EL MUNDO – 17/07/16
· 265 muertos, casi 3.000 militares detenidos y 2.700 jueces y fiscales arrestados por el alzamiento del que acusa a su enemigo el imán Gülen.
Menos de 24 horas después del inicio de la asonada militar empezó la limpieza. Alrededor de 3.000 militares y más de 2.700 miembros del cuerpo judicial fueron detenidos a lo largo de la tarde de ayer en Turquía. Entre los arrestados, se halla el considerado como uno de los principales instigadores del golpe de Estado fallido: Akin Öztürk, ex comandante de la Fuerza Aérea.
El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, considera a Özturk, así como a su entorno, acólitos de la cofradía de su ex aliado Fethullah Gülen, a quien el mandatario de Turquía acusó ayer de estar detrás del golpe que buscaba su cabeza.
La cifra de las víctimas mortales que causó el alzamiento fue finalmente 265 entre partidarios y detractores de Erdogan. Esto es, 161 muertos entre policías, militares leales y civiles (que salieron a las calles a defender el actual Gobierno) y 104 golpistas.
Respecto a los heridos, éstos superaron los 1.600, debido a la violencia que rodeó los inesperados acontecimientos en las dos principales ciudades turcas.
De acuerdo con fuentes de la Presidencia, todo se había planificado al detalle para una acción feroz y silenciada. Los golpistas querían controlar áreas clave de Estambul y Ankara, como el puente del Bósforo de la primera ciudad y su plaza de Taksim, o el palacio presidencial y la sede de la Inteligencia de la capital.
Los golpistas iban a ocupar los mayores canales televisivos y controlar las emisiones por satélite, así como telecomunicaciones. Los cazas sobrevolaron las urbes para encerrar en su casa a la gente.
«Si hubiesen triunfado [los golpistas], hubiera habido un gran apagón informativo tras el anuncio – que sí se efectuó – en el canal nacional TRT», han relatado fuentes presidenciales. Los soldados tenían listos hasta los nombres de quiénes integrarían la nueva junta de gobierno. La idea era incluso adueñarse de las agencias gubernamentales, bancos públicos, canales nacionales y aeropuertos. La prensa local informó de que tenían más de 400 nombres asignados para cada puesto.
Pero el plan falló. La Presidencia indica que Erdal Öztürk, comandante del Tercer Cuerpo y otro de los señalados como cabecillas de la asonada, pudo haberse echado atrás en plena ejecución. Llamó al repliegue durante la noche del viernes. Fue detenido ayer. Otro de los capturados es el general Adem Huduti, de quien la prensa dijo que estaba durante los últimos meses al cargo de las operaciones contra las milicias kurdas en varias ciudades del sureste de Turquía.
Entre los detenidos no había sólo militares. Además, se ordenó la detención de 2.745 jueces y fiscales turcos. Los más destacados fueron Erdal Tercan y Alparslan Altan, miembros del Tribunal Constitucional, por presunta involucración en el golpe. La Fiscalía de Ankara ordenó detener a 38 miembros del Consejo de Estado, diez de ellos al cerrar esta edición. También se detuvo a 11 de la Corte de Casación y 10 miembros del Consejo Supremo de Jueces y Fiscales.
Desde el Gobierno turco se ha insistido en que todos los detenidos tienen lazos con la cofradía del predicador Fethullah Gülen. Según el periodista de investigación turco Ahmet Sik, sus orígenes se remontan a décadas pasadas, durante los esfuerzos de la OTAN de fundar un cinturón verde islamista contra el comunismo en Oriente Próximo. Durante la década pasada, según Sik, Gülen aprovechó su complicidad con el gobierno islamista de Erdogan para colocar acólitos en puestos clave del Estado.
A finales de 2014, tras el estallido de una serie de escándalos de corrupción en los que el entorno inmediato del presidente estaba involucrado, Erdogan –que ya tildó de «golpe» las redadas de Anticorrupción– ordenó purgar la Policía y la Fiscalía de lo que consideró acólitos de Gülen. Cientos de funcionarios fueron suspendidos o relevados. La reacción de ayer fue similar, pero implicando a los máximos estamentos judiciales y al ejército.
Si los cuatro golpes militares anteriores se habían realizado, con éxito, para alejar el islamismo de las riendas del Estado, esta vez, para el Ejecutivo y la Presidencia, se trata de una venganza fallida del clérigo Gülen.
Gareth Jenkins, un analista especializado en las relaciones entre el poder militar y civil turco, subrayó a EL MUNDO que la división de fidelidades dentro el cuerpo castrense –el Estado Mayor se mantuvo fiel al gobierno en todo momento– pudo contribuir al fracaso.
«Sabemos dos cosas desde hace tiempo: que los militares como institución no podrían hacer un golpe con apoyo unánime y que hay mucho descontento entre los soldados», destaca Jenkins. «Sabemos que hay un pequeño número de partidarios de Gülen, mandos rasos. Pero lo que me preocupa es que, 24 horas después, seguimos sin conocer una sola prueba sólida de la implicación de Gülen», prosigue, y se pregunta: «Si de golpe pueden ordenar detener a tantos nombres, ¿no pudieron hacerlo antes?».
En el centro de la diana del gobierno ahora se halla Fethullah Gülen, residente en Pennsylvania (EEUU), integrado en las listas de terroristas buscados pero cuya extradición Turquía no ha solicitado formalmente. Recep Tayyip Erdogan, durante un baño de masas que se concedió ayer en Ankara, espetó a Barack Obama. «Señor presidente, ya se lo dije antes. O arresta a Fethullah Gülen o lo devuelve a Turquía. No escuchó. Se lo pido de nuevo», vociferó ante una marabunta enfervorecida.
Concentraciones así, iniciadas con Erdogan llamando a la gente a las calles para enfrentarse a los insurrectos, se sucedieron por todo el país. Todas tenían un remarcado carácter islamista, identificación del 50% de los turcos en este país dividido por la opinión sobre el rol de la religión en el Estado. La oposición, que defendió en sus discursos el orden constitucional, apenas pisó la calle. «¡Dios es grande!», cantaban todos los presentes en la plaza de Taksim, símbolo de la Turquía secular.
El primer ministro Yildirim solicitó a la gente seguir en la calle, advirtiendo de que el golpe todavía no estaba superado. «No estoy en contra del ejército, sino de estos golpistas. No se les puede llamar ni soldados», denunció allí Osman, con una bandera turca. «No somos Irán. No queremos la pena de muerte. Pero que caiga sobre ellos todo el peso de la Ley», instó. Otros manifestantes, sin embargo, llamaban a reinstaurar la pena capital, un asunto espinoso porque Turquía la abolió para poder entrar en la Unión Europea.
Este escenario genera preocupación entre algunos turcos que temen que se use la acusación de pertenencia a la cofradía de Gülen como forma de arremeter, a partir de ahora, contra cualquier disidente. Para Gareth Jenkins, «es inquietante que Erdogan se respaldara en la gente, y no en las fuerzas de seguridad, en sus discursos. O sea, puso la seguridad del régimen en manos de una marabunta», concluye. Y sentencia: «Estas concentraciones me recuerdan a las previas a la instauración del fascismo en Alemania».
EL MUNDO – 17/07/16