Pedro Chacón-El Correo

El conquistador español Juan de Oñate, de origen vasco, sigue siendo objeto de controversia, agudizada tras las revueltas por la muerte de George Floyd

El 30 de abril de 1598 Juan de Oñate y Salazar tomó posesión de Nuevo México en nombre del rey de España Felipe II. Fue en la ciudad de El Paso, actual Estado de Texas y frontera entre Estados Unidos y México. A partir de ahí, quien fue primer gobernador de Nuevo México siguió avanzando hacia el norte abriendo la ruta conocida como Camino Real de Tierra Adentro, que une todas las localidades donde hoy se erigen estatuas de Juan de Oñate. En Alcalde, Nuevo México, al norte de su capital Santa Fe, se inauguró una de ellas, ecuestre, en 1994 que luego, desde 1998, con motivo del 400 aniversario de la fundación del Estado, empezó a sufrir ataques -le serraron una pata al caballo como recuerdo de la llamada «masacre de Acoma»- y pintadas, hasta ser retirada hace unos días con motivo de las revueltas por la muerte de George Floyd. Con el mismo motivo, en Albuquerque, la ciudad más poblada de Nuevo México, se plantean su retirada porque un grupo autodenominado New Mexico Civil Guard disparó a quienes intentaban derribarla, causando un herido grave.

Juan de Oñate nació en 1550 en Zacatecas, actual México pero entonces Nueva España, virreinato que abarcaba toda la América central desde el istmo de Panamá hasta más allá del río Grande. Era hijo de Cristóbal de Oñate -de Vitoria, según unos, o del caserío Narriondo de Oñate, según otros-, que llegó a Nueva España en 1524, fundó Zacatecas y fue propietario de sus ricas minas de plata. Juan de Oñate casó con Isabel de Tolosa y Cortés, nieta de otro vasco y de Hernán Cortés.

En El Paso, desde 2007, Juan de Oñate está representado por la estatua ecuestre en bronce más grande del mundo, de 11 metros de altura y 16 toneladas de peso. Tardó ocho años en realizarse por iniciativa de una fundación, que consiguió dos millones de dólares en aportaciones privadas para reactivar así la economía de la zona dando lustre a sus orígenes históricos y culturales. Pero lo más incomprensible es que, tras el colosal despliegue de medios que llevó a erigirla, pasaron a denominarla «el jinete» porque no contaron -¿de verdad que no contaron?- con la reacción de los indios de la tribu Pueblo, que es una de las que integran la reserva de Albuquerque, junto con los navajos y los apaches, y con la que los promotores no querían indisponerse. Los indios Pueblo mantienen viva en su memoria la ya citada «masacre de Acoma», cuando los españoles mandados por Oñate mataron a 800 de ellos y esclavizaron a 500. Pero aquí las cifras oscilan. Además, los que quedaron en edad de guerrear -pudieron ser entre 24 y 80- fueron mutilados al serles cortado un pie, otras fuentes dicen que solo dedos. Todo ello, en represalia por el previo asesinato de doce españoles; entre ellos Juan de Zaldívar, sobrino de Oñate.

Las manifestaciones por lo de George Floyd se han superpuesto en Nuevo México a una pugna previa entre quienes homenajean a Juan de Oñate y quienes le denuestan. Y mientras las instituciones locales le erigen estatuas, su reconocimiento a nivel nacional está vetado: en el National Statuary Hall del Capitolio de Washington, D.C., una especie de panteón en el que cada Estado federado elige las estatuas de sus dos héroes predilectos, por parte de Nuevo México están Dennis Chávez, el primer hispano elegido senador por un periodo completo, y el indio Popé, que encabezó en 1680 la rebelión de los Pueblo contra los españoles que les masacraron ochenta años antes.

En Estados Unidos, por tanto, a nivel nacional, se privilegia la revuelta del indio Popé, en la que se dice que murieron más de 400 españoles y 2.000 colonos fueron desplazados y que mantuvo a Nuevo México postrado en el indigenismo precolombino, sin unidad política y erradicado cualquier vestigio de modernidad. Pero el experimento no duró mucho: en 1692 los españoles volvieron sin oposición de los nativos. En 2009, los indios Pueblo firmaron la paz con el Reino de España, representado por su embajador Jorge Dezcállar, como lo habían hecho antes con México y hasta con Abraham Lincoln, lo cual no ha impedido, parece ser, que todavía se siga cuestionando a Juan de Oñate.

En cuanto a este, el rey Felipe III en 1606 le ordenó presentarse en Ciudad de México para ser juzgado por su crueldad con los indios. En 1613 fue desterrado a perpetuidad del Estado que fundó y privado de sus títulos. Tampoco consiguió que su cargo de gobernador de Nuevo México pudiera pasar a su hijo Cristóbal, que murió luego en un enfrentamiento con los indios. Y su mujer falleció poco después. Viajó a España para defenderse ante el Consejo de Indias y nunca más volvió a México. Tras la muerte de Felipe III en 1621, fue rehabilitado y le nombraron inspector en las Reales Minas. Juan de Oñate murió en Guadalcanal, en la Sierra Norte de la provincia de Sevilla, en 1626.