Miquel Giménez-Vozpópuli

El fin de semana ha sido testigo de estallidos de violencia y disturbios en mi tierra. Ciudades como Molins de Rei, Manresa o Vic han visto en sus calles peleas tumultuarias, containers incendiados, cristales de comercios destrozados, pillaje y severísimas alteraciones del orden público. Algo tan habitual que ya no llama la atención de nadie, salvo de los vecinos que tienen que sufrir las consecuencias de la inacción por parte de ayuntamientos generalidad.

Los colectivos que protagonizan esa barbarie podrían ser de aquí, y los calificaría igualmente de peligro social e instaría a su identificación y detención. Son gente, sin embargo, proveniente de la inmigración. En Manresa, por vía de ejemplo, lo que se puede denominar batalla campal se desarrolló entre marroquís y dominicanos. Esto no es cosa de ahora y en mi barrio es frecuente ver trifulcas a plena luz del día, machete en mano, por ver quien se queda con el comercio de estupefacientes o la prostitución en una calle. Los partidos, especialmente los de izquierda, se niegan a hablar de lo que ya es un problema semejante al que sufren las banlieus francesas hace tiempo. Un problema que hay que afrontar llamando, de entrada, a las cosas por su nombre: no estamos refiriéndonos a inmigrantes ilegales sino a delincuentes impunes. No se trata de acoger o no a gente que huya de la miseria, la guerra o la persecución, se trata de combatir la delincuencia. No podemos limitarnos a encogernos de hombros y soltar “Son sus costumbres” porque la ablación de clítoris, los matrimonios concertados de menores, el tráfico de personas, la distribución de estupefacientes, la ocupación de viviendas u otros delitos como el robo, el atraco a mano armada o, simplemente, la intimidación y agresión, no son costumbres. Son delitos tipificados en el Código Penal y deben ser perseguidos.

No se trata de acoger o no a gente que huya de la miseria, la guerra o la persecución, se trata de combatir la delincuencia

En una nación que se desintegra por momentos y en la que se vende la Constitución a cambio de una legislatura a nadie debe extrañar que pasen tales cosas. Si se pretende amnistiar a quienes cometieron un golpe de estado o blanquear a los que se pasaron años asesinando, torturando, secuestrando y extorsionando so pretexto de una abstrusa independencia lo anteriormente descrito parece una merienda infantil.

Pero no lo es, porque todo va unido. Deberíamos dejar a un lado el concepto inmigración, dado que hay mucha gente que ha venido de otros lugares a buscar una vida mejor en nuestro país y trabaja como el que más para conseguirlo. El problema no es de dónde proceden ni al dios que rezan. El problema es que ese colectivo que abarca muchas naciones sólo adora al dios del crimen, al de la violencia, al de la brutalidad ejercida incluso contra sus propios compatriotas. Y como eso es barbarie, porque cuando el imperio de la ley se desmorona lo que queda en pie es la ley del más fuerte, la del bárbaro con machete, katana o arma de fuego, hay que combatirla. Lo que está pasando en Cataluña y en el resto de España es el inicio de una brutal agresión contra las personas de bien que aspiran a vivir en paz y disfrutar de un estado que los proteja ante los matones.

Deberíamos dejar a un lado el concepto inmigración, dado que hay mucha gente que ha venido de otros lugares a buscar una vida mejor en nuestro país y trabaja como el que más para conseguirlo. El problema no es de dónde proceden ni al dios que rezan

Todos los partidos deberían firmar un pacto nacional contra esa barbarie, ese atentado cotidiano que viven miles y miles de españoles, singularmente aquellos que residen en los barrios más humildes. Porque sin justicia no puede existir igualdad y sin igualdad no hay democracia.