Del Blog de Santiago González

Admirado Sánchez: me va a permitir usted la vía epistolar, género que goza de mi aprecio desde las epístolas de San Pablo a la carta de Arrabal a Franco: “Usted ha convertido a España en un país de palomas sin patas, de guirnaldas de luto, cruzado de punta a punta por silbidos de afilador”. Vaya por Dios, ya se me ha vuelto a colar Marsé en la cita.

Por autoridad literaria y también por tradición. La he usado con gobernantes absurdos o incompetentes; el vocativo epistolar dota al mensaje de una cercanía que la columna común  no puede. En un pasado ya lejano dediqué medio centenar de cartas a Ibarretxe y Zapatero, dos tíos que cumplían los requisitos básicos como destinatarios. Ibarretxe estaba en otro nivel (autonómico). Zapatero no, él era un par, no tan romo como usted, aunque emparentaba en malicia. Él descubrió la maldad del otro para hacer piña del nosotros, principios 1 y 2 de la propaganda de Goebbels.

Es usted un gobernante con los labios manchados de mentira y acciones de complicidad con el golpismo y con delincuentes nacionales e internacionales. Ábalos es su espejo, aunque sea deformante. ¿Cómo no va a defender a un tipo que miente cuatro veces en un día sobre su encuentro con la narcovice de Maduro? Y dice que nos ha salvado de una crisis diplomática, haciendo al mismo tiempo de ministro del Interior y de Exteriores. El realidad ha montado un carajal internacional. Es su alter ego, una versión más zafia de usted mismo, una vergüenza.

Ayer seguí el discurso de Guaidó en el Ayuntamiento de Madrid, donde fue recibido con la dignidad que le reconoce todo el mundo democrático. Usted también el 4 de febrero, mientras hablaba con él desde el paraje nevado de Davos. Un año después es el único gobernante europeo que se ha negado a recibirlo porque tenía que ir a alternar con sus iguales a la fiesta de los Goya. La víspera había distraído un helicóptero de la Guardia Civil que buscaba a un desparecido para pavonearse mientras sobrevolaba la zona del desastre. Su inefable ministra de Exteriores lo hizo en su lugar, pero no en el Ministerio, sino en la Casa de América. Es un lugar relevante, ciertamente; pudo haberlo citarlo en una cafetería.

Esto terminará mal, peor para el tirano. No es la primera vez que Venezuela sufre una dictadura. Neruda, un poeta que usted no habrá leído aunque fuese de los suyos, contó el final de una de ellas, la de Marcos Pérez Jiménez, en versos que usted no conocerá: “Hasta que por las calles de Caracas/ las bocinas se unieron en el viento./ Se rompieron los muros del tirano/ y desató su majestad el pueblo”. El dictador encontró refugio en la España franquista, como ahora mismo lo encontraría Maduro en la sanchista, entre Zapatero y usted.

Qué sofoco, Sánchez. Bajo su presidencia me ha vuelto a recorrer la vergüenza íntima y antigua que sentía como español en el franquismo. No por España, sino por la tropa que me gobernaba. Ahora que mi Gobierno se ha sumado al golpe de Estado que perpetran los separatistas catalanes, sus socios bolivarianos y los albaceas políticos de ETA vuelvo a sentir algo muy parecido. Ya le digo, una vergüenza.

Yo había sido comunista antes de que usted fuese nada. Hace tiempo, mi amigo Mikel Bilbao, que fue camarada ‘in illo tempore’ y sigue siendo amigo ahora, me reveló una verdad apabullante: “¿te acuerdas de cuando éramos comunistas, de las cosas tan horribles que decíamos de los compañeros socialistas? Bueno, pues de todo, era lo único en lo que teníamos razón”.