Francisco Rosell-El Debate
  • Escogiendo esa negra efeméride, Sánchez y sus socios homenajeaban implícitamente a los ejecutores de la sádica masacre al configurar una declaración de intenciones en toda regla. Era tan evidente que, a última hora, se buscó paliar la afrenta aplazando la votación a hoy

El escritor inglés Thomas Hardy escribió que se muere de verdad con la segunda muerte porque la primera, la física, no es definitiva, mientras el fallecido siga en la memoria de los vivos. Por eso, en esta época de amnesia y olvido, recobra vigencia el grito desgarrado de la matriarca de los Pagaza en la misiva que, tras el asesinato de su hijo Joseba, remitió al otrora lehendakari, Patxi López, secretario general de su partido: «¡Qué solos se han quedado nuestros muertos! ¡Qué solos estamos los que no hemos cerrado los ojos!». Y eso que Pilar Ruiz Albizu no vería como Pedro Sánchez hacía socio al brazo político de ETA luego de aquel lance en el que Albert Rivera, al denunciar el pacto que se fraguaba con Bildu en Navarra, fue obsequiado, desde la tribuna de invitados del Congreso, con una peineta de la agraciada por el enjuague, María Chivite, invitada a aquella sesión de investidura.

Bajo esta premisa, habrá quienes piensen que, si se desdeñan las víctimas propias y se blanquea a sus asesinos, Sánchez no va a tener más miramientos con los 1.200 israelíes exterminados hace ahora dos años por Hamás para reventar -con el impulso de Irán- los ‘Acuerdos de Abraham’ del Gobierno judío con otros países árabes con la intermediación de EEUU. Sin embargo, más que desdén, hay un ostensible antisemitismo –digno de engrosar la «Historia universal de la infamia»– en que ayer se hiciera coincidir el debate sobre la convalidación del decreto-trampa de embargo de armas a Israel con el segundo aniversario de la mayor carnicería de judíos desde el holocausto.

Escogiendo esa negra efeméride, Sánchez y sus socios homenajeaban implícitamente a los ejecutores de la sádica masacre al configurar una declaración de intenciones en toda regla. Era tan evidente que, a última hora, se buscó paliar la afrenta aplazando la votación a hoy –no se sabe si para ganar tiempo al estar en el alero el apoyo de Podemos– y accediendo al minuto de silencio que se negó hace semanas cuando la mayoría Frankenstein se opuso a ampliar el dispuesto para los gazatíes.

Con las comunidades judías llorando sus difuntos, la izquierda desfoga su antisemitismo –«esa especie de socialismo para imbéciles», como lo catalogó Carlos Marx– convirtiendo el caserón de la carrera de San Jerónimo en salón de celebraciones de la flotilla pro Hamás. Es como si a Netanyahu se le hubiera ocurrido aprovechar el último 11 de marzo, en el vigésimo aniversario del principal atentado de la historia de España perpetrado por el yihadismo, para adoptar sanciones contra la deriva hamasita de Sánchez tras haber sido un aliado fiel contra ETA y el islamismo que ha ensangrentado la piel de toro. Pero, ¿qué se puede esperar de un PSOE que, luego de valerse del 11-M para que Zapatero fuera presidente por accidente, hace a ETA socio de referencia de Sánchez y blanquea a una organización criminal fundada para arrojar a los judíos al mar en una aspiración compartida por toda la Alianza Frankenstein?

Por eso, cuando todas las partes en litigio se sientan a la mesa en Egipto para aplicar el plan de paz de la Casa Blanca con la anuencia árabe, la coalición socialcomunista lo sabotea sin importarle el dolor gazatí que usa a conveniencia. Como Sánchez para desviar la atención de los procesos judiciales que acechan a su familia y a su partido, así como para aglutinar el voto a su izquierda y compensar su desgaste a fin de que no se resquebraje el suelo que pisa. Cuanto más cercana está la derrota de Hamás, mayor es la presión para salvarla, como sucedió con ETA llegando al oprobio de que cargos socialistas vascos se autoinculpen estos días de la política antiterrorista de sus mayores.

Ello facilita que los etarras aparenten ser a la par héroes y mártires legitimando retrospectivamente a ETA como la resistencia contra el franquismo cuando la generalidad de sus crímenes fue contra la democracia. En este sentido, Sánchez ha asumido el relato etarra consagrando el proceso que Zapatero aventó al minuto de firmar su acuerdo por las libertades y contra el terrorismo con Aznar, como acreditan las actas de la claudicación con ETA. Desde primera hora, aquel «haréis cosas que nos helarán la sangre» de Pilar Ruiz Albizu empezó a materializarse frustrando operaciones judiciales como la del bar Faisán.

Con el humanitarismo de los carniceros, escenificado primero en la reVuelta ciclista y luego en la flotilla pro Hamás protegida por una patrullera de la Armada sin anuencia del Parlamento, España asiste a una mascarada en la que los hechos se reescriben en función de las ideas y no a la inversa, como sentenciara Jean-François Revel en El conocimiento inútil. Así, como sus predecesores que defendían el comunismo por su utopismo para ocultar su infierno, estos «revolucionarios de palacio» reciclan las cantinelas previas a la caída del Muro de Berlín con alegatos dizque pacifistas y ecologistas. Para este menester, manipulan descaradamente la realidad confirmando el aforismo reveliano de que «la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira». «Hoy, como antaño, el enemigo del hombre –anota en El conocimiento inútil– está dentro de él. Pero ya no es el mismo: antaño era la ignorancia, hoy es la mentira.»

Debido a ello, España normaliza con total desinhibición su suicidio al revés que Israel que resiste a que la suiciden tras sufrir un holocausto que banalizan quienes hablan del genocidio de un pueblo palestino esclavizado por sus tiranos como acontecerá en estos pagos si la ciudadanía no despierta de la hipnosis. No en vano, los sistemas delirantes atrapan a individuos y colectividades con planes que parecen imposibles, pero que se revelan fatales al resultar irreversibles. Como aquellos judíos que, en plena aniquilación nazi, se llamaban a andana. Tal indiferencia consumía al escritor austriaco Joseph Roth. «¡Véalo de una vez, por favor!», imploraba a su amigo Stefan Zweig, compatriota sin patria. Pero el autor de El mundo de ayer, fiado a que el año siguiente no empeoraría aquel 1933, no atisbó que el Tercer Reich era la filial del averno en la Tierra.