ABC 16/03/13
EDITORIAL
Resulta repugnante y ofensivo para las víctimas de ETA, de forma especial para la familia de Buesa, que un partido que califica un asesinato como político pueda actuar impunemente
LA portavoz de EH Bildu en el Parlamento vasco, Laura Mintegi, encarnó el pasado jueves, en la Cámara de Vitoria, toda la maldad que los representantes de la izquierda proetarra han acumulado como lacayos de ETA. En plena discusión sobre una sedicente «ponencia de paz», no dudó en calificar el asesinato de Fernando Buesa como una muerte de «origen político». Tras estas palabras es evidente que aún falta mucho para dar a ETA por derrotada, que no es legítimo, ni oportuno, plantearse la más mínima concesión penitenciaria a los presos etarras y que es el momento de que el Gobierno se disponga a llevar a Bildu ante el Tribunal Supremo. Será una decisión —si la toma— que no tendrá la compañía del PNV y, para desgracia de la democracia, de los socialistas, que se limitaron a calificar las palabras de Mintegi como «desafortunadas». Buesa era socialista, y sólo los parlamentarios del PP recriminaron a Mintegi su repelente defensa política del terrorismo.
Es hora de pasar a los hechos y tomar al Tribunal Constitucional por su palabra. En la sentencia con la que legalizó a Sortu —y que, con la de Bildu, puso de hecho fin a la Ley de Partidos—, el TC señaló varios comportamientos que justificarían la ilegalización sobrevenida de un partido proetarra. Y entre tales conductas se refería a las «tendentes a otorgar al terrorismo una legitimación, especialmente si la misma está proyectada a su justificación como medio necesario para alcanzar o avanzar en la consecución de objetivos políticos». Simplemente, es repugnante y ofensivo para las víctimas de ETA, de forma especial para la familia de Fernando Buesa, que un partido que califica un asesinato como político pueda actuar libre e impunemente.
El supuesto final de ETA debe contar, como es obvio, con políticas adecuadas del Gobierno para garantizar el desmantelamiento absoluto de la organización terrorista y su imposible retorno a la violencia. Pero la prudencia, siempre necesaria, no justificaría mirar a otro lado cuando los portavoces del terror siguen intentando reescribir la biografía de ETA. Para acabar con la banda no basta con desarmarla y disolverla. Es preciso luchar contra su revisionismo histórico, desenmascarar sus aparentes «rostros amables», impugnar su adhesión oportunista —cuando están operativamente acorralados— a los medios democráticos. La cuenta de ETA con la sociedad, con las víctimas y con la Justicia no está saldada. Mintegi, pura ortodoxia proetarra, lo ha recordado en Vitoria. No hay mucho más que esperar para llevar a Bildu ante el Tribunal Supremo e instar su ilegalización.