Eduardo Uriarte-Editores
Estamos al borde del abismo económico y a los que nos gobiernan no se le ocurre más fórmula, siempre bajo una improvisación que conduce al caos, que tirar del gasto mostrando su faz benefactora y escondiendo el socavón en la deuda que dejan para mañana. Los heroicos asaltantes del Palacio de Invierno tras su cómoda entrada en el recinto, pues Eisenstein fantaseó mucho, creyeron, hasta que alguien les amenazó con fusilarlos, que la revolución que iniciaban para salvar a la humanidad empezaba con una salvaje borrachera en la bodega de los zares.
No sé si los actuales salvadores piensan en salvar algo, o buscan el poder por el poder o vivir en la sierra, pero de toda aquella fraseología de venir a cambiar el mundo, liberarnos de la opacidad y la corrupción, sólo queda el odio como instrumento movilizador contra la derecha, un desaforado esfuerzo propagandístico hacia el identitarismo, y un sectario gasto clientelar que arruina las arcas. Aunque la guerra promovida por Putin haya potenciado su tendencia el proceso inflacionista le precedía preocupantemente. La guerra: una excusa en boca de Sánchez.
Las medidas para reducir el precio de la energía son positivas, pero se han hecho tarde y mal. El Gobierno francés llevaba un par de semanas de adelanto, pero es que su naturaleza de subvención aquí adoptado por el poder -que se note la cola de la sopa boba- ha provocado un innecesario caos. Este parche, tardío y mal hecho, no puede esconder, ni siquiera al enajenado populismo izquierdista, que las causas de nuestra desmesurada inflación son más profundas, algunas de ellas provocadas por dicha enajenación ideológica, y otras por la dinámica partitocrática incapaz de la menor reforma que suponga un reto ante una opinión pública subyugada por los prejuicios buenistas, irracionales e incluso hedonistas que ha sustentado la hegemónica ideología de izquierdas, y que la derecha no ha sabido rebatir.
No puede el populismo izquierdista creer que sus medidas son suficientes cuando una de las causas más importantes de la inflación está en la dependencia energética que padecemos. A la hora de hacer demagogia con el ecologismo no caemos en la cuenta que nuestros vecinos franceses tienen una inflación menor frenada por una producción de energía nuclear que finalmente les compramos. Nuestro izquierdismo no puede, ante la austeridad calvinista de los países del norte, ir con un programa de transición ecológica más radical que el de ellos, pidiendo en cada ocasión de crisis recursos para evitarnos los recortes que tanto Portugal como Irlanda o Grecia tuvieron que llevar adelante en el pasado. Nuestro izquierdismo no puede convertir en un auto de fe su condena de cualquier reflexión sobre la energía nuclear, el gas, incluso el fraking, porque seguiremos padeciendo unos costes de producción que nos expulsan del mercado. Nuestro país no se puede permitir ni una izquierda populista que derrocha el gasto, condena las fórmulas económicas estructurales, ni a una derecha inactiva, meramente de retórica reactiva ante las tropelías de los primeros.
Los problemas de nuestra economía son estructurales y el izquierdismo que nos gobierna no supera la mera acción de la beneficencia caritativa -falsa, porque la pagamos con nuestros impuestos-, programa que puede aparentemente promover la salvación cristiana, cuestión en la que no creen, pero incapaz de atisbar un modelo económico capaz de superar los prejuicios ideológicos de la exaltación izquierdista. O cambiamos o nos hundimos.