LUIS HARANBURU ALTUNA-El CORREO

  • El fallecido Mikel Azurmendi conoció el exilio dos veces, la primera con Franco y la segunda por el acoso del nacionalismo vasco

Su último ensayo lleva por título ‘El individuo y la máscara’ y contiene el legado intelectual, político y moral de una vida dedicada a la búsqueda incesante de la verdad y del amor. Recuerda en él las dificultades que hubo de vencer a la hora de afrontar la miseria moral y política que asolaba al País Vasco cuando, ante sus alumnos de la Universidad, clamaba por la verdad: «Pese a que yo tenía muy claro que asesinar era malo, no lograba convencer en clase a centenares de estudiantes de que su posición favorable al terrorismo de ETA era inmoral. Comprobaba a diario que era imposible la discusión moral e incluso se mostraba a menudo muy peligrosa para mi vida».

Mikel Azurmendi conoció el exilio por dos veces, la primera con Franco y la segunda por el acoso del nacionalismo vasco. ETA buscó su muerte y Mikel hubo de abandonar el País Vasco que tanto amaba. Y porque amaba lo vasco por encima de todas las miserias dedicó su vida a investigar su alma y comprender su intrahistoria. Su rebeldía ante la sectaria obcecación de algunos no impidió que Mikel cultivara hasta su último aliento la profunda sabiduría que encierran muchos giros y términos del euskera. Como Heidegger con el griego clásico, Mikel era capaz de evocar toda una cosmovisión desde el euskera.

El antropólogo que era Mikel Azurmendi estableció un nuevo paradigma para entender la historia de los vascos. En su ensayo sobre Manuel Larramendi identificó las claves y los fundamentos ideológicos que habrían de sustentar el nacionalismo vasco en su origen y desarrollo. Pero Mikel no era hombre de un único registro intelectual; desde los años 60 cultivó la poesía en euskera y fue galardonado por ello, también en su lengua materna escribió relatos y sus primeros esbozos como antropólogo. Era un profundo conocedor del euskera y fue un lector apasionado e incansable de Axular.

De Mikel Azurmendi son sobre todo conocidas sus obras de pensamiento y análisis, pero lo son menos sus novelas tanto de contenido histórico como actuales que denotan una escritura vivaz y un lenguaje depurado. Mikel fue un novelista de talla que el tiempo sabrá apreciar. Hay, sin embargo, en la vida de Mikel Azurmendi un acontecimiento que marcó su vida en los últimos años: el de su conversión.

Mikel Azurmendi era alguien exigente y audaz que gustaba de remar contracorriente. Ya en su lúcida senectud reencontró la fe que abandonó en su juventud. Hace cinco años vivió una experiencia crucial que lo llevó a encararse con la muerte. Gravemente enfermo, pudo retomar el hilo de su destino, que como cuenta en su autobiografía había ya barruntado en su encuentro con grupos de cristianos enfeudados en la entrega y en el amor. Mikel se encontró a sí mismo cuando encontró a quienes eran capaces de darlo todo sin pedir nada a cambió. En su libro titulado ‘El abrazo’ narra las maneras y los porqués de su conversión humana y cristiana. Nadie es profeta en su tierra, reza el refrán, y efectivamente ha sido fuera del País Vasco y de España donde la voz y la escritura de Azurmendi han hallado la fecundidad y el éxito. La versión italiana de ‘El abrazo’ va por la undécima edición con más de 60.000 ejemplares vendidos.

He tenido la gran suerte de gozar de la amistad de Mikel Azurmendi. He sido su editor y amigo y su generosidad me ha proporcionado no pocas empatías y muchas complicidades. El azar ha querido que el día de su muerte, pocas horas antes de morir, Mikel me escribiera un lúcido mensaje, dando continuidad a un intercambio postal en el que Baruch Spinoza era protagonista. En dicho mensaje Mikel esboza así al filósofo holandés al que tanto admiraba: «Errebeldia eta xamurtasuna lotu loturik zeramatzan gizona»: dice Mikel que Spinoza era alguien que reunía en su persona la rebeldía y el amor más tierno. Pienso que ambas cualidades retratan también la personalidad de Azurmendi. Errebeldia eta xamurtasuna.

Mikel fue rebelde con los enmascarados de toda laya y fue capaz del amor más tierno para quienes se abrían a su abrazo. Decía Spinoza que la muerte no puede asustar a quienes la contemplan desde la perspectiva de la eternidad y yo estoy seguro de que cuando la muerte vino a buscar a Mikel, en su huerto de Igeldo, la recibió con un abrazo.