- Lo que late en este afán prohibicionista es la obsesión totalitaria de algunos por imponer a los demás sus creencias y opiniones
La gestación subrogada, también denominada gestación por sustitución o, de forma peyorativa, «vientre de alquiler«, existe desde que las modernas técnicas de reproducción asistida han permitido a muchas parejas o a individuos tener hijos cuando sus circunstancias personales no les permitían hacerlo por la vía «normal», es decir, la concepción por la unión de un hombre y una mujer que derive en embarazo y posterior alumbramiento. El hecho de que una famosa estrella televisiva española haya recurrido en el estado de Florida a este método a la edad de sesenta y ocho años utilizando el material seminal congelado de su hijo fallecido por cáncer, ha desatado un debate de gigantescas proporciones que ha llenado portadas de papel e informativos de las grandes cadenas, sin faltar una cantidad considerable de sesudos artículos de especialistas en bioética.
Con su incontrolada tendencia al dramatismo, las vestales podemitas han denunciado «violencia contra la mujer», lo que no es sorprendente dado que en sus recalentados cerebros casi todo lo que sucede en este mundo agrede al género femenino
Las cacatúas habituales del Gobierno, tanto socialistas como bolivarianas, se han lanzado a parlotear sin freno poniendo el grito en el cielo y condenando sin paliativos esta práctica. La mayoría de la clase política ha coincido en el rechazo a este tipo de gestación, con la excepción de Ciudadanos, más proclive al análisis racional de los problemas, y del Partido Popular que, como no es infrecuente en sus máximos responsables, ha opinado que no opina. Los argumentos en contra de la gestación subrogada se basan en que limita indebidamente la autonomía de la mujer porque una vez iniciado el proceso no puede volverse atrás, comercializa y cosifica el cuerpo femenino, aprovecha la situación de vulnerabilidad económica de las gestantes contratadas y sólo está al alcance de gente rica. Con su incontrolada tendencia al dramatismo, las vestales podemitas han denunciado «violencia contra la mujer», lo que no es sorprendente dado que en sus recalentados cerebros casi todo lo que sucede en este mundo agrede al género femenino. Un examen objetivo de estas consideraciones negativas permite ver que las cosas no son ni mucho menos sencillas y que, al igual que se puede tratar la cuestión a través de un prisma desfavorable, hay interesantes elementos positivos. Al final, como en cualquier tema complejo en términos éticos, es sensato sopesar pros y contras y establecer un balance que permita sacar conclusiones, tanto en el plano axiológico como en el jurídico.
Potestad de suministrar vida
Veamos el lado bueno del asunto. La gestación subrogada permite generar una vida humana que, sin recurrir a ella, no sería posible. La vida es algo milagroso y admirable y, por tanto, facilitar que cobre realidad ha de ser bienvenido. La gestante, altruista o comercial, decide libremente prestarse a colaborar con la pareja o con el individuo que desea tener descendencia y al consentir sin coacción acepta obviamente que, iniciado el embarazo, no cabe interrumpirlo. Por consiguiente, su autonomía no experimenta restricciones indeseadas. Por otra parte, si la progresía otorga a las mujeres la capacidad irrestricta de eliminar la vida que albergan en su seno, no parece muy coherente negarles la potestad de suministrar vida a los que se lo solicitan por un motivo fundado. En cuanto a la cosificación y la mercantilización, la plena libertad de la gestante para participar en el proceso no la deshumaniza, sino todo lo contrario, y la recepción de una compensación dineraria previamente estipulada y tenida por adecuada sólo puede ser vituperada a partir de una visión dogmática de las relaciones económicas entre particulares lastrada por prejuicios marxistoides. La gestante alivia su situación y los progenitores comitentes reciben su vástago. No hay nada reprochable en este mutuo beneficio si no se produce explotación o coacción. La prohibición de que haya una aportación genética de la gestante elimina de un trazo lo que sí representaría un serio obstáculo moral. Tampoco es cierto que esta posibilidad sea únicamente accesible a grandes fortunas. Miles de familias de clase media recurren a la gestación por sustitución e invierten en el cumplimiento de la hermosa ilusión de ser padres, sintiéndose totalmente satisfechos por el resultado de su esfuerzo financiero. Ahora bien, si fuera verdad, que no lo es, que esta eventualidad quedase restringida a potentados, ¿tendríamos que castigarles por ello? Los Bentley, los aviones privados, los relojes Patek Philippe, los restaurantes de tres estrellas Michelin y los resorts paradisiacos, ¿los vetamos también?
La objeción de que siempre está abierto el camino de la adopción ignora la pulsión instintiva del ser humano a perpetuarse genéticamente
Los que peroran contra la gestación subrogada deberían ponerse en el lugar de tantas parejas infértiles por una u otra causa que sufren lo indecible al no poder dar salida a su natural inclinación a tener hijos para quererlos, cuidarlos y proporcionarles el calor insustituible de un hogar feliz. Además, si los progresistas claman sin cesar por los derechos de los homosexuales, ¿por qué les niegan una realización personal que les puede dar tanta dicha? La objeción de que siempre está abierto el camino de la adopción ignora la pulsión instintiva del ser humano a perpetuarse genéticamente para lo que necesita que su prole proceda de su propio ser, aunque sea parcialmente.
En el fondo, lo que late en este afán prohibicionista es la obsesión totalitaria de algunos por imponer a los demás sus creencias y opiniones. En una sociedad plural y abierta, dejemos que cada cual elija su camino mientras respete la libertad y la propiedad de los otros. Bienvenidos sean aquellos avances de la ciencia que ensanchen nuestro horizonte vital y nos proporcionen acceso a opciones novedosas o incluso disruptivas que no por su carácter inédito han de ser objeto de anatema. Si hay una actividad humana estéril y patética es la de poner puertas al campo.