ABC 12/01/17
IGNACIO CAMACHO
· La impremeditada ocurrencia del copago de los pensionistas apunta directamente a la principal base electoral del PP
CUALQUIER aficionado a la política sabe que las victorias electorales del Partido Popular, en especial las dos últimas, están edificadas sobre el voto de los ciudadanos de edad madura y de modo particular sobre el de los mayores de 60 años, franja en la que el partido de Rajoy es claramente hegemónico. Quien no lo sepa puede consultar las bases de datos del CIS, que son públicas y se basan en muestreos más que fiables. Ese es exactamente el colectivo al que la ministra de Sanidad del PP, a la que cabe suponer una cierta profesionalidad, ha provocado innecesario desasosiego con su impremeditado anuncio sobre el copago de medicamentos, añadiendo además una precisión socioeconómica –la de las rentas más altas– que apunta a la clientela natural del centroderecha. Una obra maestra de autosabotaje culminada por una confusa pseudorrectificación con lengua de madera.
La ocurrencia de la señora Dolors Montserrat tiene mucha más gravedad que la de un simple calentón de novata. Al Gobierno le ha costado cuatro años superar el impacto de la actual cofinanciación farmacéutica, medida de urgencia adoptada en 2012 que al fin había dejado de despertar recelo para convertirse en una incomodidad más o menos rutinaria. El proyecto de una nueva vuelta de tuerca –que tiene la impronta aparente del afán recaudatorio de Montoro– resucita el fantasma ante una opinión pública sobresaltada. Rompe un tabú social explosivo, siembra una alarma sin fundamento, devuelve al PP el antipático sello del «partido de los copagos» y apunta directamente al ya muy exprimido bolsillo de su principal electorado.
Todo ello a cambio de ningún beneficio, porque con la minoría gubernamental la idea no puede salir adelante sin consenso. Constituye un error, además de clamoroso, superfluo, que rearma a la oposición para reconstruir sus tópicos populistas e incrementa entre las clases medias la extendida sensación de estar soportando el déficit con sus impuestos directos e indirectos. El coste político de una decisión así se podría debatir si fuese aplicable –los copagos tienen un contrastado efecto moderador en el consumo de fármacos–, pero una ministra debe ser consciente de las circunstancias del momento. Y plantearla sin previa negociación sólo sirve para armar una polémica estéril que sitúa en un marco mental desfavorable, y por tanto perdedor, al Gobierno.
Tanto es así que fue desde La Moncloa, cuando asistía a una cena del presidente con la cúpula de Ciudadanos, donde la ministra Montserrat envió en la noche del lunes el apresurado que autodesmentía su anuncio; alguien que podía hacerlo la debió de requerir para que sofocase el incendio que había provocado. Al día siguiente se hizo un lío y quedó en evidencia ante un grupo de tertulianos. El mal ya está hecho, en cualquier caso. A las altas responsabilidades hay que ir aprendido de casa; el Gabinete no es un