Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
- El Gobierno de Pedro Sánchez, antes de las aprobadas esta semana, llevaba ya 81 subidas de impuestos y de cotizaciones desde que llegó a La Moncloa
El estreno mundial de la ‘Cantata Aldama’ ha eclipsado la aprobación de la reforma fiscal y, dentro de ella, las idas y venidas del gravamen sobre las energéticas ha oscurecido al resto de las medidas aprobadas. Vamos con ello. Lo primero de todo hay que reconocer que la aprobación de una buena parte de las propuestas de cambios fiscales constituye un éxito para el Gobierno, que cada día añade una nueva hazaña a su largo historial de supervivencia en condiciones extremas. Lo segundo es constatar la veracidad de la sospecha de que los partidos que le apoyan no le van a abandonar nunca al presidente, mientras puedan seguir estrujándole. Todos ellos son conscientes de que nadie les va a tratar tan bien como les trata él y nadie les va a dar tanto a cambio de tan poco. Así que no hay alternativa mejor a que siga gobernando de manera inestable y permanentemente necesitado de unos votos que se van a vender a cambio de unos ‘regalos’ que todo el mundo está seguro de que se van a obtener, por más que luego la realidad sea muy otra.
Me da la impresión de que todos los que nos ocupamos de estos aburridos, pero importantes, temas de la economía hemos dedicado mucha mayor atención a la forma, rocambolesca y lamentable, en la que la reforma ha sido aprobada que al fondo y a las consecuencias de las medidas que se han aprobado. La verdad es que no es una trama fácil de seguir dada la amalgama de figuras impositivas afectadas y los vaivenes parlamentarios ocurridos a lo largo del proceso de su aprobación.
Todo empieza por la utilización abusiva de una transposición de la directiva europea que fija un tipo mínimo del 15% en el Impuesto de Sociedades, que se adornó de una multitud de medidas que algo tenían que ver con ella y con la que se esperan obtener 2.600 millones de euros adicionales. El endurecimiento de los beneficios fiscales concedidos en su día por Montoro y tumbados después por el Constitucional y, en especial, la minoración de las deducciones por beneficios en el exterior y la reducción de la compensación de bases imponibles negativas proporcionarán la mayor parte de ellos.
El impuesto a la banca tuvo su peculiaridad. La enmienda se rechazó en Comisión y se aprobó en Pleno, por tres años más, una vez que el Gobierno aceptó entregar una buena parte de la recaudación obtenida a las comunidades autónomas. El impuesto es progresivo y castiga a las de mayor tamaño. ¿Por qué? Ni idea. Cualquiera diría que no queremos bancos grandes. También establece un beneficio fiscal para las que tengan un ROA menor. Es decir, premia a los menos rentables. Se prevé recaudar aquí 1.600 millones.
Los partidos que apoyan al presidente no le van a abandonar nunca mientras puedan seguir estrujándole
En el terreno personal, sube dos puntos el tipo marginal de las rentas del ahorro para las rentas superiores a los 300.000 euros. Sube el impuesto al tabaco y a los vapeadores. Y la estrella, el impuesto, que ya no gravamen, a las energéticas que no es, pero que será, aunque nadie sepa hoy cómo será, aunque dicen que lo evitarán aquellas inversiones que tengan como destino la descarbonización. ¿Conocen un solo euro de inversión entre los 30.000 millones de euros amenazados que se vayan a dedicar a activos que aumenten la huella de carbono? No busque, no lo hay.
Por su parte han decaído el impuesto sobre el diésel que es muy impopular, el que pretendía gravar a los seguros de salud privados, el de las grandes herencias y el de bienes suntuarios. Y se salvan las socimis, que mantendrán sus actuales ventajas. Es decir, Sumar dejó jirones en el curso de la tramitación, lo cual aceptó sin pestañear. ¿Cómo no iba a hacerlo con el frío que hace en la calle?
Sánchez llevaba ya 81 subidas de impuestos y de cotizaciones desde que llegó a La Moncloa. Sumen estas de la semana pasada y no se olviden de considerar la ausencia del ajuste a la inflación que desde entonces se acerca al 19%. Conclusión. ¿Hoy es más sencillo o más difícil la toma de decisiones de inversión para las empresas afectadas? Pues usted dirá, pero a mí me parece que lo dificulta. ¿Le importa a alguien? Al Gobierno parece que no.