El proceso de liquidación de un grupo armado como ETA en nada se parece a un conejo salido de una chistera. Más bien, como diría Jesulín, «es como un toro»: se le ve venir. La liquidación de los poli-milis se inició seis años antes; la de los milis ni siquiera ha empezado. No hay traza de que estén dispuestos a desaparecer, y sin ella, no hay Gobierno democrático que pueda pactar al final.
El pasado sábado en San Sebastián, auspiciado por la Fundación Fernando Buesa, se celebró una jornada de estudio dirigida por Joseba Arregi bajo el título Luces y sombras en la reinserción de ETA Político-militar. Acudieron viejos protagonistas de aquella negociación, primero, con el Gobierno de la UCD y después con el del PSOE, puesto que éste prosiguió hasta finalizar la tarea que iniciaron Onaindia y el ministro Rosón, ambos hoy desaparecidos, que tuvieron un papel fundamental.
La ponencia de Xabier Markiegi, antiguo miembro de la ejecutiva de Euskadiko Ezkerra y posteriormente ararteko, residente hoy en el extranjero, gozó de la virtud de la claridad. Se apoyaba en un texto proyectado en una pantalla donde se iban descubriendo los hechos que fueron abocando a aquella ETA a asumir el proceso democrático y reinsertarse en la sociedad, al socaire de la aprobación del Estatuto de Autonomía, por medio de una especie de prolongación, no estricta, de la amnistía de 1977. Sobre Xabier Markiegi recae la leyenda de ser el único miembro de aquella ejecutiva de EE que se presentaba con papeles escritos a sus reuniones, y eso también se le agredeció en su exposición. Porque en el relato de fechas expuestos sobre la pantalla podía deducirse de aquella experiencia -nada político se negoció en ella: sólo la salida de los presos y vuelta de los exiliados tras la renuncia al terrorismo- que los procesos de liquidación de un grupo armado de este tipo en nada se parece a un conejo salido de una chistera. Más bien, como diría Jesulín, el proceso «es como un toro»; es decir, se le ve venir desde el desencajonamiento.
A aquella experiencia -imposible de extrapolar en la actualidad no sólo por la actitud de la ETA que sobrevivió, vacunada desde entonces ante aquel proceso, sino porque el Estado que salió de la Transición está hoy conformado y las barreras que superar serían más difíciles y complicadas- se le vio venir de lejos. Desde la apuesta por la política sobre la violencia (lo que le costaría la vida a Pertur), a la aceptación de la amnistía tal como la concedió las Cortes Constituyentes, pasando por la participación institucional, para acabar con la aceptación del Estatuto de Autonomía. A esa decisión se sumaron, no por casualidad, los fracasos en la lucha armada, cuyo disparate final fue el intento de asalto al cuartel de Berga, unos pocos días antes del golpe de Estado del 23-F. Proceso de participación en la política, predominio de ésta, descubrimiento de la inutilidad de la violencia, fracaso de la lucha armada y asunción de la derrota constituyeron las condiciones para proceder a liquidar la organización, según se puede deducir del texto de Markiegi. Es decir, como diría un maestro del arte de Cuchares, se le fue notando al toro lo que iba a dar de sí en la faena desde muchos años antes que saliera por la puerta de toriles.
Tras la decepción que hayan podido sufrir muchas personas tras el robo de las 350 pistolas cerca de Nimes, no estaría mal animar un poco el ambiente con alguna dosis de cierto realismo. Estas soluciones negociadoras, de darse, vienen de lejos, con claros atisbos previos que pueden predecir mucho, y no precisamente con los hechos que recientemente hemos ido observando y cuyo colofón ha sido ese episodio. Por eso, contemplar el «proceso» a largo plazo sería lo más apropiado para evitar desánimos e incluso desistimientos,. De hecho la liquidación de los poli-milis se inició seis años antes. La de los milis ni siquiera ha empezado, porque todavía lo que no se ha atisbado es que haya alguna traza de que estén dispuestos a desaparecer. Y sin ésta condición necesaria no hay Gobierno democrático que pueda pactar al final.
Pero hay algo de aquel entonces en el que los ponentes estuvieron de acuerdo: sin el acuerdo de todas las formaciones políticas -y con éstas, de los medios de comunicación-, amén, por supuesto, de una actitud proclive del Poder Judicial y teniendo en cuenta la disposición de las víctimas, no hay proceso que salga adelante. Lo contrario se puede considerar que son vetos, aunque de diferente calidad, pero es así. Sin esos apoyos previos no hay proceso negociador posible, como el de 1981, que pueda salir adelante.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 1/11/2006