EL PAÍS 17/04/17
EDITORIAL
· Su exigua victoria le debería impedir avanzar en la senda autoritaria
La victoria del síen el referéndum celebrado en Turquía es una mala noticia. Celebrado bajo la sombra del estado de excepción, la falta de pluralidad informativa y un clima generalizado de intimidación a la oposición, el actual presidente, Recep Tayyip Erdogan, en el poder desde 2003, logra que el electorado turco convalide una reforma constitucional diseñada como un traje a su medida con el fin de dotarle de unos tan amplios como preocupantes poderes.
Tras haber purgado el Ejército, la policía, la Administración y el sistema educativo —se estima que más de 100.000 funcionarios han sido despedidos y 50.000 personas detenidas— Erdogan se hace con todos los resortes del poder de Turquía. Con la entrada en vigor de las 18 enmiendas sometidas a aprobación, Erdogan podrá gobernar por decreto pasando por encima del Parlamento, al que podrá disolver cuando estime necesario, nombrar a la mayoría de jueces del Tribunal Constitucional y permanecer en el poder hasta el año 2029.
En sus manos está ahora decidir por qué camino quiere dirigir a Turquía. El primero, el deseable, sería el de la reconciliación nacional. Consciente de la exigua mayoría que le ha apoyado en su aventura plebiscitaria y autoritaria, debería extender la mano a la oposición democrática y kurda y, también, a la Unión Europea, con la que Turquía comparte una madeja de intereses económicos y de seguridad tan inextricable que hacen inexcusable el entendimiento entre ambas partes.
El segundo camino, peligroso y preocupante, buscaría, considerando que los resultados del referéndum no han sido tan rotundos como esperaba, aprovechar los poderes obtenidos para terminar de liquidar cualquier atisbo de oposición, fuera democrática, gulenista o kurda, así como terminar de marginar a los medios de comunicación independientes.
Con esta reforma constitucional, Turquía se sitúa a las puertas del club de las llamadas “democracias iliberales”, esto es, sistemas políticos donde se vota regularmente pero donde no hay separación de poderes, posibilidades reales de alternancia en el poder ni libertad de información, amén de restricciones a las libertades individuales. Traspasar ese umbral no solo pondría a Turquía en rumbo de colisión con la Unión Europea, especialmente si se restaura la pena de muerte, como ha prometido Erdogan durante su campaña, sino que abriría una época de polarización y confrontación dentro de Turquía. No confiamos mucho en ello pero esperamos que Erdogan administre su victoria con cautela, en beneficio de todos los turcos.