Diego Carcedo-El Correo

  • Sánchez y Puigdemont habrían brillado en ambas especialidades sin competencia

Los rifirrafes de la política española nos han robado la atención de los interesantes Juegos Olímpicos. El resultado no se puede decir que haya sido especialmente brillante para los atletas españoles, pero hay que reconocerles que salvaron la dignidad deportiva nacional y cumplieron dignamente el principio de que lo importante no es ganar sino competir. Otra cosa hubiese sido si en el programa de competiciones se incluyese la de mentirosos y cobardes, porque en ese caso nuestro palmarés se habría enriquecido con dos medallas de oro. Pedro Sánchez y Carles Puigdemont seguramente habrían brillado en ambas especialidades sin tener que competir con rivalidad entre ellos y, aún menos, sin competencia con otros líderes europeos.

En la especialidad de las mentiras, Sánchez ya hace años que viene demostrando su capacidad ilimitada para practicarla a diario. Basta con verle en mítines, entrevistas, leerle o escucharle en intervenciones públicas para comprobar que carecía de competencia para engañar hasta que apareció en Carles Puigdemont, el golpista catalán que tampoco se queda atrás en tan delicado ejercicio de falsear la realidad.

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De las mentiras de Sánchez cabe la explicación de su forma de expresarse que, en síntesis, consiste en demostrar lo que dice ejecutando rigurosamente lo contrario. Esto obliga a un esfuerzo de interpretación difícil, pero al que ya nos estamos acostumbrando. Lo mismo que hizo Puigdemont anunciando desde su refugio que vendría a España, se dejaría detener cumpliendo las condenas y entraría en el Parlament para frustrar la investidura del nuevo presidente de la Generalitat. Pero llegado el momento lo que hizo fue volver a huir corriendo, valiéndose de subterfugios como cualquier otro delincuente.

La cobardía que exhibe ahora la demostró desde que tras fracasar en su intento de proclamar la independencia de Cataluña, saltándose la Constitución y todas las leyes, abandonó a todos sus cómplices y colaboradores en el intento para que pagasen en la cárcel sus responsabilidades y él aprovechaba para escaparse al extranjero desafiando a la justicia. En el ámbito de la cobardía Sánchez no se queda atrás. Unas veces la demuestra por activa y otras por pasiva como ocurrió ante los últimos incidentes en Cataluña ante los cuales optó por ocultarse y no dar la cara, sin informar de los acuerdos con ERC que nos afectan al resto de los españoles, ni mucho menos para salir al paso del escándalo generado por el humillante fracaso -de sospechoso origen- internacional del nuevo engaño de huida en que ambos han vuelto a privar a España de la imagen de país serio.