- Se aproximan las fiestas navideñas y algunos no las felicitarán para no ofender a los musulmanes europeos, pero los tradicionales mercados navideños estarán fuertemente protegidos contra posibles ataques islamistas. Los rezos masivos durante el Ramadán y el degüello de miles de corderos vivos en espacios públicos no corren peligro
Cuando conmemoramos el 10º aniversario de aquellos desgraciados atentados en París, me pregunto sobre la compatibilidad de un número cada vez mayor de musulmanes en nuestras sociedades occidentales libres. Hace diez años fallecieron en la capital gala 130 personas y 415 resultaron heridas. Nada es lo mismo en Francia desde entonces: el país vive en constante alerta antiterrorista. También España. Cuatro meses después, otros yihadistas se autoinmolaron en el metro y en el aeropuerto de Bruselas, con el resultado de 35 fallecidos y 340 heridos. Hoy se suceden noticias sobre apuñalamientos y atropellos en Europa, algunas veces al grito de Allah Akbar, pero la Policía se apresura a descartar atentados terroristas y la prensa los atribuye a perturbados. Se aproximan las fiestas navideñas y algunos no las felicitarán para no ofender a los musulmanes europeos, pero los tradicionales mercados navideños estarán fuertemente protegidos contra posibles ataques islamistas. Los rezos masivos durante el Ramadán y el degüello de miles de corderos vivos en espacios públicos no corren peligro.
En Pamplona, cuatro magrebíes violaron el mes pasado a una joven cuando salía de una fiesta universitaria. Vivían en tiendas de campaña junto al río y tres de ellos tenían orden de expulsión. El periódico progubernamental por excelencia se refería a ellos como «cuatro hombres» o «cuatro detenidos». Frente a aquella otra manada formada por españoles que desde 2016 arrojó titulares y manifestaciones feministas durante años, esta pasó casi inadvertida para los medios mayoritarios. Prácticamente, nada hemos sabido de otros tres marroquíes que violaron a una compatriota suya en el garaje de un bloque de viviendas ocupado en Cartaya (Huelva). Después no dimos crédito al secuestro durante siete días, torturas con un soplete, y violaciones a una mujer de 50 años en Alicante por parte de tres argelinos, cuyo cabecilla atiende al nombre de Hamza. Con insultos y amenazas se nos impide reconocer y aceptar abiertamente la incompatibilidad de muchos de estos sujetos con nuestras sociedades occidentales libres y desarrolladas. Se nos acalla, intimida y amordaza para no tomar las medidas preventivas necesarias en vez de reaccionar a cada una de esas violaciones después de que ya han destrozado la vida de la víctima y de sus familiares. La mujer blanca europea u occidental vale para algunos de ellos aún menos que la musulmana, y supone un objeto de abuso sexual aceptable. Ya lo decía hace más de diez años la política británica Sayeeda Warsi, hija de inmigrantes paquistaníes en el Reino Unido: «algunos hombres paquistaníes piensan que las jóvenes blancas son un objeto legítimo de abuso sexual». Lo confirmaba con palabras más contundentes Salahdin, un joven de 2ª generación bien integrado en España, en una entrevista con la periodista Valecillo en septiembre. También calificaba la integración de los jóvenes marroquíes como una «batalla perdida» a causa de sus propias familias, que les arrastran a sus costumbres. No tenemos más que mirar a Francia, Bélgica, Países Bajos, …
Recientemente, he leído las limitaciones que sufren niñas musulmanas en El Raval de Barcelona cuando alcanzan la pubertad por parte de sus padres y familias. Las separan de cualquier contacto con niños varones de su edad, dejan de asistir a juegos y excursiones, e incluso las aíslan como paso previo a un matrimonio forzoso. ¿Realmente funciona este multiculturalismo impuesto entre civilizaciones antagónicas? ¿Funciona la ‘diversidad’ elogiada cada vez por menos abducidos? ¿Sale más rentable social y económicamente intentar «educar» contra su voluntad a quienes en número creciente ni quieren ni se dejan, o reconocer nuestra incompatibilidad y actuar en consecuencia?
También últimamente hemos conocido una práctica inaudita que se ha extendido por todo el territorio nacional: el abandono de niños menores de edad por padres marroquíes acomodados que vienen a España de vacaciones. Antes de regresar a Marruecos, los abandonan junto a comisarías de policía o centros de acogida para que las instituciones españolas los mantengan y eduquen y, si acaso, poder pedir la reunificación familiar en España cuando alcancen la mayoría de edad. La policía ha detenido a decenas de progenitores marroquíes en Zaragoza, Bilbao, Tarragona, Baleares, Granada, Castellón y Orense. Otras familias viven en España.
Recientemente, la Ertzaintza ha publicado los detenidos por diferentes delitos desde enero a septiembre, según zonas geográficas de procedencia. Los magrebíes suponen alrededor del 1,7 % de la población vasca, pero de los 350 varones extranjeros detenidos por robos con violencia, 293 fueron magrebíes, frente a 66 españoles. Hubo 124 extranjeros detenidos por delitos sexuales, de los que 54 eran magrebíes; frente a 59 españoles. No descarto que entre los españoles hubiese también nacionalizados.
Varios informes de Inteligencia advierten de la instrumentalización de los flujos migratorios por parte de ‘actores estatales hostiles’. Marruecos nos envía a los desahuciados de su sociedad. El último informe oficial sobre delitos sexuales en 2023 atribuía a ciudadanos marroquíes el 7,3 % del total de autorías, siempre a la cabeza de los extranjeros desde que existían esos informes en 2017. Curiosamente, se han dejado de elaborar para el 2024. La población carcelaria marroquí en España supone un tercio (1/3) de todos los extranjeros encarcelados, aunque representa menos del 2 % de la población del país. Un porcentaje no inferior al 40 % de los yihadistas detenidos en España son marroquíes o sus descendientes ya españoles, y cada vez más jóvenes. En la última década, las nacionalizaciones de marroquíes por residencia han supuesto entre el 25 % y el 30 % del total, algunos años equiparando la suma de las seis siguientes nacionalidades.
Ante estas advertencias, sería impensable que una sociedad libre y madura no reaccionase pidiendo medidas preventivas contundentes frente a un antisemitismo creciente, homofobia, guetos, marginalidad, incivismo, desempleo y abuso de ayudas, islamización, también en las escuelas, minusvaloración de la mujer, … Pero el grandísimo poder económico y comercial de potencias islamistas como Qatar, y su financiación repartida durante décadas entre instituciones públicas, universidades, prestigiosas fundaciones internacionales, lobbies, medios de comunicación, … Han logrado atenazarnos, crear un sentimiento obligado de aceptación, intimidarnos, apelar a la falsa islamofobia, denunciarnos por delitos de odio inexistentes, cancelarnos, amordazarnos … Para expandirse y acallar cualquier oposición legítima a sus desmanes en Occidente.
- Alejandro Espinosa Solana es autor del libro Hacia una Europa Islamizada