Francisco Sosa Wagner-Vozpópuli

El Progresismo eterno se alimenta del escándalo como si fuera la ubre de un espíritu siempre maligno, siempre fértil y vigoroso.  

La queja es constante: en España no nacen niños. Y es cierto, si se analizan las cifras: raquíticas, canijas, desesperantes.

Pero, a cambio, se multiplican los escándalos: vibrantes, desparramados, auténticos, tatuados sobre la actualidad como una huella indeleble.

Todo al mismo tiempo, niños y escándalos, no puede ser.

Dijérase que el escándalo es el líquido sinovial de nuestra sociedad, llamado a lubricar  sus movimientos. Sin él, sin un buen escándalo por semana, la sociedad española se pauperiza, pierde su lustre y se convierte en una sombra errante. Cada vez que surge un escándalo, respiramos, recobramos la esperanza, y cuando el escándalo se hace de rogar porque no llega a tiempo, entramos en declive y andamos desorientados, como pidiendo a gritos una sesión de psicoanálisis.

Felizmente esta circunstancia penosa es infrecuente, de manera que quienes fabrican los escándalos, los gobernantes de la España actual, son solícitos en servirnos, siempre con vivaz cadencia.

Lo hacen por avaricia

Y es que se convendrá conmigo que no hay nada más alimenticio que un buen escándalo, de esos que afectan a los parientes cercanos del gobernante, a quienes se coge con las manos en la masa de la tropelía y en el tartamudeo de las explicaciones.

Ciudadanos poco avisados piensan que, si estos sujetos y sujetas le hacen la peineta al Código Penal, calzándose un puesto en la Administración sin las bendiciones reglamentarias,  dirigiendo un máster de forma atrevida, borrando mensajes en el móvil o poniendo un piso a la coima, lo hacen por avaricia o por llevar una vida regalada.

Yerran, lo que pretenden es que no decaiga la fiesta del escándalo, asegurándose su presencia en la sociedad en cada momento con una regularidad exacta, oportuna y  buida.

Saben que quienes delinquen unidos, permanecen unidos.

La crema del delito gordo

No hay mejor pegamento: cuando las convicciones se tambalean, los credos se disipan, las ideas se vuelven tornadizas y los soportes de la conciencia se diluyen, surge el asidero del escándalo que lleva en su interior la crema de un delito gordo, un delito barroco y sensual, absoluto e inmanente.

En el  principio fue el membrete, dejó escrito Eugenio D´Ors. No, y usted perdone, don Eugenio: si usted viviera en la España actual, formularía su diagnóstico afirmando que en el principio fue el escándalo. La vida cambia, el niño de ayer es el youtuber de hoy, las estaciones se suceden entre crepúsculos con su monotonía secular, las gripes surgen, diseminan sus microbios y se extinguen, las modas, ay, se disparan entre ellas hasta aniquilarse …

Pero el escándalo permanece.

Y nos interpela con ese guiño canalla que nos asegura que el Progresismo eterno se alimenta del escándalo como si fuera la ubre de un espíritu siempre maligno, siempre fértil y vigoroso.