ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • El pecado de Ayuso es premiar la excelencia. Alentar la cultura del esfuerzo en lugar de igualar hacia abajo

Estoy releyendo ‘Cisnes salvajes’, una crónica estremecedora que relata en primera persona la peripecia de tres mujeres en la China del siglo XX. Jung Chang, la autora, narra los sufrimientos padecidos por su abuela, víctima de la bárbara costumbre de vendar los pies a las niñas, su madre, hija de la revolución comunista, y ella misma, huida a Occidente con el afán de ser libre. De cuantas calamidades recoge en su libro, las padecidas por su madre resultan especialmente conmovedoras y retratan a la perfección el sustrato emocional sobre el que se asentó ese feroz cataclismo político que dejó tras de sí decenas de millones de muertos: envidia, odio, resentimiento, revanchismo. La autora no ahorra detalles sobre la situación de corrupción, injusticia y miseria que dio lugar a esa marea de sangre, pero tampoco elude profundizar en la ruindad de cuantos cabecillas comunistas impusieron su dictadura del terror movidos exclusivamente por el rencor, por el ardiente deseo de vengarse de quienes disfrutaban de una existencia más desahogada, independientemente de los motivos que explicaran ese bienestar. En otras palabras, por el más descarnado dolor del bien ajeno, que es el modo magistral en que el catecismo define la envidia.

Salvando todas las distancias, que son inmensas, las motivaciones de esos verdugos del maoísmo me recuerdan mucho a las de nuestra izquierda patria, cuyo principal empeño no es lograr mejorar el nivel de vida de todos los ciudadanos, sino rebajar el de aquellos que hayan conseguido tener algo. Tanto da que lo hayan logrado a base de horas de trabajo, iniciativa, riesgo y sacrificio. El ‘rico’ (esto es, cualquiera que llegue a fin de mes y se las arregle para ahorrar unos euros o disfrutar de una segunda vivienda) debe ser expoliado por Hacienda, despojado de su propiedad si se topa con un okupa y obligado a purgar el delito de haber triunfado en la vida. Hay quien opina que es una estrategia urdida con el propósito gobernar a base de subsidios un país deliberadamente empobrecido. Yo tiendo a pensar que se trata más bien de una animadversión visceral hacia todo aquel que destaque exclusivamente por sus méritos. Y la mejor prueba de ello es la campaña desatada contra las becas de Ayuso, cuyo pecado es atreverse a reconocer la excelencia. La presidenta de la Comunidad de Madrid no ha reducido el importe de las ayudas escolares destinadas a las rentas más bajas. Al contrario, las ha aumentado en aras de garantizarles las mismas oportunidades. Pero también ha osado premiar la capacidad y el mérito de los alumnos más brillantes, que no destacan por ser ‘ricos’, sino por su constancia y su renuncia a otros caminos más fáciles. ¡Qué desafuero! Alentar la cultura del esfuerzo en lugar de igualar hacia abajo… Se la condena a hacer autocrítica y aprenderse de memoria el Libro Rojo de Mao.