La semana pasada, el Congreso de los Diputados aprobó definitivamente la ley de amnistía con 177 votos a favor y 172 en contra. De este modo, el PSOE paga a los beneficiarios de la medida de gracia su voto favorable a la investidura de Pedro Sánchez, tal como pactaron en su momento y en un lugar extranjero gobernantes y delincuentes, con el apoyo de todos sus socios, todos reaccionarios. Y con su definitiva aprobación se rompe la igualdad ante la ley, se resquebraja la separación de poderes, se debilita gravemente el Estado de Derecho, se da por bueno el relato de los independentistas en relación al procés, se legitima el discurso nacionalista, se cuestiona la Transición Democrática, se desarma al Estado ante futuribles procesos independentistas y se atacan algunos de los principios fundamentales recogidos en la Constitución Española. Es lo que los desvergonzados diputados socialistas aplaudieron efusivamente desde sus escaños: la consecución de aquello que prometieron al pueblo no hacer cuando se presentaron a las elecciones.
La ley de amnistía se convierte con su aprobación definitiva en la ley más lesiva para la democracia española de cuantas se han aprobado, y, lejos de asegurar la supuesta convivencia entre españoles como pretenden vendernos los socialistas, es la que más la erosiona, pues no hay peor cosa para la convivencia que el hecho de que los ciudadanos comprueben que la ley no es igual para todos: que unos debemos cumplirla escrupulosamente, y otros, si son poderosos o por ser socios de los poderosos, pueden saltársela impunemente. La ley de amnistía no es solo inconstitucional sino contraproducente, inmoral y profundamente injusta. Y es que la ley de amnistía es la peor de las corrupciones.
La ley de amnistía es la base sobre la que se construyó la mayoría parlamentaria que apoya a Sánchez, el punto de partida de la legislatura y lo que le permitió al presidente seguir siendo presidente. Pero la ley de amnistía es, según Sánchez, la ley que pacifica Cataluña, restablece las relaciones de esa comunidad autónoma con el resto de España y garantiza la convivencia entre españoles, cosa que, sin embargo, a pesar de tanta milonga y tanta mentira, no ha impedido que Sánchez se haya ausentado de todos los momentos fundamentales de su recorrido parlamentario. La ley es tan importante que Sánchez ha tenido cosas más importantes que hacer cuando se ha debatido. Y decir que Sánchez se ausenta o se esconde porque se avergüenza es de un optimismo excesivo y de una generosidad sin límites porque para avergonzarse hay que tener antes vergüenza. Más bien Sánchez no ha querido estar presente para intentar evitar que antes o después la aprobación de la ley de amnistía lo retrate, lo debilite y lo mande al basurero de la historia. Aunque todo es cuestión de tiempo.
Con el añadido burdo de que hay que «desjudicializar la política», que no es otra cosa que la impunidad de los políticos que disponen de los votos que necesita Sánchez
De todo este proceso lo que más decepciona es la ausencia casi total de crítica interna dentro del PSOE, convertido en una secta cuya misión principal y casi única es aplaudir al líder y obedecerlo. El culmen de la degeneración de la política. Más allá de dos o tres voces críticas, los subordinados de Sánchez se han plegado a sus intereses personales. Y si se debe argumentar una cosa y después la contraria, se argumenta primero una cosa y después la contraria. Y aquí paz y después gloria. Y si hay que votar a favor de lo que hasta anteayer era infame, se vota y se dice que ha dejado de ser infame para convertirse en cuestión indispensable. Con el añadido burdo de que hay que «desjudicializar la política», que no es otra cosa que la impunidad de los políticos que disponen de los votos que necesita Sánchez. Y a continuación se aplaude para celebrar la decimoquinta desvergüenza.
Hay un debate que discute si la ley de amnistía es de derechas o es de izquierdas; pero lo que ya sabemos es que la ha aprobado esta izquierda y que la derecha se ha posicionado en contra; o sea, que esta amnistía es del PSOE. Más concretamente, la amnistía ha sido impulsada y aprobada por la izquierda oficial, con el apoyo de la izquierda populista, los nacionalistas de distinto pelaje y los independentistas catalanes de todos los colores, principales beneficiarios. Todos esos son los responsables.
No es, por tanto, una acusación a la derecha o a la extrema derecha españolas realmente existentes sino una acusación directa a la izquierda oficial que representa el PSOE de Sánchez
Cuando Guillermo del Valle, candidato de Izquierda Española a las elecciones europeas, afirma que la amnistía es de extrema derecha, subraya que esta amnistía contraviene los principios defendidos históricamente por la izquierda clásica, y así lo explicó en una posterior entrevista: «La amnistía es la negación de todos y cada uno de los valores igualitarios de la izquierda». De la democrática, se entiende. Y así es. Como pueden serlo los derechos forales o el Concierto Económico. No es, por tanto, una acusación a la derecha o a la extrema derecha españolas realmente existentes sino una acusación directa a la izquierda oficial que representa el PSOE de Sánchez, que ha traicionado sus principios al aprobar la impunidad de sus socios y romper la igualdad ante la ley a cambio de ser presidente del Gobierno de España. Y, al insistir en ello, demuestra por la vía de los hechos que ya existe una izquierda que no comparte semejantes desvaríos y que está dispuesta a defender la unidad de España ante quienes quieren romperla. Lo cual es intrínsecamente bueno para (casi) todos.
Así que lo relevante es que la ley de amnistía es contraproducente, inmoral y profundamente injusta. Y lo importante es que ya hay una izquierda progresista que se contrapone, como es natural, a la derecha democrática, pero también a la izquierda reaccionaria que ha aprobado semejante infamia.