, repite, en cuanto le ponen cerca la alcachofa de un micro, que lamentablemente los catalanes se ven abocados a la ruptura, y recurriendo a un lenguaje bélico llamativo y novedoso en él, define su partido como «fuerza de choque» y «Ejército de resistencia» frente a la invasión española. Su hijo, Oriol, «el fill del amo», que ha encontrado —por méritos propios, claro— una buena colocación como secretario general del partido, amenaza con echarse al monte, o más bien al «turó», como no se le conceda hacienda propia, y equipara España con unas «aguas podridas» sobre las que debe navegar la nave apolínea del catalanismo.
Es verdad que se redobla hasta la nausea el insufrible estruendo del bombo doctrinario. Es verdad que en Cataluña sustanciales partidas de dinero público se rocían sobre una infinidad de entidades y de particulares cuya razón última de ser, sino la primera, es crispar los ánimos con agravios reales o ficticios. Todo esto, o casi todo esto, lo viene haciendo el partido de Pujol desde hace décadas, pero es cierto que estas dinámicas frentistas y confrontadoras, que el Tripartito de infausta memoria acentuó, ahora Convergencia las empuja más allá todavía. Durante el último congreso convergente, el presidente de la Generalitat pareció haber extraviado la brújula; lo mismo aseguraba extático que «hemos puesto rumbo a Ítaca» (tal cual: la Familia Ulises aderezada con Kavafis) que se metía con la geopolítica en la cama: «No sé si veremos los Estados Unidos de Europa, pero, si los vemos, Cataluña será como Massachussets».
Tomás Cuesta, ABC, 3/4/12