Qué dicha supone para un español que ama a sus clásicos saber que tenemos a un nuevo Quevedo en el Gobierno. Un ministro que no duda en empuñar espada y vizcaína, después de calarse el sombrero y embozarse en la capa, para batirse con quien fuere. Y que, ¡vive Dios!, utiliza la adjetivación castellana más recia, contundente, clásica, que emplearon con liberalidad desde Cervantes hasta Lope o desde Quevedo hasta Góngora.
Un ministro como Óscar Puente, hora es ya de llamarlo por su nombre, que se jacta de tildar de «saco de mierda» al periodista Vito Quiles sin asomo de duda en el empleo de la figura hiperbólica es genial. Porque Don Óscar no duda de nada, que es cosa sabida en los mentideros de la Villa y Corte.
Pero, no contento con espetarle semejante lindeza, va y lo remata con un amenazante «voy a encargarme personalmente de que lo pagues caro», en referencia a un quítame allá esas matrículas de vehículos. Lo llamativo no es lo que Vito haya podido hacer o no, lo folletinesco es que Puente dirige su cuenta en X como un tudesco de los Tercios comería una pata de cabrito: cuchillo en mano y a dentelladas, ayudándose de un cacho de pan y un trago de vino para hacerlo bajar todo.
Pero ministro, sepa Vuesa Merced que eso de insultar a un periodista para luego amenazarlo es feo. Qué digo feo, es puro matonismo
Puente tiene bloqueada a media España –servidor incluido– así que igual este es el muro del que nos ha hablado Sánchez tantas veces. Pero ministro, sepa Vuesa Merced que eso de insultar a un periodista para luego amenazarlo es feo. Qué digo feo, es puro matonismo amparado en la púrpura gubernamental. Luego se quejará de que se le trata mal. Hombre, llamando saco de mierda a los periodistas ya me dirá que espera usted.
Y mira que podría haberse lucido, porque yo creo y defiendo la esgrima entre el político y la prensa. Podría haber puesto un tuit que dijera: «Algo huele a podrido en Dinamarca y no sé si el señor Quiles ha estado por ahí últimamente». O bien: «No oso meterme con alguien que se llame Vito, por si las cabezas de caballo». O: «Es tristísimo sufrir el Baile de San Vito».
Pero me detengo porque estoy haciendo una pésima parodia del diálogo que Cyrano mantiene en el primer acto con un insolente petimetre que se las da osado aludiendo a la gran nariz del citado mosquetero. Valvert, que así se llama el pisaverde, dice pedante y estúpido «Tenéis… tenéis… una nariz… ¡una nariz muy grande!». Creyéndose un fino y agudo cerebro se dispone a marchar cuando Cyrano, que lo ha escuchado con una calma que debería haber echo huir aterrorizado a Valvert, pregunta: «¿Eso es todo?».
Ah, feliz ignorancia del ministro, felices quienes le ríen la gracia o le aplauden
Y, a partir de ahí, el noble De Bergerac le da una lección acerca de las muchas cosas que podía haber dicho de su enorme apéndice nasal. Finaliza, antes de batirse en duelo y darle una estocada al impertinente estúpido, con estas palabras: «Todo esto, poco más, es lo que hubierais dicho si tuvieseis ingenio o algunas letras». Ah, feliz ignorancia del ministro, felices quienes le ríen la gracia o le aplauden. Mais… Et je te préviens, Myrmidon, et à la fin je te blesse!