Iñaki Ezkerra-El Correo
Es el mensaje que ha lanzado el filósofo norteamericano Michael Sandel en el Festival de las Ideas celebrado la pasada semana en la capital de España: «No podemos permitir que los mercados nos digan qué es lo que tiene valor y cuáles son nuestros valores». Su rebelión es oportuna en estos tiempos en los que si uno dice que está harto del aligeramiento literario que imponen las editoriales, te responde siempre alguien: «Es lo que se vende». El hecho de que ese producto se venda bien convierte su dudoso valor en incuestionable. Lo que a uno más le llama la atención es que se agarran a ese argumento gentes que van de progresistas por la vida. Son anticapitalistas, pero hacen de la economía de libre mercado, no ya un instrumento asumible para acceder a los bienes que son de la apetencia personal y privada de uno, sino un valor absoluto que reduce esa oferta al producto que tiene más compradores. Se sirven, en fin, del libre mercado para lograr que deje de ser libre.
Pasa lo mismo en el terreno político. Al «es lo que se vende» se añade con frecuencia el «es lo que se vota». Como si la opción más votada fuera buena por ese mero hecho. Hubo un tiempo en que se hacía valer como un valor democrático el respeto a las minorías. Pero en la medida en que éstas crecen lo suficiente para convertirse en un agente político, se olvidan de ese respeto. Aunque vuelven a invocarlo si sufren, en unos comicios, un importante descenso que los devuelve a la caseta de salida. Asimismo hay quien habla de los votos robados o prestados que tiene un partido rival como si le pertenecieran, cuando en democracia a nadie le pertenecen los electores y todos son votos en préstamo; votos que se ganan en un mercado electoral que debe ser tan libre y competitivo como el económico.
Volvemos a los libros. Fui hace unos días a la presentación de ‘El plural es una lata’, la biografía de Juan Benet que ha escrito J. Benito Fernández. En el acto, Juan Cruz comentó que Benet fue un autor muy cómodo para los editores porque les advertía que se conformaba con vender 5.000 ejemplares. Su valor era su escritura aunque no se apreciara masivamente. Aunque el necio confundiera valor y precio, como hoy se confunde.