RUBÉN AMÓN-EL CONFIDENCIAL
- Las cosas son exactamente al revés, aunque el momento de los Presupuestos y su mediación con los soberanistas construyen el fingimiento de un asalto al poder
La respuesta al titular es claramente… no. Sánchez no es una marioneta de Pablo Iglesias. La hipotética sumisión representa la fantasía húmeda del líder de Podemos tanto como contradice la naturaleza depredadora y narcisista de Sánchez. No caben dos machos alfa en la misma jaula ni existen razones para creer que la urgencia de los Presupuestos haya proporcionado a Iglesias una palanca de extorsión.
Al propio Sánchez le conviene que las vergüenzas del trabajo sucio recaigan en su ambicioso escudero. Y que el líder morado aparezca como el Rasputín turbio que ha urdido el pacto con ERC y BIldu, aunque sea a expensas de la propia megalomanía. Y aunque los ministros cobardones del Gobierno amaguen con indignarse frente los poderes que finge representar Pablo en los minutos de gloria de la legislatura. Porque es ahora cuando Iglesias puede exagerar más que nunca el papel de evangelista proletario.
Ya se ocupará el matador Sánchez de restablecer la jerarquía. Y de reconducir a Iglesias en el papel instrumental y degradante que le corresponde por mucho que los pactos obscenos con el soberanismo constituyen la voluntad política de Sánchez. Es él quien ha autorizado el abrazo a Otegi y quien ha convertido a ERC en socio privilegiado de la legislatura. La regla de tres con el soberanismo y el populismo representa el horizonte de gloria personal que el propio Sánchez exhibía el viernes. Se observa a sí mismo como presidente en 2026. Y presume de un ciclo virtuoso cuya fertilidad no se explica sin la degradación de la ética política. Sánchez encomienda su porvenir a los partidos que conspiran contra la unidad territorial y contra la monarquía parlamentaria.
Y Pablo Iglesias no solo ejerce de mediador y de muñidor. También reivindica sus convicciones políticas y estrategias. Porque Iglesias sí cree en la balcanización de España, en el referéndum de autodeterminación, del mismo modo que observa en Otegi a un hombre de paz y suscribe el relato de los pueblos oprimidos. Iglesias es más honesto y coherente que Sánchez. Abomina de la monarquía parlamentaria. Y quiere instaurar la III República sobre los escombros del PSOE. Lo piensa. Lo dice. Y reviste de palabrería su mesianismo.
Iglesias sí cree en la balcanización de España, en el referéndum de autodeterminación, del mismo modo que observa en Otegi a un hombre de paz
Aquí, el problema es el oportunismo de Sánchez, la temeridad de su proyecto personal. Y el cinismo con que pretende inculcar un modelo social y progresista cuando sus aliados representan el oscurantismo independentista y el populismo desenmascarado.
¿Cómo va a ser Sánchez la marioneta de Iglesias? Las cosas son exactamente al revés. Iglesias es el muñeco de guiñol que dice lo que no se atreve a confesar el ventrílocuo. Y que se convierte en la estrella del espectáculo hasta que su ‘padre-padrone’ lo mete en la caja.
El asalto al poder de Iglesias es una mera impresión superficial. Una vez aprobados los Presupuestos, Sánchez tiene garantizada la legislatura y puede permitirse incluso amenazar a Pablo con otros equilibrios y estrategias. Porque no tiene principios. Y porque sí tiene finales, hasta el extremo de que ha concedido a Cs una expectativa de reanimación.
No iba a resultar sencilla la convivencia entre Sánchez e Iglesias. Los episodios de recelo y de controversia han proliferado y van a seguir haciéndolo. Son rivales. Y se detestan, pero la cadena de mando y las ventajas del pacto benefician el binomio. Sánchez tiene controlado a su conspirador. Unidas Podemos se vacía. E Iglesias, además, se pluriemplea como el pocero en todas aquellas tareas sórdidas y procaces que el votante socialista refutaría epidérmicamente.
Su recompensa consiste en el poder que le proporciona el Gobierno. Hace frío fuera de la Moncloa, más todavía cuando las urnas van a hacerle expiar —ya ha sucedido— la degeneración de un modelo vertical que ha relegado a otra vida la promesa de la conquista de los cielos.
Manda Sánchez. Decide Sánchez. Iglesias es una especie de lazarillo perverso. Y ambos parecen representar una escena acongojante del ‘Rey Lear’. Es aquella que protagonizan Gloucester y Edgard. El primero, víctima de la codicia, está ciego. El segundo, víctima del vasallaje, está loco. Shakespeare convierte la relación en una alegoría premonitoria: «Es calamidad de estos tiempos que los locos lleven de la mano a los ciegos».