Teodoro León Gross-ABC
- La mediocridad intelectual se detecta con facilidad en quienes creen que ciertas palabras suponen un aval automático para cualquier iniciativa
La izquierda, como tantas veces, ha tratado de llevar el pacto de socialistas y republicanos en Cataluña al plano de lo anecdótico, para caricaturizar lo que está sucediendo. A sabiendas de haber firmado algo con graves consecuencias en la arquitectura del sistema, que preocupa a prestigiosos juristas y exmandatarios españoles, ellos recurren a esa estratagema bastante pueril: hacer gracietas del tipo «jiji jaja ya está la derecha con España se rompe…» (¿seguro que algún líder de la oposición ha dicho eso?) o «en ocasiones veo golpes de Estado». En fin, el repertorio habitual. Todo menos dar una explicación rigurosa y transparente de lo pactado; algo que a estas alturas siguen sin hacer. El PSOE y sus aliados se han puesto en modo ‘cuñado’ a decir majaderías para desenfocar el aventurerismo institucional al que abocan al país como precio por la Generalitat.
El presidente del Gobierno hasta ahora sólo ha proporcionado un término, además del adjetivo propagandístico de «magnífico», y es «federalización». La mediocridad intelectual se detecta con particular facilidad en quienes creen que ciertas palabras suponen un aval automático, casi mágico, para cualquier iniciativa. «Progresista» es el caso más claro. Por eso calificaron a Puigdemont de «progresista», dentro de la «mayoría progresista», con la certeza de que eso ya lo blanqueaba y bendecía. Si eres parte de la «mayoría progresista», estás en el lado correcto de la Historia. Después ha pasado lo que ha pasado, poniendo en evidencia aquel camelo. Ahora sucede con «federal» y «federalización», como si esto fuese el matasello de un país más democrático, más plural y, en definitiva, mejor. Es la nueva milonga en curso.
Lo cierto, estimados cuñaos del PSOE, es que romper el régimen común, dar la llave de la caja a una comunidad rica para que pueda reducir su aportación, es cualquier cosa menos progresista. Y ni siquiera es federal sino confederal, algo que separa más que une, deconstruyendo el modelo constitucional de 1978 por la puerta de atrás para variar. Y el problema no es ya la estimación económica sino el ‘conceto’, que diría Pepiño Blanco. Por supuesto, los números no pueden despacharse a beneficio de inventario: Cataluña va a dejar de aportar miles de millones –a la espera de que María Jesús Montero diga «eso es poco, Chiqui»– que impactarán muy directamente sobre las comunidades menos ricas. Y no es un diagnóstico al buen tuntún de la oposición; sino la advertencia del director de Fedea. En fin, todo muy socialista, a favor del territorio rico. Y lejos de cualquier talante democrático: un presidente de Gobierno capaz de actuar sobre la arquitectura del sistema, sobre el equilibrio del Estado de la Autonomías, no desde un debate en el Congreso, sede de la soberanía nacional, sino en su enésima negociación oportunista para comprarse en este caso una investidura autonómica. Lo dicho: el sanchismo es poder a cualquier precio.