José María Juncadella-El País
Puigdemont se cree protagonista de una película irreal, más bien virtual, sin importarle en absoluto el daño que está haciendo a Cataluña. Aún así, es probable que su situación judicial lo beneficie en las elecciones del 21-D
La incompetencia de Artur Mas no solo no supo disimular el mandato que le entregó la ahora triste y silenciada familia, sino que enterró a Convergència i Unió. Después de desesperados intentos fue obligado a buscar un sustituto que le relevara en la presidencia de la Generalitat de Cataluña. La CUP se lo exigió. Tan grande le venía el cargo al pobre Artur Mas, que optó sin gallardía alguna por retirarse con pena al ostracismo.
Ahora resulta que el mediocre Puigdemont, su sucesor, en su desesperación abandona a los catalanes y se fuga cobardemente a Bruselas sin saber si prefiere pedir asilo político en Bélgica. Una vez instalado en la capital de ese país se le aconseja que desista de ello y aparece en una rueda de prensa patética y a la vez grotesca, dando la sensación de que todas las mentiras e historietas que le hacen decir acaba creyéndoselas.
Sin darse cuenta, defrauda a la mayoría de independentistas, da alas a la mayoría silenciosa y silenciada de catalanes que se sienten españoles, y hace reflexionar a una tercera clase de catalanes; catalanes muy catalanistas que incluso aman más a Cataluña que a España, pero que no solo no odian a esta sino que la respetan con agradecimiento por haber podido disfrutar de las costumbres y tradiciones más profundas de Cataluña en los últimos 40 años con plena libertad. En definitiva, disfrutando de una parte de la cultura de Cataluña.
Son estos catalanistas, conozco a muchos de ellos, gente con personalidad que no se presta a salir a las calles pidiendo la independencia arrastrados por politicoides callejeros. Son los del verdadero seny catalán, que optan por ir a la playa o al monte, en vez de acudir a manifestaciones fanáticas y destructivas para Cataluña.
Las exigencias de la CUP fueron claves vetando a Artur Mas y decidiendo apoyar al surrealista Puigdemont, que pasó a ser una marioneta de los antisistema.
La cobardía del expresidente Puigdemont quedó en evidencia antes de su fuga al no aceptar ir al Senado ni atreverse a dialogar por miedo a ser ridiculizado públicamente. Estos golpistas, hoy al mando de la Generalitat, tal vez no contaban con la contundencia con la que nuestro rey, Felipe VI, defiende la Constitución y, en definitiva, la democracia, instaurada y defendida por su padre, Juan Carlos I. El jefe de Estado, en su brillante discurso en la primera semana de octubre, dejó muy claro que no estaba dispuesto a tolerar ninguna violación a la democracia de nuestro país.
Los golpistas tal vez no contaban con la defensa que hizo Felipe VI de la Constitución Puigdemont se cree protagonista de una película de vida irreal, más bien virtual, sin importarle en absoluto el daño que está haciendo a Cataluña, a la que, entre otras cosas, ha contribuido ya a restar 25.000 millones de euros del PIB nacional. Probablemente en su permanente engaño y “beneficiado” por la situación judicial que sin duda les favorece cara a las elecciones del 21-D, conseguirán el derecho a gobernar la Generalitat de Cataluña con toda legalidad, pero con el riesgo de empobrecer más todavía a Cataluña, perjudicando seriamente a su economía (freno del turismo, freno a las inversiones, fuga de empresas, impuestos, mala imagen, etcétera). Tal vez no les importe a estos golpistas una Cataluña más pobre, probablemente la prefieran; les podría resultar más fácil anteponer otros intereses a los de la población catalana.
En definitiva, una Cataluña más empobrecida y más fácil de manejar. Un escenario que Josep Tarradellas intuyó o, mejor dicho, vaticinó inteligentemente en su día.
A esta izquierda radical, con o sin independencia, con su comportamiento y obstinación parece no preocuparle demasiado Cataluña.
Estos golpistas al mando de la Generalitat y sus métodos demostrados no presagian nada bueno. Estamos ya inmersos en vísperas del 21-D. Día en el que se celebrarán unas elecciones autonómicas en Cataluña. Decisión valiente y democrática de Mariano Rajoy.
Por supuesto nadie pone en duda que la tesorería de la Generalitat, conociendo los métodos de sus dirigentes muy poco democráticos, se verá perjudicada. Todos los gastos sin freno que sus continuos caprichos han ido generando son financiados con el dinero de todos los ciudadanos de Cataluña (campañas de publicidad, viajes al extranjero, captación de voluntades en las escuelas y universidades, etcétera). Un sistema claramente dictatorial.
Hoy nos encontramos gracias al apoyo de políticos con talla en el Partido Socialista Obrero Español capitaneados por Felipe González y también con el apoyo del partido de Ciudadanos a un presidente de Gobierno, Mariano Rajoy, que con serenidad y prudencia, curiosamente virtudes estas hoy criticadas y cuestionadas por mucha gente, ha impuesto su timing con las leyes en la mano que la Constitución española dicta. Todo ello a pesar de las constantes e incomprensibles pruebas de deslealtad del expresidente José María Aznar hacia la figura del actual presidente del Gobierno. Con ello posiblemente no esté garantizado que el problema desaparezca.
Está por ver si el sentido común de muchos líderes socialistas de diferentes comunidades autónomas, con Miguel Iceta a la cabeza en Cataluña, demostrando que anteponen el bien de España a los intereses partidistas y personales, es suficiente para contrarrestar el desenfreno separatista.
Lo que sí está claro ya es que el 21-D se podrá votar si no en la normalidad, sí en la legalidad. Los obstinados y fanáticos secesionistas esgrimen: “Queremos votar” y “queremos ser libres”. A la primera demanda ya le ha llegado su hora, pero dentro de la legalidad y sin saltarse la Constitución española. Lo que en cambio no precisan es la clase de libertad que pretenden. No la definen. ¿Qué libertad les falta? ¿Por qué no la precisan?
Gracias, señor Puigdemont. Gracias por su cinismo, sus mentiras, sus chantajes y, en definitiva, por su cobardía y por estar enfrentado a una democracia. Gracias por sus traiciones a la Constitución, sus desobediencias, y gracias por sus constantes improvisaciones, quitándose la careta y mostrando su faceta claramente fascista.
José María Juncadella Salisachs es empresario.