RAFAEL CALDUCH, EL MUNDO – 08/04/15
· Un entendimiento con Putin que llevase a un enfrentamiento con sus socios europeos sería para Tsipras un grave error político que tendría preocupantes consecuencias para la economía helena.
La visita de Alexis Tsipras a Moscú se ha anticipado un mes a la fecha inicialmente acordada y se produce en medio de la negociación que mantiene con el FMI, el BCE y la Comisión (antigua Troika) sobre el plan de reformas económicas que permita desbloquear los 7.200 millones de euros que el país griego necesita para no caer en la bancarrota.
Parece razonable pensar que el primer ministro griego busque en Moscú un apoyo financiero alternativo para enfrentar la falta de liquidez que atenaza la economía y la sociedad de su país. También es evidente que, para el presidente Putin, el apoyo de Grecia puede resultar útil en su conflicto estratégico y económico con la UE y la OTAN, con vistas a bloquear futuras sanciones y medidas de presión militar. Hay, por tanto, un terreno común de entendimiento que explica esta visita oficial.
Sin embargo, cabe preguntarse si realmente la opción griega de buscar socios económicos alternativos, como Rusia y China, es una apuesta viable y sensata para los intereses del país o, por el contrario, constituye una nueva huida de la realidad tan propia de los dirigentes de Syriza.
En el ámbito económico, la situación de Grecia no es tan solo un problema de solvencia financiera, aunque sea esta la perspectiva dominante en Bruselas y los mercados internacionales, ni tampoco una cuestión de justicia social y estabilidad política, aunque este sea el planteamiento al que se aferra el actual Gobierno del país. Primariamente, la problemática económica griega se sitúa en la capacidad de su economía real para recuperarse a medio plazo de la crisis mediante un crecimiento de la riqueza nacional y una recuperación del empleo entre las clases medias, ya que sólo este escenario garantizaría a largo plazo una reducción significativa de la deuda ya asumida.
De acuerdo con los datos de Eurostat, el PIB del país entre 2009 y 2014 se ha reducido en un 20%, el consumo final en un 25%, la formación bruta de capital fijo en un 40%, mientras que las exportaciones aumentaron un 31 % y las importaciones se han reducido en un 9 %.
En otras palabras, en un contexto de contracción de la demanda interna, la posibilidad de una recuperación económica a medio plazo depende decisivamente de la expansión de la demanda externa, de la que un 45 % corresponde al mercado único europeo. Por el contrario, en 2013 las exportaciones griegas a Rusia y China conjuntamente fueron equivalentes a las realizadas al Reino Unido y la mitad de las realizadas a Alemania.
Análogamente, en el terreno financiero, la ayuda que Grecia puede esperar de Rusia es únicamente coyuntural. A nadie se le oculta que, con unos precios del petróleo y del gas a la baja, la economía rusa está experimentando una fuerte caída de sus ingresos apreciable claramente en la devaluación del rublo. No está, por tanto, en condiciones de asumir el coste de una ayuda financiera como la que necesita Grecia para garantizar su recuperación a medio plazo. Pero incluso si semejante escenario pudiera contemplarse por el Gobierno de Atenas, el peso de la deuda griega ya contraída no podría ser avalado ni por Rusia ni por China.
A la luz del análisis realizado, parece manifiestamente claro que la única opción griega viable en el terreno económico y financiero pasa por un entendimiento con el BCE, la Comisión Europea y el FMI. El escenario de una salida del euro provocaría la inmediata bancarrota de la economía helena sin gozar tan siquiera del mínimo de liquidez a corto plazo que podría ofrecerle la aplicación del corralito, como en el caso argentino, ya que la salida de capitales y depósitos de la banca realizada en los últimos meses reduciría ostensiblemente la eficacia de dicha medida.
