Como en esta tierra que me vio nacer todo vale y nunca se piden cuentas a nadie – y si se piden, se indulta o amnistía – a los de Aragonés no se les ha ocurrido otra cosa que colgar del edificio histórico de la generalidad una serie de etiquetas gigantes con diversas consignas. Destrozar la imagen de un edificio del siglo XV es ya una barbaridad; tener el cuajo de que el texto de las etiquetas, más adecuadas para las ofertas de un supermercado que para cualquier institución que se precie, sean el culmen del cinismo es de flor natural. Tampoco es extraño ni nuevo, dado que al separatismo le encanta reclamar y exigen cosas como si ellos no gobernasen y tuvieran un quiosco de pipas y cacahuetes en la esquina. En este caso es todavía más hilarante, porque tal parece que las peticiones, y ahora entraremos en una de ellas, se las hicieran a Papá Noel o a los Reyes Magos. Bueno, a éstos últimos no, que son reyes y a saber si borbones.
Veamos un ejemplo: “Queremos más médicos, maestros y Mossos que nunca”. Hombre, campeones, pero si las competencias en sanidad y educación son exclusivamente vuestras y las policiales casi, casi. Si os gastaseis menos dinero en embajadas que solo sirven para enchufar adictos y hacer propaganda separatista o no le dierais a cómicos de todo a un euro millones a punta pala para que perpetren programillas en TV3 igual os daba para contratar a más personal en esos sectores, digo yo. Pero no, siempre el “España nos roba”, la queja, el lamento, el llanto y crujir de dientes y esa cantinela del déficit fiscal que se convierte en un escudo ante la crítica. “Ah, es que Madrid no nos da dinero”, obviando que el que tiene la generalidad se lo gasta, básicamente, en un ejército de mantenidos.
El separatismo todo lo mete en la olla, que todo alimenta, y si tiene que etiquetar la fachada de un edificio que es patrimonio histórico y cargarse la buena fe navideña, pues lo hace y se acabó
Por otro lado, que eso tenga la más mínima relación con las navidades es obviamente discutible. Ah, pero el separatismo todo lo mete en la olla, que todo alimenta, y si tiene que etiquetar la fachada de un edificio que es patrimonio histórico y cargarse la buena fe navideña, pues lo hace y se acabó. Llegados a este punto, pienso que quizá a muchos esta reflexión les parezca baladí. Hay gente que opina que el hecho en sí no demuestra más que el pésimo gusto de los lazis y su capacidad para aprovechar cualquier ocasión para arrimar el ascua a su sardina.
Esto, con ser cierto, no es toda la verdad. Lo que subyace tras esta horrorosa manifestación de mal gusto chapucero – una más, porque otro de los rasgos distintivos del separatismo es su inmensa carencia de buen gusto – y esas consignas de baratillo es algo mucho más profundo y siniestro. Las fiestas navideñas consagran el principio de paz en la tierra a todas las personas de buena voluntad, de hermandad, de cariño, de la familia unida, de los mejores sentimientos y no en último lugar el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Es una fiesta que reúne y no separa, que intenta dejar de lado las diferencias y no resaltarlas, de dar y no de pedir. Pero ninguna de estas cosas acomodan lo más mínimo a quienes solamente viven de atizar el odio, el egoísmo, la insolidaridad, el supremacismo y las actitudes despóticas.
Todo lo que encierra la Navidad, el espíritu de igualdad y fe en la bondad, no puede compadecerse en forma alguna con lo que es el nacionalismo radical. Son los dos polos opuestos del ser humano, el generoso y el codicioso, el que abre los brazos y el que los cierra. Jordi Pujol, acaso el político catalán más parecido al Ebenezer Scrooge del Cuento de Navidad, ha dejado unos buenos herederos. Por eso a la que les hablas de Constitución, igualdad entre todos los españoles, esfuerzo común, fraternidad, tolerancia y amor los separatas cuelgan etiquetitas y responden aquello de “¡Paparruchas!”.