Kepa Aulestia-El Correo
La confrontación partidaria se ha adueñado de la escena política cuando se requería mayor moderación y ánimo unitario. En las últimas dos semanas han aflorado los peores antecedentes de la vida pública durante la democracia. El afán inicial por dejar fuera de juego a los competidores a cuenta de la pandemia se fue tornando en impulso irrefrenable por acabar con el adversario directo. En un antes y un después de que el Partido Popular se viese obligado a votar a favor del estado de alarma, la Covid-19 apareció como la oportunidad para que Pedro Sánchez ninguneara a Pablo Casado, y éste descalificara su gestión de la crisis como una sucesión de errores intencionados. Hasta tal punto que la condena reiterada de la actuación gubernamental por parte del primer partido de la oposición contribuía a acallar las críticas que se merecía la autosuficiencia de Sánchez en su ‘guerra’ contra el coronavirus, las dudas que suscitaba el estado de alarma encumbrado como tótem incuestionable, y el reproche que requerían tantos fallos, improvisaciones, olvidos y desconsideraciones. Fijada la atención en las demandas contra el delegado del Gobierno en Madrid, por autorizar la manifestación del 8-M, y contra el director del Centro de Alertas y Emergencias, Fernando Simón, todo se le puede perdonar al presidente Sánchez. Del mismo modo que, vista la querencia de éste por gobernar a base de prórrogas y en el alambre, aquellos que no le aprecian tanto se ahorran arremeter contra la extremada oposición de Casado.
La situación resultante era la propicia para asistir a lo que ha ocurrido estos días. La idónea para que una minoría pudiera adueñarse de la confrontación partidaria. Pablo Iglesias, Cayetana Álvarez de Toledo, y las segundas y segundos de Vox bastan para, actuando de provocadores, desbordarlo todo. Fue significativo que Patxi López no se diera cuenta de lo que pasaba el jueves a la mañana, bajo su presidencia, en la Comisión de Reconstrucción. Que no se percatara de lo que había hecho él mismo hasta después de comer.
Los provocadores demostraron que en un par de días, y con dos o tres actuaciones, son capaces de conseguir que desbarren las propias instituciones. Y lo peor no es que se lo pasen bien actuando así. Lo peor es que se lo consienten sus superiores -Sánchez y Casado, sin ir más lejos- y se lo jalean aquellos de sus inferiores que osan manifestarse.