Ni que decir tiene que, en semejantes circunstancias, la caída del actual Gobierno de Tsipras sería inevitable, abriéndose un escenario de incertidumbre política que nadie en estos momentos sabría predecir. Ello explica que todavía la UE y los mercados internacionales sigan prefiriendo la opción de un nuevo rescate a Grecia. Sin embargo, esta preferencia encuentra un límite ineludible en el cumplimiento griego de los compromisos asumidos en los préstamos anteriores. Aceptar su incumplimiento unilateral provocaría una crisis financiera sistémica del euro y, por extensión, de la economía mundial que nos retrotraería a la experiencia de 2008. Una posibilidad que nadie está dispuesto a aceptar por un incierto futuro económico de Grecia.
Descartado que Rusia pueda ser un socio comercial y financiero alternativo a la UE, cabe considerar la opción de que las conversaciones greco-rusas se articulen en torno a la dimensión geoestratégica que Grecia posee como miembro de la OTAN y de la propia UE como actor diplomático y militar.
También en este terreno el margen de acción del Gobierno griego es muy limitado. Como socio de la Alianza Atlántica, lo cierto es que las garantías de seguridad que los griegos reciben de esta organización son notablemente mayores que su aportación militar a la OTAN.
En efecto, Grecia mantiene vivos sus contenciosos con Turquía en Chipre y las islas del Mar Egeo. Pero la realidad política turca de nuestros días experimenta una deriva islamista, que lejos de facilitar la solución negociada de tales contenciosos aviva las diferencias entre Atenas y Ankara. Por otro lado, la situación en los Balcanes no se encuentra definitivamente estabilizada, como se puede constatar en el Estado fallido de Kosovo o la precaria situación de Albania. Todo ello sin considerar la inestabilidad que existe en el área de Oriente Próximo y su impacto para la seguridad del tráfico marítimo en el Mediterráneo Oriental.
En estas condiciones no resulta creíble ni razonable, al menos a corto plazo, que el Gobierno de Tsipras considere una salida de la Alianza y ni tan siquiera una oposición activa a las decisiones que se adopten en su seno en las condiciones actuales de tensión por la guerra de Ucrania.
En cuanto a la UE y sus relaciones con Rusia, Grecia podría obstaculizar, junto con otros países miembros, una futura escalada de sanciones económicas, pero puesto que no se contemplan a corto plazo medidas en el marco de la Política Común de Seguridad y Defensa, su posición en este terreno resulta por ahora poco significativa política y diplomáticamente.
El pragmatismo ruso impide que el presidente Putin albergue importantes expectativas estratégicas sobre Grecia, más allá de la garantía sobre el no reconocimiento de Kosovo como Estado y algunas declaraciones oficiales y paralelas inhibiciones diplomáticas en relación con la anexión de Crimea y la guerra de Ucrania.
El Kremlin sí tiene un especial interés por consolidar sus relaciones con el Gobierno griego para garantizar su principal apuesta energética respecto de la UE. Se trata del gaseoducto South Stream, uno de cuyos ramales está previsto que discurra desde Grecia hasta el sur de Italia. La apuesta rusa por este proyecto, descartado el proyecto Nabucco y reforzado el proyecto alternativo del Trans Adriatic Pipeline, es decisiva para garantizar a medio y largo plazo una posición dominante en el mercado energético europeo frente a otras fuentes (fracking) o alternativas de aprovisionamiento y, desde luego, para minimizar el actual condicionamiento que impone el trazado ucraniano.
Desde esta perspectiva, el encuentro entre Tsipras y Putin puede servir para potenciar unas relaciones bilaterales entre Rusia y Grecia que Moscú considera no sólo útiles sino necesarias. Ello justificaría un cierto apoyo financiero ruso al Gobierno de Tsipras. Sin embargo, considerado desde la posición helena, cualquier entendimiento con Putin que llevase a un enfrentamiento con sus socios europeos sería un nuevo y grave error político cuyas consecuencias se apreciarían inmediatamente en las ya graves condiciones económicas y sociales que vive el país. Un lujo que los griegos no se pueden permitir.
Rafael Calduch Cervera es catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid.
RAFAEL CALDUCH, EL MUNDO – 08/04/15