Agustín Valladolid-Opinión

El problema principal de la izquierda es su incapacidad para frenar la desigualdad y remontar el impacto de la crisis financiera en las clases medias

Lo más llamativo del caso Errejón no son los detalles que se van conociendo de su anómalo comportamiento. Lo extraordinario es el destrozo que está ocasionando en la izquierda. Al menos en esa izquierda que llegó para regenerarnos a todos. Hasta el punto de que se da por hecha la desaparición de Sumar, lo que dice mucho de los fundamentos a partir de los cuales se puso en pie la formación hasta ahora liderada por Yolanda Díaz.

Se admite sin mayor problema que Íñigo Errejón se ha llevado por delante a Sumar y que va a dejar muy tocado a Más Madrid, anticipando la subasta de las rebañaduras por las que pujarán Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Hay quien pronostica que el de Podemos volverá a dejarse la coleta y sacará del último cajón de la cómoda las pinturas de guerra. Si no las ha sacado ya. Pero lo que es seguro es que el general secretario del Partido Socialista no va a dejar pasar la ocasión para acabar de succionar a su socio de gobierno.

Errejón ha sido la mina que te explota en mitad del camino, pero no es el culpable de la debacle. La causante principal del naufragio es quien no ha sido capaz de construir un proyecto lo suficientemente sólido como para impedir que un episodio como este se lo lleve por delante. La responsable principal es una política que, desde que lanzara la marca en el verano de 2022, no ha dado una a derechas, ni a izquierdas, empezando por su incapacidad para aglutinar a las principales sensibilidades de eso que los teóricos del gobierno progresista llaman la izquierda alternativa, y construir a partir de esa premisa una mínima estructura de partido capaz de soportar la apuesta.

No es Errejón el culpable de la debacle de Sumar. Él solo ha encendido la cerilla que va a reducir a cenizas el juguete de cartón piedra fabricado por Yolanda Díaz

No es Errejón el que se va a cargar Sumar. Él solo ha encendido la cerilla que va a reducir a cenizas el juguete de cartón piedra erigido por Yolanda Díaz. La vicepresidenta lo ha hecho tan rematadamente mal que ha conseguido lo que parecía imposible: que su antiguo mentor y hoy acérrimo enemigo, Pablo Iglesias, haya salido del agujero en el que se metió cuando firmó ante notario la compraventa del chalé de Galapagar.

Algo está cambiando cuando la intelligentsia orgánica de la izquierda advierte que, de seguir así, ni siquiera la aprobación de los presupuestos serviría para sostener al gobierno de coalición. No lo dicen abiertamente, pero son el caso Begoña Gómez, que es también el caso Koldo y el caso Ábalos, y que puede acabar siendo el caso Sánchez, los que “se asemejan demasiado a las [acusaciones] de la etapa de podredumbre de la ‘vieja política’” y están provocando una creciente desmoralización en el electorado progresista.

El problema de una izquierda devorada por sus obcecaciones no es Errejón, ni todos los Errejones que puedan aparecer, sino la creciente dificultad con la que se topa para disimular con eslóganes prefabricados el que acabará percibiéndose como su principal fracaso: no haber sabido remontar con políticas consistentes, y más allá de operaciones puntuales de protección social y subvenciones en clave electoral con fecha de caducidad, el impacto de la crisis financiera de 2008 en las clases medias y populares.

Ya sé que los muy acérrimos no conceden a Felipe González ninguna autoridad, pero el expresidente lo acaba de expresar con molesta precisión: “No reconocer que se han aumentado las desigualdades es chocarse de frente con una realidad, porque una pareja con dos sueldos y con treinta y pico años no tiene acceso a la vivienda. Es porque sus ingresos, en términos comparativos, son más desiguales de lo que eran antes”.

Algo está cambiando cuando la ‘intelligentsia’ orgánica de la izquierda advierte que, de seguir así, ni siquiera la aprobación de los presupuestos serviría para sostener al gobierno de coalición

Hay datos, entre los que aparecen en los Indicadores de Calidad de Vida del Instituto Nacional de Estadística (INE), que no solo desmienten la euforia gubernamental (“La economía [dopada] va como un tiro”); lo más amenazador para las expectativas de la izquierda es que desvelan una realidad que Sánchez intenta a toda costa ocultar: las familias que sufren carencia material severa han pasado en estos años del 3,6% al 9% de la población; si en la crisis financiera los ciudadanos que tenían problemas para hacer frente a pagos imprevistos alcanzaban el 27%, hoy llegan al 37%.

Más datos, oficiales, del INE: el 14% de las familias no puede atender puntualmente sus obligaciones de pago, frente al 8% de 2008; el 8%, de la población vive en situación de hacinamiento, un tercio más que en 2008; y un 23% no tiene capacidad económica para arreglar deficiencias graves en sus domicilios, un 7,6% más que en 2008.

Y las cifras clave: el PIB per cápita es hoy solo un 4% más alto que en 2007 y la renta media, según Eurostat, ha pasado de los 25.420 euros de 2019 a los 25.620 de 2024. Una evolución raquítica. Una brutal pérdida de poder adquisitivo que demuestra hasta qué punto las políticas del Gobierno han sido ineficaces a la hora de aprovechar el intenso crecimiento del PIB nacional, y el significativo incremento de la recaudación fiscal (15,1% en 2021, 14,4% en 2022 y 6,4% en 2023), para mejorar las condiciones de vida de las familias españolas.

Eso sin contar con los fondos europeos, cuya gestión sigue adoleciendo de una injustificable falta de transparencia, ni por el momento contar con una evaluación más o menos exacta del impacto que tendría en el bienestar general de los españoles la creación de una Agencia Tributaria catalana que recaudara en su territorio el cien por cien de los impuestos.

¿Errejón? No, el fracaso a la hora de frenar el aumento de la desigualdad. Será esto, junto a la frustración de una juventud que se siente mayoritariamente abandonada, lo que acabará llevándose por delante a la izquierda.