Miquel Giménez-Vozpópuli
- El ciudadano queda anulado tras unos políticos que van en listas cerradas y, una vez en el poder, hacen y deshacen a su antojo
Se puede negar la realidad, lo constatable, palpable, sólido, lo que puedes experimentar. Es una manera como cualquier otra de pasar ese brevísimo suspiro que llamamos vida. Pero recordemos al Ingenioso Hidalgo y su epitafio “Fue el espantajo y el coco del mundo, en tal coyuntura, que acrecentó su ventura morir cuerdo y vivir loco”. La cordura del finado. Terrible. O, si no quieren ponerse trascendentes – casi nadie lo quiere o sabe hacer – recordar a Woody Allen, que asegura odiar la realidad pero es el único lugar en el que se puede comer un buen filete. Mejor será que nos instalemos en lo real, en ese mundo que existe a pesar de nosotros. Verán como los problemas de España no son si gobiernan derechas o izquierdas. Es el sistema, perverso engendro que desde el final de la II Guerra mundial fue mutando de un paraíso en el que seríamos libres en democracias prósperas sin violencia e injusticia, a este mundo en el que el Big Brother woke se ha apoderado de sociedades enteras, hundiendo economías, embruteciendo a las masas, creando una aristocracia de burócratas, políticos, dirigentes y periodistas. No es esto, diría Ortega y Gasset.
Que ese sistema existe es tan real como que, en el momento presente, ha empezado a cuartearse. La hipocresía de quienes lo manejan es tal que el ciudadano corriente se indigna ante el despilfarro de los plutócratas y se niega a comulgar con ruedas de molino, de suyo harto indigestas. Ese es el origen del triunfo de Trump y de que los Village People actuasen en su mitin final, o de que la mayoría del colectivo LGTBI+Q diga en Francia que piensa votar Le Pen porque están hartos de que colectivos ajenos a la obra les agredan, insulten o algo peor si los ven cogidos de la mano por la calle. El sistema lo niega, pero es la realidad. Como real es que todos los países tan democráticos como Suecia, paradigma de la social democracia, hayan tascado el freno en materia de inmigración. O que en España tengamos más ciudadanos que no gustan del porcino que asturianos. Y cuando hay gente que dice que hay que echar a Sánchez y poner a Feijoó hay que frenar en seco el debate y decir que el nuestro es un problema de sistema. Nuestro país no es una democracia formal, y mucho menos desde que gobierna ese magma de resentimiento y estulticia, la peor combinación.
España decidió copiar a la muerte de Franco el sistema occidental, sin darse cuenta de que elegía una partitocracia pura
España decidió copiar a la muerte de Franco el sistema occidental, sin darse cuenta de que elegía una partitocracia pura y dura en el que el ciudadano quedaba anulado tras los políticos que iban en listas cerradas y, una vez en el poder, hacían y deshacían a su antojo. Ese sistema convierte al Estado en una máquina insaciable que mete la mano constantemente en nuestros bolsillos para que quienes mandan vivan cada día mejor. Es el sistema lo que hay que cambiar y recuperar al individuo frente a la masa, los valores frente a las consignas, los derechos del ciudadano honrado a loa del delincuente. El presidente Bukele decía “¿Cómo voy a darles pollo a los presos criminales si el pueblo tiene gravísimas dificultades para comerlo?”. Ese es el antisistema que se precisa, el que indica que la libertad se basa en la ley, el orden y la justicia social. Un sistema que reste poder a los partidos, que no tengamos que financiarlos entre todos, que sindicatos y patronales se tengan que buscar la vida para subsistir, un sistema que mire por los de casa y respete la herencia que hemos recibido. Un sistema justo para una sociedad de personas justas. No es el PSOE ni el PP. Ni siquiera VOX. Es el sistema. Todo lo que suponga cambiarlo será un avance. Lo empiezan a ver en la Argentina de Milei, en la Italia de Meloni, en los EEUU de Trump. Ahí la gente ha entendido lo que nos jugamos en este envite. O el sistema o nosotros. Así de simple.