Esteban Hernández-El Confidencial
Hace falta un plan para nuestro país, que aborde los asuntos que definirán nuestra realidad y que ofrezca un camino de salida. En su lugar, tenemos la indignación como espectáculo
Trump está defendiéndose de los estragos que está causando el coronavirus con una campaña contra China, generando dudas sobre el origen del covid-19 e iniciando lo que parece ser una nueva guerra fría. En la UE, Alemania ha multiplicado las tensiones con sus socios a raíz de una sentencia de su Tribunal Constitucional que resitúa las conversaciones sobre la ayuda europea para superar la crisis, planteando la posibilidad de que el Bundesbank se retire del programa de compra de deuda del BCE, lo que sería gravísimo.
En España, el espectáculo del Parlamento empequeñece la política y muestra su cara más limitada, la de las discusiones encendidas e irrelevantes: parece que están más pendientes de quién gobierna que de nuestro futuro. Y si echamos un vistazo dentro de nuestro país, las cosas no mejoran, ya que muchas comunidades autónomas están intentando sacar rédito de la situación, ya sea a través de sus fuerzas independentistas, como Cataluña, de negociar para obtener ventajas, como siempre hace el PNV, o de prolongar la pelea política contra Sánchez, como ocurre con la comunidad de Madrid.
Como vemos, es un mal común: en el orden global, en el europeo y en el español, la fragmentación, las tensiones y el sálvese quien pueda son la regla. Cada cual vela por sus intereses y se desentiende del conjunto. Por el otro lado está China, que tiene sus propios problemas, pero desde luego no estos.
Es una actitud típica de los sistemas perdedores: cuando los problemas surgen, la unión desaparece y cada cual trata de alejarse de los demás
Es una muestra de irresponsabilidad que los poderes occidentales se comporten así en un momento de crisis muy grave. Están actuando como si nada hubiera pasado, como si una vez que hubiera llegado la pandemia, lo prioritario fuese arreglar los problemas de posicionamiento y de poder y no solucionar los estragos de todo orden que está causando el virus. Es un comportamiento todavía más irresponsable en la medida en que los enfrentamientos que hoy se hacen visibles eran exactamente los mismos que tenían lugar antes de que el covid-19 nos alcanzase.
Un doble problema
Es una actitud típica de los sistemas perdedores: cuando los problemas surgen, la unión desaparece y cada cual trata de alejarse de los demás y buscar mejores condiciones para sí. En lugar de cerrar filas y tratar de salir juntos, de buscar soluciones comunes, que es la mejor forma de remontar esto con éxito, ni a nivel global ni a nivel local tenemos paz y unidad contra el enemigo. Que es doble, sanitario y económico.
Estamos en una crisis sanitaria, con medio mundo encerrado, y el resultado final va a ser un 10% menos. Parece asumible. Debería ser asumible
El virus era imprevisible, y buena parte de las dificultades para lidiar con él provienen del desconocimiento. Pero con la economía no ocurre así: el virus económico estaba aquí ya, lo único que hacía falta era que un acontecimiento abriera la puerta para que comenzase a enfermar a todo el mundo.
La economía del 90%
Hay elementos de la crisis poco comprensibles. Las previsiones sobre la caída del PIB se estiman en más o menos un 10%. ‘The Economist’ lo llama la economía del 90% y anticipa que será catastrófica. Pensado en términos abstractos, y estableciendo una relación con la economía familiar, con una de esas metáforas que tanto agradan a los expertos, no parece un enorme problema. Estamos inmersos en una crisis sanitaria, con medio mundo encerrado en su casa, sin poder trabajar, y el resultado final va a ser un 10% menos. Parece asumible. Debería ser asumible. Se ingresaría un 10% menos, se gastaría menos, nos apretaríamos el cinturón un tiempo y se emergería con fuerza. Desgraciadamente, las cosas no funcionan así, porque el mercado y la familia tienen lógicas distintas, y porque, de tener alguna correspondencia, la solución solo valdría para aquellas familias que no vivieran al día.
