Francesc de Carreras-El Confidencial
- La mayor potencia comercial del mundo es débil en política exterior y defensa. De aquellos polvos vienen estos lodos. Uno de los polvos ha sido la política occidental respecto a Rusia
Hubert Védrine, prestigioso socialista francés y antiguo ministro de Asuntos Exteriores en el gabinete de Lionel Jospin entre 1997 y 2002, justo en los años que Putin accedió al poder en Rusia, declaró a ‘Le Figaro’ el mismo día que las tropas rusas cruzaron la frontera con Ucrania:
«El Putin de 2022 es en gran medida el resultado de las andanzas, frivolidades y errores de Occidente durante treinta años. Dicho esto, veo que acaba de tomar una decisión no solo condenable sino absurda desde su punto de vista. Es un táctico, no un estratega (…) La agresión va mucho más allá de reconocer una pseudoindependencia de entidades que Rusia ya controlaba [se refiere a Donetsk y Lugansk o quizás a todo el Donbás]. Es un error histórico».
A lo largo de la entrevista, Védrine refiere que antiguos y relevantes jefes de la diplomacia y la seguridad de EEUU, como Henry Kissinger y Zbigniew Brezezinski, sostenían tesis parecidas en cuanto a las equivocaciones occidentales. En definitiva, según el político socialista francés, ha habido errores de Occidente, errores rusos y, ya en la tesitura actual, un error histórico, la agresión militar, sobre la que expresa su más absoluta condena. Hago mío el texto de Védrine, pienso lo mismo y paso a comentarlo.
El hundimiento y fragmentación de la URSS a fines de los ochenta y principios de la década siguiente fue un gran acontecimiento que debía cambiar la geopolítica mundial y en parte lo hizo, pero Europa, impotente en política exterior y en defensa, desaprovechó una gran ocasión para situarse en el mundo como gran potencia y contribuir así a la paz mundial.
En estos treinta años, la Unión Europea ha experimentado considerables avances en su proceso de unidad, todos ellos positivos, pero ninguno en los dos campos citados: la política exterior está en manos de los estados miembros, la defensa ha sido cedida a la OTAN, es decir, a EEUU. La mayor potencia comercial del mundo es débil en estos dos flancos, nos han faltado estadistas para comprenderlo. De aquellos polvos vienen estos lodos. Uno de los polvos ha sido la política occidental respecto a Rusia.
Solo las reformas en un régimen ampliamente democrático pueden ir cambiando de forma paulatina la sociedad
El final de la URSS tuvo por parte rusa un político de excepción: Mijaíl Gorbachov. Desde 1985 dirigía la cúpula soviética y había iniciado unas reformas de gran calado para una muy difícil transición a la democracia (‘gladnost’) y a la economía de mercado (‘perestroika’). Nadie pudo dudar de sus sinceras intenciones en ambas facetas, tampoco de su habilidad y su prudencia política. En aquella complicada situación, Gorbachov fue sorteando múltiples obstáculos hasta que la reacción de ciertas altas esferas del antiguo partido comunista aliadas con un sector de militares duros, le derrotaron y en su lugar pusieron a Yeltsin, un demagogo de talla política muy inferior y, sobre todo, dispuesto a que el botín que implicaban las reformas económicas se repartiera de tal manera que el paso a la economía de mercado favoreciera a los grupos que le protegían: de ahí los oligarcas.
Aquello no fue una economía de mercado a la europea, regida más o menos por las reglas de la competencia, sino un «capitalismo de amiguetes» llevado a su grado máximo, una rapiña con la que hacerse multimillonario, o simplemente rico de por vida tanto él como sus descendientes, estaba al alcance cualquiera que estuviera cercano al poder, al círculo de Yeltsin y de sus emisarios en los estados de la extensa federación rusa. Pensemos lo que supone convertir un país sin propiedad privada en uno en el que se reparte todo lo que antes era público.
Pues bien, el reparto de esas inmensas riquezas acumuladas durante décadas por el Estado soviético se hizo mediante el pillaje, el saqueo a mansalva, el despojo. Desde el poder político, sin reglas establecidas, controlado todo por la antigua burocracia y el aparato del partido comunista que habían dejado de lado sus presumibles ideas originarias desde hacía decenios, prácticamente desde el principio de la revolución, como bien advirtió Trotsky ya en los años veinte. La condición humana es así y las revoluciones súbitas acaban en que el más violento accede al poder y lo ejerce sin límites; solo las reformas, aunque más lentas, en un régimen ampliamente democrático pueden ir cambiando de forma paulatina la sociedad haciéndola más libre e igualitaria.
Cuando Putin llegó al poder, a comienzos del año 2000, se encontró con este panorama: de una sociedad con muy escaso consumo, sin libertades públicas pero socialmente equitativa, se había pasado a otro tipo de sociedad más desigual que ninguna donde la oligarquía económica mandaba sobre el poder político. Putin quiso iniciar una nueva fase: el poder político debía ser autónomo respecto a la élite económica y, si ello era así, se respetarían los derechos adquiridos por esta nueva clase tan poderosa y emergería un Estado, separado del poder económico, que se cuidaría del bienestar y las libertades de los ciudadanos rusos. Ese era el momento en que Putin, que estuvo bien dispuesto a colaborar con Occidente y lo demostró con hechos, por ejemplo en Afganistán tras el 11-M, intentó buscar la ayuda occidental. Pero no la encontró.
La ayuda occidental debía consistir, sobre todo, en el intercambio comercial asegurado por acuerdos con la UE que aportaran beneficios mutuos: Rusia vendía petróleo, gas y cereales a los países europeos, estos se beneficiarían de este probable crecimiento económico ruso exportándole productos manufacturados. Junto a este acuerdo económico, Rusia reclamaba un pacto en políticas de seguridad: no solo se debía respetar su territorio, tan disminuido ya tras los acuerdos de 1991, sino que las fuerzas de la OTAN debían mantenerse alejadas de sus estrictas fronteras: es el secular miedo de los rusos a ser invadidos. Todo esto no se cumplió. Si los rusos habían sido humillados por Yeltsin y los oligarcas, ahora lo volvían a ser por los grandes países occidentales.
En efecto, no hubo acuerdos con la UE ni por asomo y las tropas de la OTAN se fueron acercando paulatinamente a la frontera rusa. En 1992 se había disuelto el Pacto de Varsovia, mientras la organización militar atlántica había doblado el número de sus estados miembros. Cuando en 2008 se anunció la entrada de Ucrania en la OTAN, Putin respondió con la anexión de territorios situados en Georgia, después hizo lo propio con Crimea para tener una salida al Mediterráneo, ahora ha cometido su error máximo al invadir Ucrania, amenazando incluso con bombardear la mayor central nuclear de la Europa del este. El peligro de una guerra nuclear amenaza al mundo y una gran parte de este mundo, principalmente el europeo, lógicamente atemorizado, se ha rebelado por unanimidad contra la Rusia de Putin.
Si el gran error militar de Hitler fue invadir Rusia, el gran error militar de Putin ha sido invadir Ucrania. El final no está escrito, pero, como decíamos antes, de aquellos polvos vienen estos lodos, porque en el lodazal estamos.