- No deja de ser una extravagancia histórica que el término “liberal” sea la única aportación española a la modernidad política. No me cuesta imaginar el precio que se pagó tras la invención
La conciencia liberal es una deficiencia histórica de la derecha española. De poco sirve el argumento de que a la izquierda le pase lo mismo, porque los comparativos son la forma más ruin de analizar algo sin detenerse a pensarlo. Los liberales del siglo XX lo tuvieron muy mal para ser aceptados en la derecha. Ese cáncer que fue el franquismo consideró siempre a los liberales como una de sus víctimas y sin pararse a hacer distingos. Viene de lejos; Gil Robles, felizmente olvidado, constituyó la CEDA, una Confederación de Derechas Autónomas, mientras Manuel Azaña, su bestia negra, capeaba como podía un liberalismo republicano al que la Guerra Civil dejaría en los huesos.
La arrogante figura de Fraga Iribarne y su tránsito de acérrimo franquista a demócrata convicto, si tiene algo inabordable es que jamás pisó el ámbito liberal y esa huella la llevó hasta la tumba; podía ser singular en ocasiones pero liberal nunca. El PP nace con unas señas de identidad muy marcadas, con un electorado cautivo pero insuficiente. Los esfuerzos de José María Aznar por ampliar su base electoral no fueron tan fuertes como para afianzar la hegemonía y si venció en las elecciones de 1996, por un puñado de votos, fue gracias sobre todo a que el adversario socialista más parecía casa de empeños que gobierno de la nación. Luego vinieron las recuperaciones de Azaña por el propio Aznar o las del Jovellanos ilustrado por Álvarez Cascos. Y la economía, sobre todo la economía.
El interregno de Mariano Rajoy, haciendo las veces de director de un balneario con las piscinas llenas de tiburones. La maldición del poder como grandes almacenes de la corrupción, que ya había tumbado a Felipe González, le arrastró y los escualos se devoraron a sí mismos. Es curioso cómo en la democracia española posfranquista han tenido más valor las corruptelas que las urnas, de ahí que se insista tanto en esos pasados recientes de las mordidas y la cultura del pelotazo financiero. Pero eso fue ayer, un ayer que algunos reverdecen cada día bajo la forma de memoria daltónica.
La maldición del poder como grandes almacenes de la corrupción, que ya había tumbado a Felipe González, le arrastró y los escualos se devoraron a sí mismos
Con un Sánchez que ha puesto en juego todos los malabarismos de que es capaz, y de los que aún nos queda por ver nuevos surtidos, la izquierda oficial, que siempre es la única con mando en plaza, ha llegado al tope de sus pretensiones. No da más de sí mientras la ciudadanía la rechaza, por eso a todos, a todas y a todes, les aterroriza la posibilidad de verse obligados a un adelanto electoral. Las encuestas, esos grandes barómetros de medir manipulaciones, dejan entrever una incontestable victoria de la derecha. Por tanto les toca atrincherarse haciendo señales de humo y erosionar al enemigo por tierra, mar y aire hasta llegar al encontronazo fatal de las próximas elecciones. Ahora juega un papel decisivo la manipulación. Me pasma la letanía de elogios profesionales a ese mercenario de la política, Iván Redondo. De profesión, manipulador; dejémonos de virguerías semánticas. Lo inquietante está en que detrás de esa admiración late una ambición de emularle.
Pablo Casado lo va a tener muy difícil frente a ese goteo cotidiano que le reconviene cada día sobre lo que debe no hacer y lo que no debe decir. Uno de los aspectos más grotescos de la presunta izquierda hispana es el de recomendarle al adversario cómo ha de comportarse para que los suyos triunfen. Una necedad malsana en la que se incide una y otra vez, y que de suponer un gramo de entendimiento político se acercaría al suicidio. ¿Cómo una gente que jamás votará a un candidato de derechas tiene el desparpajo de seleccionar cuál serán sus mejores opciones? Recuerdo cuando la izquierda mediática se inventó a un inefable personaje, Gallardón de apellido, como óptimo candidato del PP. Hay que acumular demasiada soberbia para proclamar al candidato ideal de la derecha cuando no les votarás nunca.
Hoy toda entrevista con Pablo Casado debe empezar por el final, lo marcan las nuevas reglas del periodismo de trinchera: ¿Va a pactar con Vox? Y a él no le queda más respuesta que recordar a Sánchez, que quería dormir por las noches sin Podemos, reverenciar los símbolos sin independentistas e incluso irse de poteo al País Vasco sin abertzales. Es la dictadura de los números, imbécil, porque si puedo gobernar sin ataduras todo es conforme a lo dicho, pero si no es así hay que escoger entre dejar el poder o las proclamas. ¿Acaso son comparables?
Los profesores de Estado, una rama añeja de las Ciencias Políticas, ya han pergeñado una teoría en la que encuentran las diferencias entre los pactos de Sánchez y los que eventualmente tendría que hacer Casado
Los profesores de Estado, una rama añeja de las Ciencias Políticas, ya han pergeñado una teoría en la que encuentran las diferencias entre los pactos de Sánchez y los que eventualmente tendría que hacer Casado. Lo explicó muy claro Sánchez Cámara, recién horneado por los que hacen los panes. Unos son socios buenos porque sostienen al gobierno, los otros son malos porque lo desvirtúan ¡Para que luego digan que la teoría es gris y que es verde el árbol de la vida!
“Casado aplaza el viaje al centro”. En cualquier escuela de periodismo de esas foráneas -no voy a detallar cómo se construyeron nuestros edificios escolares de plumillas- se consideraría esa frase como “editorial”. Pues no, es un titular supuestamente informativo que ocupa cuatro columnas de la primera página de El País. Volvemos a los tiempos de Cebrián y las quiebras en paralelo del negocio y del gobierno que lo sustentaba. ¡Más madera! ¡Más madera! Hasta achicharrar al enemigo. Se apagó de momento la fermentación del caso Ayuso y Madrid, que otro manipulador de oficio, Miguel Ángel Rodríguez, ha convertido en relato a lo Truman Capote. No cabe inquietarse, la realidad da para mucho y las esclavitudes son perentorias, por eso seguiremos en plena guerrilla mediática, chabacana y sañuda. Esta es una sociedad donde cada cual se siente un Empecinado doméstico, con la visión adaptada al cuadrado de un televisor o un móvil.
Demócratas somos todos mientras no conste lo contrario, e incluso cuando consta. La variedad del demócrata virulento es una especie cosmopolita que consiente ser un bellaco o formular tontunas reaccionarias del tipo Vargas Llosa y su aportación a la democracia “de los que votan bien”. Pero ser liberal en tiempos de guerrilla filibustera es una tarea que no tiene nada que ver con esa “tercera España” alimentada por quienes adormecen sus pasados beligerantes. No deja de ser una extravagancia histórica que el término “liberal” sea la única aportación española a la modernidad política. No me cuesta imaginar el precio que se pagó tras la invención.