Una parte importante de trabajadores y de pequeños empresarios vivían al límite, y la pandemia ha provocado que lo rebasen
Lo malo es que la mayoría de ellas, familias y economías, vivía con el agua al cuello. La Fed suele hacer una encuesta en la que se pregunta a los estadounidenses si posee fondos suficientes para hacer frente a un gasto imprevisto de 400 dólares. En la última, el 40% contestó que no podría pagarlo sin vender algo o pedir dinero prestado. Y no es solo una situación privada, es un mapa general.
Los imprevistos
No eran solo los particulares: una parte importante de trabajadores y de pequeños empresarios vivían al límite, en EEUU, en España y en gran parte de Occidente, y la pandemia ha provocado que lo rebasen: las quiebras que vendrán a partir de ahora, así como las dificultades de subsistencia, tienen que ver con la imposibilidad de asumir más gastos y más deuda.
Era una situación paradójica, porque al mismo tiempo que esos sectores pasaban dificultades, las grandes empresas vivían una oleada de dividendos y de recompras de acciones que proporcionaban más riqueza a sus accionistas. Sin embargo, y esto es importante para entender la presente crisis, tales flujos de beneficio no mejoraron la situación de las firmas; más al contrario, aquellas transferencias de fondos hacia los accionistas no fueron gratis, porque tuvieron el efecto de endeudar a esas compañías y de colocarlas en una posición débil.
En Estados Unidos, en el momento en que se alcanzan cifras récord de desempleo, Wall Street tiene el mejor mes en 33 años
De modo que, cuando el virus ha llegado, se ha encontrado con muchísimas empresas, grandes y pequeñas, que estaban en la situación de no poder soportar siquiera un imprevisto, por seguir con el ejemplo, de 400 dólares al mes.
La acción de los Estados
La pandemia ha supuesto un parón en seco para unas empresas que tenían que correr permanentemente para seguir, con suerte, en el mismo sitio. Y lo que nos hemos encontrado con ella ha sido muy llamativo, porque es lo mismo que antes pero más acentuado: en EEUU, en el momento en que se alcanzan cifras récord de desempleados, Wall Street tiene el mejor mes en 33 años.
Fink, CEO de BlackRock, afirma que “una cascada de bancarrotas golpeará la economía de EEUU”
Esta divergencia está siendo posible gracias a la acción estatal para mantener viva la economía. EEUU ha puesto en circulación una enorme cantidad de dinero cuyos destinatarios principales son grandes empresas en dificultades, lo cual ayuda a que las bolsas suban; por el contrario, los fondos para las pequeñas firmas son bastante más difíciles de conseguir y están muy por debajo de lo que se necesitaría para recuperar la actividad pronto. En esas circunstancias, Larry Fink, CEO de BlackRock, la mayor empresa de gestión de activos del mundo, y la que está gestionando los gigantescos programas de la Fed para comprar deuda corporativa y activos respaldados por hipotecas, afirma que “una cascada de bancarrotas golpeará la economía estadounidense”. Ya que es juez y parte, quizá deberíamos creerle.
El añadido negativo
Esta es una tendencia generalizada. En España, esta crisis reforzará la brecha que ya existía, con consecuencias evidentes en el sector comercial, porque muchas pequeñas empresas desaparecerán, y porque, al ser estas las que crean empleo (las grandes estarán pendientes de volver a ofrecer resultados y de reestructurarse digitalmente, y por lo tanto no generarán puestos de trabajo), tendremos un paro elevado y el consumo se verá frenado. Con un añadido negativo: en otras pandemias, puesto que el peso de la producción era más elevado que el de los servicios, la salida era más sencilla; ahora producimos casi todo en China, y salvo aquellas zonas en las que todavía quede sector industrial, la recuperación será complicada.
