REBECA ARGUDO-ABC

  • Que se extienda el rencor hacia su figura de manera tan transversal, por decirlo de algún modo, me hace desconfiar de los motivos

Si bastase la ausencia de respeto por los que piensan diferente para enmendar el liberalismo de Milei, digo yo que bastaría también para enmendarle a otros su militancia en la socialdemocracia. Supongo también que si la ausencia de respeto o los malos modos inhabilitan para ejercer en el liberalismo, el hecho de que en lugar de atraer a las clases populares con discursos buenistas y demagogos debería también expulsarle del populismo. Digo yo que la fórmula operará igual en todos los sentidos y no solo en uno. Me explico: si la falta de una característica ya es excluyente debería serlo para todos y para todo. Es decir, que Sánchez no sería socialdemócrata, ni Otegui de izquierdas, ni Feijóo de derechas. A todos les falta un chin para casar el ideal con el método. Pero solo a Milei se le dedican columnas pidiendo que, no se confundan, no se le considere liberal.

Me permitiré un ‘vayapordelantismo’, aún sabiendo que mi querido y admirado José María Nieto me llamará al orden inmediatamente. Me arriesgo: no gustándome los modos de Milei, todavía me gusta menos el empeño por demonizarlo. Que se extienda el rencor hacia su figura de manera tan transversal, por decirlo de algún modo, me hace desconfiar de los motivos. Pero más allá de eso tan intuitivo (y, por lo tanto, susceptible de ser equivocado por precipitado) que es la reacción inmediata ante el estímulo, va la deshonestidad en la vara de medir. Aquello tan cursi del tablero inclinado. ¿Por qué tanto empeño en sofisticar la explicación del repudio? ¿Por qué tanto columnista poco sospechoso de ser de izquierdas es tan receloso ante el presidente argentino? ¿Por qué no tan escrupuloso con otros que nos incumben más, por proximidad? Ojo que yo entiendo perfectamente que las formas sean importantes, insisto. Pero me parece impúdico exigir a unos tanto y a otros tan poco. Aquello de que, o jugamos todos, o la dama de moral distraída, remuneración mediante, al corriente de agua continua, más o menos caudalosa, que va a desembocar al mar.

O, por decirlo de otra manera, que no consigo entender la inquina. Con lo bien que llevamos aquí que Óscar Puente ‘oscarpuentee’ o que nuestro presidente se cisque en un valor superior de nuestra Constitución como es el pluralismo político. Y, oye, tan tranquilos. De hecho, algunas de las columnas que he leído últimamente admiten perfectamente cambiar «Milei» por «Sánchez» y no pierden sentido. Otra cosa es que, a mí, me siga pareciendo que la tesis flojea. Y lo hace, sobre todo, porque toma por insólito un hecho que ahora mismo es generalizado: la fractura entre el ideal y el método. Así que, propongo, por rigor y si queremos seguir sosteniendo esa idea, que revisemos las etiquetas. O, de seguir así, nadie será lo que cree ser y será lo que dice odiar, a la que se descuide. Y verás qué risas cuando el tolerante, tan ecuánime, descubra que lo que es, en realidad, es un totalitario de cuidado.