Ignacio Camacho-ABC
- El correlato entre el ritmo de vacunación y el de desescalada es esencial para alcanzar cierta normalidad hospitalaria
En la primera línea de los hospitales hay muchos médicos que han aprendido a ‘oler’, a presentir el comportamiento de la pandemia. A base de sufrir una oleada tras otra intuyen los signos que anuncian la siguiente cuando empieza a remitir la última. Y ahora que está bajando a límites razonables la incidencia del contagio menean la cabeza y señalan en el calendario las hojas de mediados de abril, incluso -los más pesimistas, que también a veces son los mejor informados- de finales de marzo. La cuarta ola. Probablemente más débil, menos letal gracias a la inmunización de los sectores más vulnerables, pero segura al criterio de los que saben cómo se forman las tempestades sanitarias. Y habrá una quinta si la vacunación no acelera su ritmo desesperante antes del verano.
La intensidad de esa futura arremetida depende de las decisiones políticas que se tomen en estos días. Del pulso con que las autoridades manejen el ‘equilibrio dinámico’, la ponderación de factores entre las necesidades de la economía y los requerimientos de la salud pública. Y este momento es el del punto de inflexión que va a determinar la primavera. Un exceso de alegría en el alivio de las restricciones, tal como demandan los sectores más afectados por los cierres de actividad, conducirá de modo indefectible al ‘efecto acordeón’ al otro lado de la Semana Santa. A una nueva curva ascendente, a más persianas bajadas, a otro incremento de la tensión hospitalaria.
Las medidas de invierno han funcionado. Con la posibilidad de adelantar los toques de queda, denegada por el Gobierno para no cambiar el decreto de alarma, la mejora habría ido más rápido, pero mal que bien las cifras han vuelto a una dimensión relativamente controlable. El riesgo actual no consiste tanto en otorgar el respiro que reclaman y merecen la hostelería, el comercio y el turismo, sino el de emitir a la población -por tercera vez- el mensaje nocivo de que ha pasado el peligro. Los dirigentes autonómicos y estatales, tan aficionados a la propaganda, tienen la responsabilidad indeclinable de decir la verdad, por antipática que resulte, y de tratar de una vez a los ciudadanos como potenciales pacientes y no como futuros votantes. Admitir de una vez que sin vacunas no hay avances.
Ésa es la clave. Sin un correlato lineal entre el ritmo de vacunación y el de la desescalada no habrá manera de ahuyentar la amenaza. El modelo abierto de Madrid no es exportable a comunidades que carecen de su estructura de atención y de su número de camas. No hay un hospital Zendal en Zaragoza, ni en Vigo, ni en Málaga. El descenso de la transmisión puede admitir un cierto relajamiento de la normalidad urbana pero levantar los cierres perimetrales, al menos entre regiones, supondría una precipitación temeraria. Hay precedentes sobrados para entender que el Covid convierte el esparcimiento de hoy en la aflicción de mañana.