FERNANDO VALLESPÍN-EL PAÍS

  • El presidente turco anda ahora como pollo sin cabeza desplegando su presencia por todas las zonas afectadas por el seísmo

Para la teórica política Judith Shklar la modernidad tenía fecha de nacimiento: el 1 de noviembre de 1755, el día del devastador terremoto de Lisboa. La causa de afirmación tan pintoresca es la extensa reacción intelectual que suscitó entre algunos de los primeros ilustrados. Voltaire le dedicó un poema donde arremetía contra una providencia abandonada de la mano de un Dios supuestamente bueno, mientras que Rousseau le replicó que dejáramos de buscar algún designio en el mundo natural o clamar contra oscuros propósitos divinos; a quien debíamos responsabilizar por tan dramático resultado es al propio hombre. Bien distinto habría sido su efecto si los lisboetas no hubieran edificado casas tan elevadas o no se hubieran preocupado por tratar de rescatar sus cosas de valor en vez de huir. Y Kant abundaría después en la misma idea: si queremos evitar las desdichas humanas, nada mejor que acabar con la mayor de todas, la guerra, producto siempre de la estulticia humana.

En la Siria devastada por la guerra, este terrible terremoto sumó la fuerza de la naturaleza a la tragedia engendrada por su conflicto civil. El resultado está a la vista, una tremenda dificultad para acceder a las zonas afectadas y la práctica imposibilidad de hacer más efectiva la ayuda internacional. Llueve sobre mojado, ruinas sobre ruinas, miseria sobre miseria. En las zonas más afectadas de Turquía es inevitable no preguntarse también por la mano del hombre, por qué unos edificios se derrumbaron como castillos de naipes mientras otros resistían o por qué tantas dificultades para que el rescate llegara a tiempo. ¿Qué papel tienen en este resultado la codicia de los constructores y/o la desidia, la torpeza y la corrupción de los responsables políticos? Como advierte la propia Shklar, detrás de muchos infortunios se oculta casi siempre alguna injusticia, porque muchas de sus consecuencias podrían haberse evitado y, al modo rousseauniano, apuntan a alguna responsabilidad humana, no son solo el despliegue ciego de fuerzas naturales o meros accidentes. “Las fuerzas oscuras que te atormentan, mujer, tienen cada una rostro, dirección y nombre”, por decirlo con los versos de Brecht. Y eso sirve tanto para Siria como para Turquía.