GUY SORMAN, ABC – 15/03/15
· El elector no se equivoca: vota derecha o izquierda aun cuando él mismo no se considere, abiertamente, de derecha o izquierda.
Sabemos o hemos olvidado que los términos derecha e izquierda tienen su origen en la Revolución Francesa y en el azar. Los diputados del pueblo, en 1791, se organizaron de manera espontánea según su afinidad política: a la derecha los partidarios de la monarquía absoluta, y a la izquierda, los de la monarquía constitucional. ¿No es sorprendente que un acontecimiento local y remoto haya pasado a formar parte del vocabulario universal? No hay una sola democracia que no se haya adherido a esta distinción, y los votantes, en todos los países, se clasifican de manera espontánea según estas dos categorías. Por supuesto, las etiquetas partidistas tienen su origen en la historia local, al igual que las estrategias electorales: los términos «popular», «democrático», «unión nacional» e incluso «socialista» van y vienen de izquierda a derecha.
Pero los electores no se equivocan: votan derecha o izquierda, aun cuando ellos mismos, en ocasiones, no se consideren abiertamente de derechas o de izquierdas. Hay países –España, Francia– en los que se ha demonizado intelectualmente a la derecha hasta el punto de que se evita esa denominación. Por el contrario, en Estados Unidos ningún candidato que desee ser elegido se atrevería a declararse de izquierdas.
¿No es asombroso que, en todo el mundo, las fuerzas de derechas y de izquierdas se equilibren hasta el punto de que, en cualquier democracia, las elecciones se decidan siempre por un ínfimo margen de diferencia? No hay ningún lugar donde los llamados partidos de centro consigan acabar con la alternancia entre la derecha y la izquierda; en la política, el centro no existe y, sin duda, no responde a ningún sentimiento popular significativo.
¿A qué se deberá este equilibrio repartido entre derecha e izquierda? ¿Será un fenómeno sociológico, biológico? ¿Estas dos concepciones del mundo vienen dictadas por la condid ción humana, como opinan los marxistas y sus clones, o por la naturaleza humana, como observan los antropólogos? Sinceramente, nadie sería capaz de afirmar que la derecha sea el partido de los ricos, y la izquierda, la expresión de los oprimidos; este determinismo no existe. Se nace de derechas o de izquierdas, o se llega a ser de derechas o de izquierdas: la naturaleza y la cultura están sin duda muy entremezcladas. Pero cada una debería, en el terreno que sea, dar muestras de una enorme modestia, porque cada una de ellas solo está en posesión de la mitad de la verdad. La derecha, en este sentido, me parece más tolerante que la izquierda, que a menudo pretende acaparar toda la verdad.
Puesto que cada una posee solo media verdad, o media realidad, es vital que cada una en su terreno defienda con entusiasmo su parte de verdad. Pero ¿cómo? La izquierda, en este combate, se encuentra más cómoda porque esgrime grandes eslóganes unificadores, como la justicia social, la igualdad, el progreso, etc. Esta izquierda está también más capacitada para definir los objetivos que para precisar y aplicar las medidas necesarias para hacer realidad sus nobles aspiraciones. La derecha suele ser más hábil enunciando las medidas que logrando que se sueñe con sus ideales. ¿Una izquierda idealista y una derecha pragmática? Esta distinción refleja en parte la oposición entre derecha e izquierda, pero muy superficialmente. Conviene profundizar más: la derecha se basa en una determinada concepción del hombre en la sociedad y del hombre en la historia.
La responsabilidad personal
El principio fundamental de la derecha es la responsabilidad personal: para que haya justicia, y una buena sociedad, cada persona debe tener tanta libertad de elección como sea posible. La derecha cree en la virtud de la responsabilidad personal. La izquierda cree menos en ella, o nada en absoluto. Lo que la derecha califica como virtud y responsabilidad la izquierda lo condena, al considerarlo egoísmo y miopía histórica. La izquierda sustituye a la persona por la colectividad y, como esta no existe en realidad, son el partido o el Estado los que actúan en nombre del bien común.
Los cargos electos de la izquierda empujan al pueblo hacia el progreso, o lo que ella define como tal, mientras que la derecha acompaña al pueblo. Retomando la famosa distinción que hacía el filósofo británico Friedrich Hayek, la izquierda es el partido del orden decretado, y la derecha, el del orden espontáneo: esta noción de espontaneidad es esencial para la derecha. Y como también subrayaba Hayek, apenas hay espacio en el centro, ni un punto medio entre el error y la verdad. Los partidos del centro solo pueden falsear la alternancia, embarullar las opciones; al no proponer ni análisis ni solución, el centro perjudica el buen funcionamiento de la democracia.
La belleza de la democracia (nacida en Atenas según unos y en los monasterios románicos según otros) radica en que permite la alternancia sin violencia; sustituye la guerra civil por las elecciones; reconoce los derechos de las minorías; admite que la mayoría ejerce en efecto el poder, pero no está en posesión de la verdad.
Tal vez, en la derecha se debería explicar y expresar todo esto de una forma más clara. Pero no confundamos la función del filósofo con la del político, cuyo deber consiste primero en ser elegido. Recordemos que el concepto del filósofo-rey es una invención de Platón, quien también sería, según Karl Popper (en «La sociedad abierta y sus enemigos»), el fundador del despotismo. Hoy, Platón ocuparía un escaño a la izquierda de Aristóteles, el observador de lo real, que se sentaría a la derecha.
GUY SORMAN, ABC – 15/03/15