- Esta estrategia de supervivencia de Sánchez, a costa de los intereses nacionales, obrará «ipso facto» los efectos letales que con Zapatero cuando, primero como jefe de la Oposición y luego como presidente, se mantuvo sentado al paso de la bandera norteamericana y retiró, sin aviso previo las tropas españolas de Irak
En Mad Men, término sesentero acuñado por los publicistas neoyorkinos de Madison Avenue y que da título a esta exitosa serie televisiva, su cínico protagonista, Don Draper, trata de salir ileso de uno de sus callejones sin salida espetándole a quien le ha puesto en el brete: «¡No ha habido ninguna mentira por mi parte; tan solo una ineptitud mal encubierta!». Como Sánchez al ser desenmascarado en su intento por tomarle el pelo a la OTAN y a España, de paso que mandaba a aprender inglés —si bien sonó a otra cosa— a Feijóo con una carta del secretario general de la OTAN, Mark Rutte, que decía aquello que le afeaba el jefe de la oposición, esto es, que «no hay cláusulas de exclusión y ni pactos o acuerdos paralelos». En suma, no hay excepción para España sobre la obligación de alcanzar el 5 % del PIB en gasto de seguridad y defensa en 2035, sino que, para preservar la unanimidad de sus Estados miembros en un conflictivo contexto internacional, cada país podía decidir el ritmo de su esfuerzo hasta 2029.
En su fuga escalando los peldaños de una mentira a la que no da descanso ni en domingo, el ‘Plasmado’ de la Moncloa oscila entre la Sala del Pánico Judicial, donde comparecen sus familiares, así como sus edecanes en el PSOE y en el Gobierno, amenazando con nublar su propio horizonte, y el escape room de la cumbre de la Alianza Atlántica en La Haya, donde Sánchez es visto como el gorrón en un juego de escape con el que trata de soslayar su infierno judicial y político. Por si le faltara un canto al duro, desde ayer, bordea también la Sala del Pánico Judicial su triministro y titular de Justicia, el «Gato Félix» Bolaños, principal artífice de la contrarreforma para anular la separación de poderes y poner a los jueces a las órdenes del Ejecutivo. Después de jugar al «pío, pío, que yo no he sido» con el juez, el instructor del ‘Begoñagate’ pide al Tribunal Supremo que impute a Bolaños por malversación y falso testimonio. Juan Carlos Peinado observa indicios suficientes para investigarle por la contratación de la asesora de Moncloa que ejerció como secretaria personal de la tetraimputada Begoña Gómez y le ayudó con sus negocios privados. Estima que Bolaños, determinante en la contratación cuando era secretario general de la Presidencia, no dijo la verdad bajo juramento. De este modo, el brazo de la Justicia alarga su espada más allá de «la banda del Peugeot» y Bolaños comienza a sentir que la lealtad a Sánchez comienza a ser un lastre judicial ante el que no cabe antídoto, como avisó Calígula a Gemelo tras acusarle de haber ingerido un vomitivo antes de que el déspota le introdujera un puñado de angulas por la boca.
Bajo ese cerco judicial, y cuando ni siquiera puede garantizar ese 2,1 % al no tener aprobados los Presupuestos del Estado y ser sus aliados unos conspicuos antiatlantistas, «Noverdad» Sánchez ha visto que la ocasión la pintaban calva con la llegada de Trump a La Haya y que éste le dispensara esos cinco minutos de gloria que ansiaba como agua de mayo. En cuanto el mandatario norteamericano, aseveró sin bajarse del «Air Force 1» que «España es un problema en cuanto al gasto», «Mr. Brics» Sánchez cumplió su deseo de ser un problema para Trump para sacar pecho y hacer sonar la badana que amortigüe el ruido de la corrupción, cuya basura tratará de envolver con la pancarta anti Trump. Son tan incontinentes y apremiantes sus necesidades que cualquier argucia es buena, y qué mejor trampantojo que Trump.
Ahora bien, la estrategia de fondo de Sánchez, más allá de su carnaval con Trump, es marcar distancias con la OTAN, no sólo presupuestarias, y debilitarla desde dentro —bajo el señuelo de un improbable Euroejército—, de paso que pone tierra de por medio con la diplomacia occidental bajo la creciente influencia de China, cuya conexión política y económica es cosa del lucrativo negociado de Zapatero, quien ahora presume de acudir al rescate de Sánchez cuando, en realidad, lo hace de su bolsillo. Bajo esa batuta, Sánchez intensificará su agenda internacional, zafará el control parlamentario y cerrará fisuras en el arca de Noé de la Alianza Frankenstein cuando ‘Restar’ se diluye como un azucarillo y ‘Pudimos’ ve una ocasión para resucitar no tapándole las vergüenzas a Sánchez como Yolanda Díaz, cuyo refugio en medio del desamparo es el «Ufano de la Moncloa».
Esta estrategia de supervivencia de Sánchez, a costa de los intereses nacionales, obrará «ipso facto» los efectos letales que con Zapatero cuando, primero como jefe de la Oposición y luego como presidente, se mantuvo sentado al paso de la bandera norteamericana y retiró, sin aviso previo al resto de la coalición internacional, las tropas españolas de Irak. Si aquello estuvo a punto de causar el traslado de las bases hispano-norteamericanas a Marruecos, socio más fiable para el Pentágono, esta deriva puede comprometer la seguridad de España dada su expuesta geografía con vecinos que huelen la debilidad con la certeza de la cercanía. Pero no solo en Defensa, sino también en inversiones extranjeras, al agravarse con el intervencionismo y discrecionalidad de un Gobierno que hace de las leyes un nudo corredizo —véase su resolución aparentemente salomónica sobre la Opa del BBVA sobre el Sabadell— y que coloniza nepóticamente el IBEX.
En una cumbre cuasi existencial para la OTAN, negándose a asumir el aumento del gasto que reclama Washington, de paso que urge sanciones contra su aliado Israel en su guerra contra la teocracia de los ayatolás iraníes, lo prioritario para Sánchez es que el rapapolvo de Trump le sacuda el fango de corrupción y sus turiferarios le presenten como líder global de la mano de una propaganda política que, como blasonaba el publicitario Don Draper en Mad Men, puede persuadir a cualquiera de cualquier cosa y esconder a plena luz lo que se tenga por inconveniente.