El Mundo 26/11/12
Junqueras recupera los escaños perdidos en 2010 y se erige como aliado de CiU
Cuando se le disipe la resaca, Esquerra le deberá dar las gracias al ahora aturdido Artur Mas. Para culminar el fin último del catalanismo, el presidente forzó las elecciones, se travistió en el timonel arrojado al sacrificio de guiar al pueblo hacia un Estado nuevo, catalán y sobresaliente, pero pinchó en la apuesta a la que se jugaba la «mayoría excepcional» que requirió. El mesianismo convergente fue ridiculizado en las urnas y de la fracasada estrategia de los nacionalistas renació Esquerra, quien se pegó el festín de soberanismo que se cocinaba desde la manifestación del 11 de septiembre y con el que Convergència i Unió (CiU) ansiaba hartarse.
En las autonómicas de 2010, el hotel que acogió a Joan Puigcercós y compañía se congeló en medio de un ambiente gélido de fin de ciclo. Tras las estridencias del tripartito, a los republicanos se les infligió una herida por la que se desangró y se dejó 11 escaños. Ayer, en cambio, cuando TV3 anunció que Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) rebasaba al PSC con más del 90% de los sufragios escrutados y alcanzaba la segunda plaza, la militancia estalló. Los gritos de «Independència» y «Bote, bote, bote, español el que no bote» caldearon la sala.
Después de las peleas en las que los anteriores dirigentes se enzarzaron, un hombre de liderazgo calmado y ajeno a las viejas rencillas como Oriol Junqueras tomó el mando. Le ha bastado un año y unos comicios precipitados para apropiarse de todo el terreno cedido hace dos años, rescatar los 21 diputados y emular la irrupción de EH Bildu en el País Vasco.
La hombrada reubica a ERC como las siglas que pueden dictar el rumbo del Gobierno catalán hacia una ruta secesionista sin complejos y, aunque con unos 30.000 votos menos que los socialistas, relega al PSC y al PP, una utopía hasta hace poco. La formación apenas se dolerá de los tres representantes de las CUP, que rivalizaban por la izquierda con Esquerra.
Tranquilo a pesar de protagonizar una remontada en la que partía desde la quinta plaza, Junqueras fue precavido a la hora de conjeturar un pacto con CiU. Junqueras se limitó a decir que explorarán «la mejor fórmula» que desemboque en un referéndum de autodeterminación y amplió la llamada de unidad a ICV y a la CUP: «El bloque soberanista ha salido reforzado y quienes más han subido han sido los que han hablado con claridad de independencia, que hemos sido nosotros. También han ganado aquellos que hemos puesto un acento más social, los que hemos hablado de construir una alternativa más justa y eficaz».
La escena es propicia para Junqueras. Deja a CiU coja, apartada con la crueldad de un manotazo del sueño acariciado de copar el Parlamento catalán. La federación necesitará mendigar el sostén de los republicanos si no pretende desinflar el reto soberanista después de tanto ruido. La primera exigencia de Esquerra para dejarse cortejar será nítida, la misma que Junqueras ha machacado mitin tras mitin: que los nacionalistas no se excusen en la caída de escaños para aguar las expectativas, aceleren hacia la consulta y alberguen un independentismo desacomplejado.
Embutido en medio de un discurso socialdemócrata que discrepa con cierta laxitud de los recortes con los que Mas ha trasquilado los servicios públicos, Junqueras sostiene que desechar el referéndum sería un «fraude» y, en todo caso, teoriza una hoja de ruta que sitúa en 2014 la proclamación de la Cataluña desligada de España. El candidato se ha dejado querer por el president al mismo tiempo que ha esgrimido que no le corre prisa que ERC regrese a la Generalitat porque el objetivo de la formación es, a largo plazo, comandar la república catalana.
Sin embargo, Junqueras ha dejado dicho que será el mejor aliado de Mas si pega un volantazo hacia la independencia y acalla a Josep Antoni Duran i Lleida, repudiado por el soberanismo. Sin duda, Esquerra puede aspirar a dirigir consejerías.
Durante la campaña, el candidato blandió que ocupar el segundo puesto no era una hipótesis descabellada. En el último tramo, quiso moderar las expectativas. «Puede ser que el resultado no sea tan bonito como ahora esperamos», advirtió en Tarragona. La prudencia del líder, que confió a los periodistas que cosecharía 20 escaños, se ha demostrado excesiva.