Tras la esperpéntica sesión plenaria del Congreso del pasado miércoles celebrada en esta ocasión en el Senado por indisponibilidad de la Cámara Baja, el temor de que Pedro Sánchez está dispuesto a despiezar el Estado como estructura estable y como espacio jurídico para ir entregando trozos esenciales a los separatistas catalanes, se ha convertido en certidumbre. A partir del infernal mapa parlamentario surgido de la convocatoria del 23 de julio, pronto quedó claro que el presidente del Gobierno tenía como objetivo irrenunciable mantenerse en La Moncloa sin importarle el precio que tuviera que pagar por ello a ERC y al prófugo de Waterloo. Previamente, ya había eliminado prácticamente todos los instrumentos penales existentes en nuestro ordenamiento para defender la unidad nacional frente a la repetición de nuevos intentos secesionistas como el de octubre de 2017. Tampoco le tembló el pulso a la hora de mostrarse proclive a implantar un nuevo sistema de financiación autonómica asimétrico en favor de Cataluña en contra del principio constitucional de igualdad de todos los españoles. Y, como coronación de tanta cesión irresponsable, la amnistía, engendro inconstitucional, que deja a los pies de los caballos al Rey, a los jueces y a las fuerzas de seguridad que con admirable firmeza garantizaron la vigencia del Estado de Derecho y la integridad del territorio nacional ante el amago de golpe en Cataluña hace cinco años.
El daño infligido a la cohesión nacional, a la efectividad tangible de nuestra Ley de leyes, al prestigio de la Corona, al respeto a los tribunales y a la imagen exterior de España por el aventurero irresponsable que se sienta a la cabeza del Consejo de Ministros es ya de una enorme magnitud, pero lo más inquietante es que no parece que su enloquecida carrera de demoliciones vaya a tener fin y que existe el serio riesgo de que en una pirueta definitiva acabe con la Nación misma, transformada en un agregado informe de nacioncillas confederalmente deshilvanadas, paso previo a su disolución final.
La esperanza que nos queda a los millones de españoles a los que espeluzna esta ristra de atropellos al bien común, al legado de la Transición y a la sensatez, es que la presente legislatura no tiene visos de prolongarse demasiado y mucho menos de completarse. Incluso destacados socialistas han comentado después del espectáculo dantesco ofrecido recientemente en el hemiciclo del Senado que así es imposible gobernar. Ni siquiera un desaprensivo del calibre de Pedro Sánchez es capaz de aguantar cuatro años uncido a una jauría caótica e insaciable que le exigirá lo que no puede darles y en ese momento el invento diabólico colapsará.
La toxicidad de la acción de gobierno iniciada en junio de 2018 ha sido tan intensa en campos tan relevantes para la buena marcha del país que su reparación y enderezamiento pueden implicar enormes dificultades
Sin embargo, queda una pregunta en el aire de considerable calado que hemos de empezar a plantearnos. La degradación y el deterioro institucional, las posiciones de fuerza alcanzadas por los independentistas, la división profunda de la sociedad, el declive de la economía y el clima general de desmoralización y desánimo que Sánchez dejará como herencia, ¿hasta qué punto será reversible? La toxicidad de la acción de gobierno iniciada en junio de 2018 ha sido tan intensa en campos tan relevantes para la buena marcha del país que su reparación y enderezamiento pueden implicar enormes dificultades y requerir de la nueva mayoría una fortaleza, una coherencia, una firmeza de principios, una claridad de ideas y un coraje realmente excepcionales. Es conocido el mal perder de la izquierda y de los separatistas. Su tradición consiste en ganar en la calle lo que pierden en las urnas. Un proyecto serio y ambicioso en los ámbitos de la educación, del sistema productivo, de la calidad institucional, de la política internacional, de la fiscalidad, de la innovación tecnológica, de democracia más militante, lleva asociado el destejer la maléfica tela de araña con la que Sánchez y su asociación de malhechores han aprisionado el cuerpo nacional. Un movimiento decidido en esta dirección se puede encontrar con un cúmulo de huelgas, violencia tumultuaria, contenedores en llamas por centenares y edificios oficiales rodeados. ¿Son conscientes los partidos de la oposición llamados a configurar la alternativa a la actual pesadilla de la hercúlea tarea que les aguarda? Si su actitud mental es la de preparar una simple alternancia de retoques cosméticos -evitar “los líos”- España no emergerá del hoyo en el que un quinquenio de desastres sucesivos la ha hundido hasta poner en peligro su supervivencia.