Las firmas germanas estarán en muchas mejores que condiciones de competir que las nuestras, a pesar de que formamos parte de un mercado único
La segunda parte de esta tendencia es que la brecha no solo se abre entre clases, también entre países, lo que complica las cosas para España. Aquellos Estados que puedan insuflar mayores cantidades a su economía saldrán más fortalecidos de esta crisis, y el resto lo pasarán mal, entre otras cosas, porque sus compañías estarán dañadas y tendrán mayores dificultades para competir. Las firmas estadounidenses, por ejemplo, se verán beneficiadas, al igual que las chinas. Y en Europa, que tendrá problemas, también existirán diferencias interiores. La comparación entre Alemania y España ofrece una pista clara.
Es verdad, pero no será así
Como bien señala Juan Gómez Bada, en un instante en que las posibilidades de la subsistencia de las empresas dependen de los avales públicos, Alemania garantiza el 100% a las pymes y España el 80%, pero “la diferencia no está solamente en el porcentaje o en el importe máximo garantizado; el aval de Alemania vale más que el de España. En consecuencia, los bancos alemanes están prestando más dinero a menor coste y la liquidez está llegando a muchísimas más empresas”. La consecuencia obvia es que las firmas germanas estarán en muchas mejores que condiciones de competir que las nuestras, a pesar de que formamos parte de un mercado único. En lugar de que “cada país aplique unas ayudas de Estado diferentes, debería ser un organismo de la eurozona quien avalase los créditos a todas las empresas de la unión monetaria en los mismos términos”. Tiene razón, pero no será así.
Para hacer frente a todos esos problemas, que no son sencillos de resolver, contamos con un mundo político irresponsable y, sobre todo, fuera de foco
De modo que España se dirige a una doble vertiente de la crisis económica, la causada por la brecha del tamaño y la que proviene de las diferencias territoriales y del distinto apoyo que se recibe; ambas nos perjudican mucho y no tenemos la solución para ninguna. Esto generará descontento social, pero a quién le importa. El descontento social nunca ha sido un problema para nuestro sistema. Lleva tiempo lidiando con él, tanto en EEUU como en Europa, y nunca se le ha prestado demasiada atención.
Como si la pandemia no existiera
Aquí es donde la cosa se enreda aún más. Frente a todos esos problemas, que no son sencillos de resolver, nos encontramos a una sociedad inmersa en líos parlamentarios, en acusaciones cruzadas, en peleas para conservar el poder político o para conquistarlo, en una polarización insufrible e irrelevante. Es un mundo político fuera de foco, una versión de las tertulias del corazón, cuyo fuego se encargan de avivar las redes, buena parte de los medios y los grupos de WhatsApp. Tampoco el entorno experto está mucho mejor, en particular el económico, porque en una situación como esta hacen falta soluciones diferentes, pero siguen apegados a la ortodoxia, como si la pandemia no hubiera existido.
Repasemos: un mundo fragmentado, con EEUU lanzado hacia la desglobalización y China creciendo; una Unión Europea con fuertes tensiones; una necesidad urgente de conseguir fondos para la recuperación de los que carecemos; la posibilidad de que el endeudamiento estatal nos pase factura a todos los españoles en poco tiempo; la quiebra de pequeñas empresas y el paro aumentando; y todo esto sin haber salido de la pandemia. Pedir cierta unidad es sobrepasar el marco de lo tolerable para nuestras fuerzas políticas, pero lo que sí es exigible es que pongan encima de la mesa sus propuestas para este conjunto de problemas. Que comiencen a hablar de cosas serias de una vez. Es lamentable ver a Pablo Casado haciéndose fotos en el lavabo y con las ovejas, a Pedro Sánchez dando elegir entre él o el caos, a Iglesias centrado en el antifascismo y en Billy el Niño, a Abascal afirmando que la izquierda persigue a los homosexuales; y eso por no seguir con Arrimadas, Rufián o Aitor Esteban.
Me gustaría saber qué idea de España tienen para el futuro, qué plan de salida hay, de dónde van a conseguir el dinero para que no esté un tercio de España en paro o con los negocios cerrados y en qué condiciones, qué propuestas tienen para revertir la situación. Porque de eso no escucho nada. Y sin eso, todo lo demás es completamente irrelevante, es indignación convertida en espectáculo, es un juego fútil por conservar el sillón o sacar de La Moncloa a Sánchez. Es increíble.