Cuando yo era niño la frase que podía halagarte más es que tus padres, tus profesores o alguien mayor dijera de ti «¡Este chico es muy inteligente!». Porque parecía que el mejor estadio del ser humano era poseer cuanto más conocimiento y mayor capacidad de emplearlo, mejor. Otra cosa que destacaban con indisimulado orgullo era la memoria. «¡Hay que ver la memoria que tiene este chiquillo, se sabe de memoria todos los ríos de España, afluentes incluidos!». Se veía como un éxito que los pequeños se cultivasen en la lectura, las matemáticas, la disciplina, la urbanidad, el respeto, la buena educación, hablar y escribir con corrección, la ortografía, en fin, qué les voy a contar si les tocó ir al colegio en los sesenta/setenta. Y cuando se destacaba en materias hoy desaparecidas como el latín, la admiración que se despertaba entre los adultos era rayana a la reservada para milagros como la licuación de la sangre de San Pantaleón, milagro que se puede constatar cada veintisiete de julio en el Real Monasterio de la Encarnación de Madrid desde hace cuatrocientos años.
Lo que ahora se lleva es haber sido un delincuente juvenil destroza nidos y ser un huérfano abandonado en un hospicio, aunque sea mentira
Todo esto ha quedado absolutamente abandonado y mal visto por los tiempos actuales en los que el saber se considera peligroso, cuando no fascista, y ya no digamos cosas como poseer memoria. Al no existir solidez intelectual entre aquellos que pretenden guiarnos todo lo que suene a reflexión intelectual se antoja subversivo. Es todo tan ordinario y vulgar que cualquier persona pública que hable mínimamente bien y con un vocabulario no diré exquisito pero sí con unos mínimos de calidad es vista como redicho, pedante, prepotente o, insistimos porque es el tópico de moda, fascista. Ha triunfado el modelo grosero, el de quien no sabe ni pedir la vez en una cola, el de quien presume de ignorante y tonto de la clase. Y la gente lo ha aceptado porque, evidentemente, es mucho más sencillo no saber nada que esforzarse para aprender lo que se desconoce.
Por eso les recomiendo que aprovechen los ocios navideños, si los tienen, para irse acostumbrando a desaprender, a olvidar. No sean ni cultos ni eruditos, ni se les ocurra decir que sacaban buenas notas de estudiante o que su infancia fue más o menos feliz, porque lo que ahora se lleva es haber sido un delincuente juvenil destroza nidos y ser un huérfano abandonado en un hospicio, aunque sea mentira. Se lo suplico, en cenas o comidas navideñas, bien de empresa, bien familiares, sean lo más ordinarios y groseros que puedan y, por el amor de Dios, ni se les ocurra demostrar el menor gesto de independencia intelectual. Olviden a Kierkegaard, a Spinoza, Finkelkraut, Azúa o Savater, incluso los poemas de Gabriel y Galán. Donen su biblioteca a cualquier fábrica de papel para que hagan pasta, hagan pedazos cuadros, discos o cualquier muestra de gusto por la cultura, consuman solo la basura pseudo cultureta subvencionada y, por precaución, intenten olvidarla también con rapidez por si acaso aunque en este caso no es difícil pues nada de lo que producimos hoy tiene sustancia para permanecer en la historia.
Es tan simple y tan desgarrador como eso, nos gobiernan auténticas mediocridades, igualitos a quienes eran siempre los últimos de la clase por vagos e ineptos
Decía Immanuel Kant que la inteligencia de una persona podía medirse por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar. Pues bien, orillen esas incertidumbres dándolo todo por bueno si viene de los de arriba, muéstrense serviles y analfabetos sin el menor sonrojo y así y no de otro modo conseguirán llegar a dónde se propongan. A presidente de su autonomía, a ministro de lo que sea o incluso a presidente del gobierno. Es tan simple y tan desgarrador como eso, nos gobiernan auténticas mediocridades, igualitos a quienes eran siempre los últimos de la clase por vagos e ineptos. Como esos son los que cortan el bacalao, ya les digo que les jode mucho la gente que piensa, sabe, conoce y dice. Repito, al paso que va España, les recomiendo como media profiláctica desaprender todo lo que puedan. Lo digo por su bien, que a mí desaprender me llega tarde.