HERMANN TERTSCH, ABC 05/02/13
· La inmensa mayoría de los políticos no cumplen los mínimos criterios de calidad.
Supongo que en las últimas semanas, días y horas, muchos habrán pronunciado o pensado esta sentencia que he elegido como título. A la que tantas veces hemos recurrido muchos para explicar, resignados, algunos de los momentos más incomprensibles, absurdos o desesperantes de nuestra historia. Estamos en uno de ellos. Hasta el presidente Mariano Rajoy, hombre de vuelo bajo y apegado a la moqueta del salón y la losa del pasillo, ha osado una perspectiva histórica. Dijo ayer en Berlín que se trata de «uno de los más difíciles de los últimos treinta años». Sin duda lo es, presidente. El más grave y peligroso en generaciones. Probablemente por la dura historia común desde esa guerra, cuando Tejero asaltó el Congreso la sociedad española estaba más unida y mucho más dispuesta a entender y entenderse que hoy. Había tanta ingenuidad como buena fe. Esa magnífica disposición de ánimo sufrió sus lógicos desgastes con el tiempo y la inevitable evidencia de que la democracia ni es beatífica ni soluciona los problemas.
Pero la ruptura real con aquel espíritu se produjo hace una década, cuando una nueva generación en la izquierda rompió los principales consensos. Y tomó la calle para recrear el enemigo total, su anti-España, simbolizada por Aznar. Entonces un reguero de bombas y una constelación maldita auparon al poder a esa izquierda, dirigida por gente que jamás iba a tenerlo. En dos legislaturas pusieron todas las instituciones al borde del desmoronamiento. Puede que hubiera llegado en todo caso. También sin bombas ni Zapatero. Y que el muy éxito de la transición fuera un espejismo. Que tarde o temprano tuviera que imponerse la trágica y sórdida historia de los últimos dos siglos. Y esto es lo que hay. La selección negativa se ha vuelto absoluta en la política española. Las personalidades capaces, creativas, con convicciones y fuerza, huyen de la responsabilidad pública. De un campo político infestado por una mediocridad que se retroalimenta y que hace insoportable la vida a quien no participe de sus tristes reglas de obediencia, sumisión, chivatería y gregarismo resignado y chato.
La causa fundamental es que en la política española no hay competencia real de ideas ni personas. Como en los productos de consumo en los países comunistas, en los que las compañías estatales tienen el monopolio de producción, la calidad es, por necesidad, cada vez peor. Hablamos de la calidad de las ideas, de la calidad de la gestión, pero ante todo de la calidad de la gente. Tienen razón los que dicen que no todos los políticos son iguales. Y por supuesto en que no todos son corruptos. Pero es una triste realidad que la inmensa mayoría de los políticos no cumplen los mínimos criterios de calidad para ser retribuidos en el mercado como lo son en sus partidos o instituciones. Que no hay pulsión moral.
Y que por eso son capaces de ver cómo se hunde no ya España, sino el mundo, sin ser capaces de un gesto de generosidad, no ya grandeza. Es tan insufrible que Rajoy se resista a los necesarios sacrificios en su gabinete y su partido como que Rubalcaba, con su sórdido pasado y su impotencia a cuestas, intente dinamitar al Gobierno cuando nos jugamos literalmente el naufragio de España. Nadie está a la altura. Es lo que hay. La frivolidad y la miseria que nos han traído hasta aquí son un escándalo y una tragedia. La mezquindad, la falta de coraje y grandeza para dar un claro golpe de timón que acabe con la impunidad, evite una tragedia entre españoles y reinstaure la unidad, la seguridad y la esperanza, toman visos de traición de lesa patria.
HERMANN TERTSCH, ABC 05/02/13