Jon Juaristi-ABC

  • Las recientes series y documentales sobre ETA evitan aspectos esenciales de su historia

El próximo 3 de diciembre hará cincuenta años del comienzo, en Burgos, de un consejo de guerra contra miembros de ETA que terminó con nueve penas de muerte, posteriormente conmutadas. A lo largo del mes de diciembre de 1970, y por este motivo, se sucedieron en todos los países de Europa grandes manifestaciones de protesta. La simultaneidad y extensión de la condena internacional y el aislamiento consiguiente del régimen franquista anunciaron su inmediato e irreversible declive.

Estrenos de películas y series televisivas acerca la historia de ETA se han ido agolpando en estos últimos meses ante el horizonte inmediato del cincuentenario del Proceso de Burgos, del que la banda y la izquierda abertzale se han jactado siempre como de la

mayor humillación infligida al franquismo en toda su historia. Sin embargo, creo que es necesario aclarar algunos extremos acerca de dicho acontecimiento.

En primer lugar, la ETA abertzale a la que se juzgaba en Burgos ya no existía. El año anterior, en 1969, la VI Asamblea de ETA había roto con el nacionalismo, autoproclamándose marxista-leninista. Los pocos fieles al «nacionalismo revolucionario», ideología adoptada en la V Asamblea (1967), se hallaban fuera de España, desconectados entre sí. En Bayona quedaba un tabernero que andaba organizando el sistema de extorsión que se conocería después como «impuesto revolucionario» (y que junto a algún compinche secuestraría con la excusa del proceso al cónsul de Alemania en San Sebastián, a saber para qué).

Los abogados de los encausados no eran de ETA. Solamente uno de ellos lo había sido, pero, por motivos obvios (era hermano y mentor político de Javier Echevarrieta Ortiz, el dirigente de ETA que había matado en 1968 al guardia civil José Antonio Pardines, antes de ser muerto a su vez por compañeros de este), no había podido mantener desde entonces una actividad clandestina. Entre los otros abogados había de todo un poco: demócrata-cristianos, socialistas, eurocomunistas y cristianos de extrema izquierda, pero, curiosamente, ningún militante de organizaciones nacionalistas vascas. En este sentido, la conversión del Proceso de Burgos en propaganda activa contra el régimen fue obra de la oposición clandestina no nacionalista al franquismo, no de ETA ni del PNV.

Finalmente, hay que insistir en el hecho de que la ETA abertzale de los años sesenta había desaparecido. Sus armas estaban en manos de atracadores de ETA VI Asamblea estacionados en San Juan de Luz a punto de entrar en la Internacional troskista. La nueva ETA abertzale y terrorista de los años setenta y posteriores se reconstruyó a finales de 1971, tras dos años de vacío. Fue el resultado de la transformación en una «ETA V Asamblea» de un numeroso sector de las juventudes del PNV pasado al «nacionalismo revolucionario», la tendencia llamada EGI-batasuna. Nada de esto he visto en la nueva épica audiovisual sobre ETA.