- Si Putin continúa enredándose en la maraña ucraniana, y si la amenaza nuclear cruzara la barrera de lo retórico, China quizá entienda que la vida útil de Vladímir Putin ha expirado.
El presidente ruso dirige un clan mafioso con arsenal nuclear y el ejército más grande de Europa. Es doloroso hablar así de la cuna de Tchaikovsky y Tolstói. Pero esta es la cruda realidad del país que emergió de la caída de la Unión Soviética y al que dos décadas de gobierno de Vladímir Putin han sometido a la ley de hierro del hampa. Entenderlo será clave para navegar los días turbulentos que nos esperan.
Como la carrera del propio Putin, las elites que le rodean se forjaron en los violentos años 90, en los que el crimen organizado marcaba la vida pública en Rusia. Su visión del mundo guía la geopolítica del Kremlin.
Vladímir Putin, capo de esta organización, entiende la política internacional como un business en el que los débiles se someten al fuerte y pagan por su protección. Y quien muestra debilidad invita a la agresión. Occidente lo entendió tarde y la catástrofe ya está a nuestras puertas.
Pero dirigir un país como un clan mafioso tiene un inconveniente: la legitimidad y la supervivencia dependen de proyectar una imagen de fuerza.
Transcurrida más de una semana desde el inicio de la criminal invasión de Ucrania, salta a la vista la trampa que Putin se tendió a sí mismo. Al anunciar ante Rusia y el mundo que Ucrania debía desaparecer como Estado independiente, se lo jugó todo a una victoria que nunca podrá lograr. Todo lo que no sea alcanzar esta meta será percibido como debilidad, tanto por el resto de potencias como por las elites rusas.
Esperando un paseo militar, los planes de Putin han chocado con algo que no pronosticó: la heroica resistencia de los ucranianos y de su presidente, Volodymyr Zelenski. Sumada a los catastróficos fallos organizativos del ejército ruso, la perspectiva de una victoria rápida (y total) se aleja cada día más.
«Son muchos los rusos valientes que han salido a exigir el fin de esta guerra, pero veinte años de asfixia a la sociedad han blindado al Kremlin del descontento»
Peor aún para el Kremlin. La guerra económica sin precedentes con la que Occidente ha respondido a la invasión de Ucrania ha dejado a Putin sin tiempo para lograr sus objetivos antes de que la bancarrota y la inflación prendan el descontento popular.
Las bajas crecen mientras la economía rusa se desploma. Lejos de admitir el error, Putin ha respondido lanzando más carne a la picadora ucraniana e intensificando la represión dentro de Rusia.
Consciente de que no puede echarse atrás y sobrevivir, ha recurrido a la última carta de los parias internacionales armados cuando les acorralan: la amenaza de una guerra nuclear. Calcula que el miedo a la aniquilación puede convencer a las potencias occidentales de proporcionar una salida favorable al Kremlin.
Cabe imaginar lo que estarán pensando las elites rusas en estos momentos, golpeadas por las sanciones, preocupadas por el descontento popular y temerosas de verse arrastradas a la destrucción por la paranoia de un líder del que se sienten (y se sientan) cada vez más distanciados. ¿De dónde vendrá el valor para apartar a Putin antes de que arrastre consigo a todo el Estado ruso?
Aunque son muchos los rusos valientes que en estos días han salido a exigir el fin de esta guerra criminal, veinte años de asfixia a la sociedad civil han blindado al Kremlin del descontento popular. Por eso, muchos han puesto sus esperanzas en el único capo dei capi al que Putin teme: el presidente chino Xi Jinping.
«El apoyo de China, y la previsible aquiescencia occidental, podrían terminar por decantar la balanza»
En la alianza entre China y Rusia (que ni es simétrica ni tiene más fundamento que el interés mutuo) la persona que dirija el Kremlin es irrelevante para Pekín, mientras fluyan el gas y no haya problemas. De forma que los efectos secundarios de la guerra en Ucrania (la inestabilidad en los mercados y la subida de los precios) están empezando a interferir ya con los objetivos chinos.
Si Putin continúa enredándose en la maraña ucraniana, y si la amenaza nuclear cruzara la barrera de lo retórico, Xi Jinping quizá entienda que la vida útil del líder ruso ha expirado. El presidente chino puede llamar al politburó para transmitir este mensaje: esta es la guerra de Putin, no la vuestra, y yo puedo negociar con Occidente una salida que preserve vuestros privilegios e inmunidad. El apoyo de China, y la previsible aquiescencia occidental, podrían terminar por decantar la balanza.
Este desenlace no es inevitable ni inmediato (la historia rusa abunda en golpes palaciegos, no todos exitosos), pero cada hora que pasa en la que Putin no alcanza la meta que él mismo se impuso en Ucrania su poder se erosiona dentro y fuera de Rusia.
Sin embargo, Europa y España no pueden (ni deben) fiar el desenlace de esta tragedia únicamente a un golpe palaciego instigado por otro déspota. Nos encontramos ante el mayor desafío que ha conocido nuestro continente desde el fin de la Guerra Fría, y ayudar a Ucrania a sostener militarmente el pulso a Putin es un imperativo moral y el camino a la victoria.
En la hora de mayor necesidad de Europa, apoyemos a quienes están luchando y muriendo por nuestra libertad. Por todos ellos, ¡gloria a Ucrania! Слава Україні!
*** José Ramón Bauzá es eurodiputado de Ciudadanos en el Parlamento Europeo.