Es país para viejos

EL MUNDO – 01/07/16 – JORGE BUSTOS

· De todos los argumentos que anda sintetizando el laboratorio morado para explicar su fracaso electoral, ninguno acredita la finura que esperaríamos de la complutense estirpe de Maquiavelo. La paranoia del pucherazo es un mero ejercicio de proyección bananera. El recurso al miedo resulta incompatible con los labios de fresa, sabor de amor, pulpa de la fruta de la ilusión que desbordaba al país desde el advenimiento podémico.

El cruce de acusaciones entre errejonistas y pablistas a cuenta del infantilismo de unos o el radicalismo de otros no excede los muros de su salón parroquial. En cuanto a la posibilidad de que España esté habitada por ocho millones de criptofachas –una de mis teorías predilectas–, su defensa delata la enfermedad de una mente extremada, que descifra el mundo por el catalejo de un embudo y concluye que es fascista todo aquel que no sea comunista.

Pero hay una razón que los caballeros politólogos de la helada sonrisa arguyen con tanta verdad como escasa sofisticación: que el pasado domingo los viejos acudieron a votar como si lo fueran a prohibir, y que mayormente votaron al PP. «Hay un país real que sigue rehén del pasado y deprime», escribió el padre Monedero en su epístola postelectoral a los podemitas. La frase es una joya de la psicopatología política: «país real», lamenta quien prefiere una utopía irrealizable; «rehén del pasado», deplora el penúltimo profeta de la ideología que despachó aberrantes sacrificios en el altar de la revolución perpetua. Claro que España es un país envejecido, como todos los desarrollados, y claro que el PP primó astutamente a los pensionistas sobre cualquier otra clientela.

Pero que en la movilización de los ancianos influyan sentimientos como «el miedo y el egoísmo», en palabras del apóstol Juan Carlos, no condena a esos votantes a la senilidad, así como el voto utópico no absuelve de irresponsabilidad a nuestros niños barbudos más indocumentados. El egoísmo, de hecho, me parece una magnífica manera de tomarse en serio la democracia, pues nadie sopesa tanto su voto como quien lo identifica con un capital confiado a bolsillos políticos, del mismo modo que Adam Smith cargó sobre el ánimo de lucro la riqueza de las naciones.

La efebocracia en boga entraña la creencia en una superioridad moral de los jóvenes que no sólo ha sido contestada en las urnas, sino también en la filosofía, la literatura y la historia. De las fábulas de Esopo al senado romano (senado en latín viene a significar reunión de viejos), la civilización la han construido los consejos de los prudentes y la han defendido los músculos de los guerreros.

Por supuesto, en cada tribu el relato custodiado por el sanedrín es diferente, y así como los abuelos británicos han traicionado sin querer a sus nietos porque votaron movidos por el recuerdo de una isla imperial, los abuelos españoles han salvado a los suyos de una amenaza que no necesitan exagerar, porque guardan memoria guerracivilista de su triste certeza. No es que a los viejos les guste la corrupción; no es que les embargue una nostalgia del franquismo que se consuelan con el PP; es que la experiencia les ha persuadido de que no existen los inmaculados, y a cambio han aprendido a ponderar el mal menor entre el asco y la ruina. Tampoco Carmena es una niña, y quizá sea eso lo mejor de su gestión.

Si todavía no se explican en Podemos lo que ha pasado, que recurran a su serie de cabecera: lo nuevo solo puede envejecer, mientras que lo que está muerto no puede morir. Y al final, Rajoy ha sido el más vivo.

EL MUNDO – 01/07/16 – JORGE BUSTOS