ERNESTO LADRÓN DE GUEVARA – EUSKADI INFORMACIÓN GLOBAL – 09/12/16
· “Las políticas de euskaldunización, la segregación genérica a través de la presión lingüística del profesorado no adicto a las tesis nacionalistas, las ikastolas, los libros y material de enseñanza adulterados, y los elementos de aculturación difusa como son los albergues y colonias, las revistas infantiles y juveniles, los clubes de montaña, y todas las actividades que giran alrededor de la actividad educativa de las ikastolas y de sus organizaciones culturales”, son los principales instrumentos adoctrinadores utilizados por el mundo nacionalista vasco para hacerse fuerte ganando a las nuevas generaciones.
Así lo explica el escritor, articulista y profesor Ernesto Ladrón de Guevara, miembro del Foro de Ermua y doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación, que acaba de actualizar su libro “Educación y nacionalismo”, una herramienta imprescindible para comprender cómo el mundo nacionalista vasco, a través del sistema educativo y de la imposición de la enseñanza del euskera, ha transmitido a las nuevas generaciones, con gran éxito, una visión manipulada, sectaria y ficticia del pasado y del presente del País Vasco…
En su nuevo trabajo, “El nacionalismo obligatorio en las aulas”, acertadamente subtitulado como “Un genocidio cultural al servicio del proyecto secesionista”, Ladrón de Guevara detalla cómo, en el mundo nacionalista, el euskera es más que una lengua. “Es un vehículo para transmitir emociones y sentimientos, para comunicar actitudes y comportamientos, y para infundir un imaginario político y unos contenidos de conocimiento donde lo vasco se contrapone a otras identidades. De esta manera el nacionalismo ha conseguido reforzar los sentimientos identitarios».Para el autor, “los nacionalistas han buscado un clima de victimismo y han fantaseado con unos enemigos inexistentes, necesarios para configurar un bloque político inexpugnable sobre la base de la ilusión virtual de un poder inexistente que ha oprimido a los vascos desde la noche de los tiempos. Ese imaginario nacionalista más próximo al mito y a la leyenda que a la realidad histórica ha ido consolidándose en las conciencias de las últimas generaciones a través de un sistema adoctrinador complementado por determinados medios de comunicación que están bajo el influjo nacionalista y otros mecanismos de aculturación.”
En opinión de Ernesto Ladrón de Guevara, durante todo el siglo XX, y especialmente durante el periodo de la democracia constitucional inaugurada con la Constitución de 1978, “los nacionalistas han conseguido hacerse fuertes ganando a las nuevas generaciones a través de una serie de instrumentos adoctrinadores mediante los que han canalizado una cosmovisión concreta del mundo y de las cosas que ha generado la sensación basada en la verdad a medias en algún caso o en la mentira sonrojante de que Euskadi o Euskal Herria es una nación oprimida, colonizada y que tiene que alcanzar la emancipación. Esos instrumentos han sido básicamente las políticas de euskaldunización, la segregación genérica a través de la presión lingüistica del profesorado no adicto a las tesis nacionalistas, las ikastolas, los libros y material de enseñanza adulterados, y los elementos de aculturación difusa como son los albergues y colonias, las revistas infantiles y juveniles, los clubes de montaña, y todas las actividades que giran alrededor de la actividad educativa de las ikastolas y sus organizaciones culturales.”
Todo esto, tal y como se detalla concienzudamente en el libro “El nacionalismo obligatorio en las aulas”, “ha servido de vehículo eficaz para crear una conciencia nacionalista de forma etérea e impune desde un punto de vista jurídico, pero profundamente perturbadora y deleznable desde el plano moral. Con ello se han adulterado los principios que fundamentan la democracia. Si el pluralismo político y las libertades han estado sojuzgadas mediante un terrorismo explícito hasta hace muy poco y de forma latente en la actualidad, el respeto a los derechos fundamentales de las personas, aunque éstos no tengan una concreción suficiente en el ordenamiento jurídico como para instar a su amparo por los mecanismos ordinarios, también ha quedado en entredicho.”
Para el autor, todo este proceso “se ha hecho con la pasividad y el consentimiento de los grandes partidos constitucionalistas que no han sabido o no han querido modificar esa realidad ni frenar los impulsos manipuladores del hecho educativo, posibilitando que el nacionalismo entretejiera un programa perfectamente planificado en el tiempo para diluir socialmente cualquier obstáculo a sus pretensiones y objetivos disgregadores de la unidad política y territorial de España. La última página de la Historia en este proceso está aún por escribir, pero no falta mucho para verse el resultado.”