Jorge Vilches-Vozpópuli
- Un consenso ideal sería aquel que supusiera el acuerdo entre constitucionalistas sobre asuntos clave que dieran estabilidad al sistema, seguridad jurídica y perspectiva económica
En la facilísima entrevista que ha disfrutado el Presidente del Gobierno en su televisión ha dejado caer una de esas frases que muestran su sentido de la política: “Conviene que el PP acepte el resultado electoral». Pablo Iglesias, con moño, declaraba antes que los populares se ponían en “una posición golpista” por negarse a la renovación del CGPJ. Además, durante estos días los periodistas orgánicos cargaban contra el partido de Pablo Casado, al que acusaban por esta razón de “fraude democrático”.
Este Gobierno socialcomunista ha cambiado el eje del consenso político. Si hasta la llegada de Pedro Sánchez éste se encontraba entre los partidos constitucionalistas, los que salieron de la Transición, desde entonces, con la podemización del líder del PSOE, el eje ha cambiado. Los socialistas han conseguido lo que Zapatero inició en 2003 con el Pacto del Tinell: establecer el eje del consenso entre los partidos que quieren romper el orden constitucional.
Todo el mundo sabe quiénes son esos partidos. De hecho, son los que apoyaron a Sánchez para ganar la moción de censura, y los mismos que votaron a su favor en la investidura. Es la coalición Frankenstein de la que hablaba Rubalcaba; por cierto, un Rubalcaba que contuvo hasta donde pudo al PSOE republicano, pro-comunista y favorable a los independentistas que tenemos hoy.
El Gobierno exige unidad desde que se inició la pandemia. Ha ordenado la obediencia ciega y la tragadera ancha para todas sus decisiones
Sánchez prefiere a los ERC, JxCAT, PNV, BNG, Bildu y demás grupúsculos de la unidad de destino en lo particular. Todos y cada uno de estos odian al PP, a Cs y a Vox, y los socialistas se han unido a ese odio calculado. Entonces, ¿para qué pedir unidad a la oposición? El Gobierno socialcomunista lo exige desde que se inició la pandemia. Ha ordenado la obediencia ciega y la tragadera ancha para todas sus decisiones. Fuera de esa sumisión, solo había traición a la patria y al Gobierno, que para ellos son lo mismo.
Un consenso ideal, por contra, sería aquel que, sin pertenecer al mismo Gobierno, supusiera el acuerdo entre constitucionalistas sobre varias leyes que dieran estabilidad al sistema, seguridad jurídica y perspectiva económica. Leyes sobre las que tendría que haber acuerdo, ya sea una de sanidad que permita la coordinación autonómica y la prevención, o un plan económico al estilo europeo, no caribeño.
Rectificar alianzas
Sin embargo, el camino no es tan fácil, porque aprobar una serie de leyes con el Gobierno socialcomunista sin establecer unas condiciones previas sería apuntalar al creador del desorden. Resulta imposible si el PSOE no rectifica en sus alianzas y espíritu, en ese ansia descarada de buscar a toda costa el acuerdo con quien sea para mantenerse en el poder aun por encima del interés nacional. ¿Cómo fiarse de Sánchez en la renovación de los órganos judiciales? Sería una irresponsabilidad.
Por ejemplo, la búsqueda del apoyo de ERC y JxCAT para aprobar los Presupuestos Generales del Estado pasa por un acuerdo sobre los golpistas presos y el futuro político de Cataluña. Lo ha dicho Sánchez en su entrevista en TVE: modificar el delito de sedición en el Código Penal para beneficiar a los independentistas encarcelados «es un compromiso que anuncié en mi investidura y, por tanto, sigue firme».
Rectificar es de sabios, pero ahí no hay ninguno. Sacará adelante sus leyes contando con la resurrección de la mayoría anticonstitucional
Por esto, ese cambio del PSOE de Sánchez, el retorno al consenso entre constitucionalistas, no se va a producir. Rectificar es de sabios, pero ahí no hay ninguno. Sacará adelante sus leyes contando con la resurrección de la mayoría anticonstitucional. La dirección la llevará Sánchez, que controla a su partido, al IBEX como señalaba Jesús Cacho, a los medios, y domina el arte del reparto y trueque.
Pablo Iglesias quedará para insultar a la derecha, como ha hecho hasta ahora, porque tras casi diez meses como vicepresidente ‘de derechos sociales’ no se le recuerda ni una sola medida. Servirá, además, para presionar al Rey llamando a la proclamación de una República bolivariana, y funcionará como puente con el independentismo. Es más; Sánchez utiliza a Iglesias como radical que modera su imagen pública, y a quien finalmente echará las culpas de los pactos con los enemigos del orden constitucional si le hace falta.
Ya escribía Proudhon en 1863 que un Gobierno valía en función de los hechos que lo habían traído y los hombres que lo representaban. Este Gobierno salió de una investidura con quien no debía, y es prisionero tanto de su ambición mal entendida como del desprecio a las reglas más básicas de la democracia. Los hombres que tiene al frente, además, no son lo deseable: Sánchez no es ejemplo de sinceridad, rectitud y compromiso, ni Iglesias de tolerancia, coherencia y lealtad institucional. En fin; un lujo.