Manuel Montero-El Correo

  • Repetir la ‘fórmula frankenstein’ presenta menos dificultades que en la última legislatura. Los votantes están dispuestos a blanquear a Bildu

Hace unos años, la irrupción de Pedro Sánchez en la política española trajo unos modos totalmente nuevos, basados en situaciones límite, pactos vidriosos, el poder a toda costa, una mezcla de radicalismo e improvisación ideológica, un personalismo con un discurso agresivo y un Gobierno cogido con alfileres, sostenido por pactos no siempre confesables con independentistas catalanes y con la izquierda abertzale que homenajea la violencia.

Las elecciones han demostrado que el sistema caótico funciona. Contra los vaticinios, el ‘Gobierno Frankenstein’ resulta viable. No ha sido fulminado por las urnas, pese a que algunos de sus fundamentos (la indulgencia con los independentistas, o la relación que privilegia a los apoyos de ETA) y de sus aportaciones/ errores legislativos (la ley del ‘solo sí es sí’) generaban una amplia contestación social: en todo caso, no la suficiente para el vuelco electoral.

La opción de la derecha necesita unos respaldos que no se ven y que ya han estado comprometidos estos años con Sánchez, sin que hayan mostrado particular incomodidad ni desapego hacia un sistema rumboso con sus apoyos. Resultaba difícil imaginar que el PNV inclinase la balanza hacia PP-Vox, más ahora que con el comportamiento electoral en el País Vasco y el ‘aggiornamiento’ de Bildu peligra su control del Gobierno vasco, en lo que pasa a depender del PSOE.

Instalados desde hace media docena de años en la inestabilidad -la asegura la carencia de grandes acuerdos-, en estas elecciones ha triunfado el equilibrio inestable, una buena definición del sistema de poder que representa Sánchez. Con medidas erráticas, confusas, volatines ideológicos, acuerdos semiocultos, alguna mentirijilla y medias verdades, lo cierto es que en estos años el Gobierno, a veces hecho pedazos y sin un rumbo claro, ha sorteado las dificultades sin graves riesgos de encallar.

Pese a la heterogeneidad de los acuerdos y el perfil tan diverso de los partidos que lo sostienen, el Ejecutivo no ha pasado serios apuros en el Congreso. Algunas disposiciones contestadas por parte de la ciudadanía y de concepción sectaria han sido aprobadas casi de forma rutinaria. El discurso personalista y cambiante del presidente no ha sido nunca contestado por la variedad de partidos de la mayoría, pese a que son fuerzas proclives a la disconformidad.

Posiblemente, el éxito parlamentario de Sánchez se ha debido a carecer de grandes acuerdos globales. Todos votaban todo para salvar cada uno lo suyo.

Así que el equilibrio inestable que representa Sánchez ha tenido éxito y, bien que mal, ha sido refrendado electoralmente, pues resulta viable que sea reeditado. En gran medida, el equilibrio inestable de Sánchez se ha debido a la aceptación sistemática de las propuestas radicales de sus apoyos, aunque fuesen difíciles de presentar políticamente, a la generosidad con la que se han satisfecho las exigencias de los aliados y a la asunción por parte del PSOE de los proyectos que planteaba su socio menor, Podemos, autor de las leyes por las que se reconoce a este Gobierno.

Desde el punto de vista ideológico el gran sacrificado ha sido el PSOE, sin propuestas programáticas reconocibles y dedicado a justificar y administrar los radicalismos de sus socios y aliados.

Se mantenga el equilibrio inestable de Sánchez o no (la alternativa es la inestabilidad de repetir elecciones sin esperanzas de grandes cambios), hay algunos efectos de la legislatura anterior que se han consolidado ya, tales como la bipolarización (buscada desde el poder para plantear las elecciones), la agresividad retórica que desprecia al adversario político como si fuese un engendro abyecto y el bochornoso esquema ético en el que nos hemos instalado, segmentando la política en buenos y malos (nosotros frente a los fascistas, progres frente a añorantes del franquismo). Si se repite la fórmula anterior, no tendremos un Gobierno que aspire a gobernar para todos los españoles, pues prefiere enfrentarse a los discrepantes.

Repetir la ‘fórmula frankenstein’ presenta menos dificultades ahora que en la legislatura anterior. Se ha demostrado que la ciudadanía acepta medidas que parecían imposibles (las que afectan a la sedición o a la malversación) y que está plenamente dispuesta al blanqueamiento de Bildu. Pueden subir la apuesta. Se ha comprobado también que el PSOE se ha convertido en un aparato subordinado a Sánchez sin que sea verosímil ninguna contestación interna.

Puede seguir el equilibrio inestable, con la novedad de que se producirá en una situación de menor apoyo electoral y en tensión con la mayor parte de las autonomías. Las dificultades serán un acicate para una política acostumbrada al triple salto mortal. De un acuerdo entre los grandes partidos para evitar la inestabilidad y dejar fuera los radicalismos, ni hablar.