Jesús Cuadrado-Vozpópuli

  • En Extremadura salta por los aires la única estrategia electoral que le quedaba al sanchismo: impulsar a Vox para frenar a Feijóo

Descontada la debacle socialista, la incógnita a despejar en las elecciones extremeñas era la relación de fuerzas entre Núñez Feijóo y Abascal. Tras dos presupuestos vetados, el resultado logrado por María Guardiola despeja cualquier duda. El domingo, el PP estaba cinco diputados por debajo del bloque izquierdista y la presidencia autonómica dependía absolutamente de los votos de Vox. Hoy, supera a PSOE y Podemos en cuatro parlamentarios. Eso es un vuelco electoral. Santiago Abascal tendría que unir sus votos al sanchismo para impedir que fuera presidenta la candidata popular. Como en otros territorios, Vox tenía cartas para jugar y no las utilizó. Sí, pasa de cinco a once diputados, pero ha perdido capacidad para influir.

Por el otro lado, en Extremadura, la región con más voto identitario “de izquierdas”, salta por los aires la única estrategia electoral que le quedaba al sanchismo: impulsar a Vox para frenar a Feijóo. Las urnas inutilizan todas las trampas. Sánchez ha convertido a cada candidato socialista en un simple cirineo, con la cruz a cuestas y con la misión de llevarle en andas, municipio a municipio, región a región. A todos les impone el pack completo: candidatos ridiculizados, cesiones al independentismo contra los intereses de sus propios electores, corrupción generalizada, causas como el feminismo prostituidas. Como un faraón, se los lleva con él al mausoleo.

Aún puede hacer daño, como demuestra la iniciativa para convertir a Cataluña y País Vasco en miembros de la Unesco, como si fueran estados independientes. Pero, para el nuevo ciclo político, el partido se disputa entre Vox y PP. Lo que anticipan los resultados del 21-D es que, de los dos modelos que se están dibujando en Europa, en España se impone el del liderazgo de una alternativa que representa la centralidad política. A diferencia de los países en los que las derechas radicalizadas son ya primera fuerza, Núñez Feijóo mantiene una distancia sustancial sobre Abascal. En Extremadura, veintiséis puntos. Los ciudadanos, cierto, están frustrados e irritados, pero aún diferencian entre contundencia y extremismo divisivo. Abascal, si lee atentamente el mensaje del 21-D, verá que se impone la preocupación por la gobernabilidad. Los españoles ya saben qué significa, con Sánchez, la inestabilidad de los siete votos.

El tufo de la corrupción

Pierden fuerza los reclamos embaucadores “izquierda contra derecha”. Los extremeños se han guiado por otras preocupaciones, como las consecuencias para su región de las cesiones a los independentistas -desde la “izquierda”- o  incongruencias como la del cierre de la central nuclear de Almaraz. Además de por el tufo insoportable de la corrupción sanchista -desde la “izquierda”-. Si se leen las transferencias de voto en los estudios preelectorales del 21-D, se podrá comprobar cómo se ha ensanchado el flujo de votantes socialistas hacia el PP: entre un 11% de la encuesta publicada por El País y un 17% en la de La Razón. Con esa imagen de vuelco electoral en la retina, se irá a votar en las próximas convocatorias. Como ya ocurrió antes en Andalucía, el cambio no es pasajero. Aunque el activismo sanchista va a repetir estos días hasta hartarse el salmo “pero seguirán necesitando a Vox”, los electores han otorgado a Guardiola una mayoría consistente para gobernar.

Emergencia nacional

En La dictadura de la minoría (2023), los autores de Cómo mueren las democracias advierten del peligro para la democracia cuando minorías electorales logran imponerse a mayorías de Gobierno. No parece que estén de acuerdo con este  enfoque sectores del PP que proponen priorizar la “unidad de la derecha”, como si Vox fuera simplemente una cuña desgajada de la familia. Si Feijóo atiende al mensaje electoral de este domingo ignorará a quienes le piden patriotismo de partido y no se apartará de lo que exige una emergencia nacional provocada por unos desaprensivos dispuestos desde el Gobierno a vender el Estado, y a esquilmarlo, de paso. Con 43% del PP y 17% de Vox, el 21-D demuestra que quien erró el tiro vetando presupuestos fue Abascal, que debe decidir si se va a limitar a liderar minorías de bloqueo o, por el contrario, contribuirá a la estabilidad institucional que urge. Para el PSOE, la peor noticia es que estas elecciones llevan dentro el ADN del ciclo político que se abre en España. Próxima etapa: Aragón.