Juan Carlos Girauta-El Debate
  • A esta izquierda, no ya irracional sino histérica, se ha llegado porque los profesores de sus profesores fueron incapaces de entender el pensamiento europeo de la segunda mitad del siglo XX

Al analizar lo que le ha pasado a la mente occidental desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, se exagera la influencia de la Escuela de Frankfurt, grupo de pensadores alemanes, en general judíos, que llegaron a los Estados Unidos huyendo de los nazis. Su «teoría crítica» se adoptó en universidades europeas y se adaptó en las estadounidenses. Sin subestimar su enorme y tardío poder sobre el entorno estudiantil de ese país, lo cierto es que antes pasó por el proceso de vulgarización, su conversión en fetiche y su incorporación a la estética izquierdista. En los sesenta había que citar a algunos autores, e incluso leer algunas obras, para que se te admitiera en el lado del bien. Dejar caer el nombre de Marcuse era obligado, casi tanto como leer su ‘Eros y civilización’.

Es imposible expresar el arrebato que provocó la combinación de Marx y Freud. Por mucho que a los interesados les hubiera parecido una aberración engarzarlos para ofrecer el incierto catecismo, a veces dogmático, a veces borroso, que presidió la conciencia, digamos, revolucionaria de los años sesenta y setenta. Hoy los estudiantes apenas leen. El ensayo es inútil y ruinoso en España. El éxito ocasional de algún título no salva un sector cultural donde mandan el analfabetismo funcional (de lectores y editores) y una descarnada obsesión por el dinero rápido, por la imitación del modelo o el título que han funcionado, por las ocurrencias de editores anticuados, impermeables a los tiempos, convencidos de que conocen mejor que tú lo que tienes en mente.

Como resultado de la aversión al pensamiento, hace ya muchos años que la condición de izquierdista (esto es, estar en el bando del bien) es puramente declarativa. A veces ni eso: he visto con asombro, con un pesar no exento de diversión, cómo muchos jóvenes estadounidenses transmiten su adscripción demócrata grabándose a sí mismos en pleno ataque de nervios por el triunfo de Trump, y después por alguna decisión de Trump, para exhibirse luego en las redes llorando, balbuciendo, colocando un par de palabras inteligibles en el infantil hipo de la llantina. No, a este nivel de destrucción de la razón no se ha llegado por culpa de Marx ni de Freud, que apenas les suenan; ni de la Escuela de Frankfurt, de la que nada saben; tampoco por culpa de Lacan, Derrida o Foucault, a los que no les aguantan un párrafo.

A esta izquierda, no ya irracional sino histérica, se ha llegado porque los profesores de sus profesores fueron incapaces de entender el pensamiento europeo de la segunda mitad del siglo XX. Estaban familiarizados con Marx o con Freud, pero su fusión intelectual, aquella impresionante quimera, no pudieron digerirla. Para digerir semejante monstruo, hecho de guiños intelectuales en los que la novela, el teatro y la poesía pesaban tanto como el ensayo, había que estar uno poco más allá de la camiseta del Che y a años luz de los ataques de nervios de TikTok.